ANATOMÍA DE UNA REVOLUCIÓN FRACASADA: APUNTES DE LA LECTURA DE “EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS”

el hombre que amaba a los perrosTengo para mí que la famosa oración de Tolstoi en su “Ana Karenina”: “Todas las familias felices se parecen, las familias infelices lo son cada una a su propia manera” puede servir, salvando las distancias, de metáfora para explicar los éxitos y fracasos de algunas revoluciones políticas y económicas a lo largo del tiempo. Sería suponer algo como esto: todas las revoluciones exitosas se parecen, las revoluciones fracasadas lo son cada una a su propia manera. Dejando al margen los elementos comunes que están detrás del éxito de algunas revoluciones, uno pasa a indagar sobre las diferentes vías que toma el fracaso de otras. Estas diferencias hay que buscarlas desde el entendimiento del contexto socio-histórico muy particular que cada revolución enfrenta.

En este sentido, si hablamos de la revolución bolivariana, se puede discernir que hacia finales del siglo XX en Venezuela existían condiciones objetivas para que emergiera un movimiento de izquierda contrario a los denostados partidos políticos tradicionales y al margen de la acción (o inacción) de las élites económicas, haciéndose con el poder por la vía democrática. Sin embargo, se vuelve más difícil cribar en la arena de las causas del por qué esta revolución se convierte, un poco más de tres lustros después, en una suerte de peso muerto, moviéndose inercialmente, sin la fuerza inicial que la caracterizó, causando mucho daño político y económico a la sociedad venezolana.

Una explicación plausible y recurrente detrás del fracaso de la revolución bolivariana resulta paradójica. Es la paradoja que encierra el hecho de que fue un proceso que se benefició muchos años de unas condiciones económicas muy favorables, especialmente por haber recibido el gobierno cuantiosos ingresos fiscales, lo cual hubiera permitido, con las políticas adecuadas, sustituir el modelo capitalista-rentístico subyacente a la estructura económica venezolana, que ya mostraba signos de colapso, por un modelo basado en la productividad, verdadera palanca del crecimiento económico sostenido.

El modelo transformador no se implementó, la revolución económica no ocurrió, y, muy por lo contrario, se exacerbó hasta sus límites la dependencia al modelo capitalista-rentístico colapsado, creando toda suerte de distorsiones a las actividades económicas. Como resultado de ello, se ha producido una significativa involución del nivel de ingreso y de la calidad de vida de la mayoría de los venezolanos. A la vista de los pésimos resultados económicos obtenidos, este fracaso ha sido inversamente proporcional a las enormes posibilidades y potencialidades de recursos con los que se contaba para impulsar un modelo económico más sano y productivo. He aquí, pues, una breve anatomía del fracaso de la revolución bolivariana.

Estaba pensando en las particularidades del fracaso de la revolución bolivariana mientras leía el soberbio ejercicio de imaginación que es la novela “El hombre que amaba a los perros” (2009, Tusquets Editores), del escritor cubano Leonardo Padura. Y en la lectura de esta novela encuentro pasajes que hacen pensar en las características comunes de las revoluciones fracasadas, de manera que, más allá de lo señalado inicialmente, pareciera que también algunas revoluciones pueden alinearse un poco en ciertas identidades.

La novela de Padura trata sobre un escritor cubano viviendo en la isla que decide narrar las luchas políticas y el exilio hasta su muerte de León Trotski, los avatares de su asesino, Ramón Mercader, y los propios dilemas del escritor en la Cuba revolucionaria. En la novela se destacan algunos de los problemas confrontados por la revolución bolchevique. Lo sugerente de las anotaciones de Padura al respecto es que no solo terminan mostrando algunas de las costuras por donde comenzó a deshilacharse esta revolución, sino que también se pueden atisbar los mismos problemas en la revolución cubana y pueden incluso extenderse, ya al margen de la obra, hasta el caso de la revolución bolivariana.

Un paralelismo se hace evidente cuando el autor pone en palabras de Trotski una sentencia moralista apuntando a que el revolucionario verdadero empieza a serlo cuando subordina su ambición personal a una idea, cuando deja atrás su propio interés para asumir el espíritu de sacrificio por la causa. Demás está decir que Trotski era consciente de la desviación sufrida por la revolución bolchevique, pues muchos camaradas en el poder prefirieron anteponer sus ambiciones personales al logro de los objetivos revolucionarios. Estas desviaciones se han repetido casi al calco tanto en la revolución cubana así como en la bolivariana. En ambos casos, la inmoralidad de las apetencias personales, impregnadas de corrupción, ha carcomido la credibilidad de esas revoluciones y ha mostrado una de las peores facetas de los revolucionarios en el poder.[1]

Otro paralelismo se deja al descubierto cuando Trotski reflexiona sobre el proceso antidemocrático en que se convirtió la revolución bolchevique, pero esta vez asumiendo parte de la culpa, pues estando él en el poder tomó decisiones que perjudicaron la democracia. Como lo escribe Padura: “Sobre su espalda cargaba la responsabilidad de haber destituido a líderes sindicales, de haber borrado la democracia de las organizaciones obreras, y contribuido a convertirlas en las entidades amorfas que ahora utilizaban a placer los burócratas estalinistas para cimentar su hegemonía. Él, como parte del aparato del poder, también había contribuido a asesinar la democracia que, desde la oposición, ahora reclamaba”.

Este tipo de acciones antidemocráticas también han sido frecuentes tanto en la revolución cubana así como en la bolivariana, siendo justificadas como una manera de frenar los contrapesos de las organizaciones que no se pliegan completamente al ideal revolucionario, que reclaman tener sus propios objetivos y su propio espacio en la sociedad. Y este freno ha conducido a la represión de estamentos y movimientos sociales, como la prensa, las universidades y los sindicatos, que suponen una amenaza para la revolución, e igualmente a la confiscación de expresiones de la voluntad popular contrarias a la revolución. Padura desnuda en su novela esta contradicción haciendo pensar a Trotski en estos términos: “La dictadura proletaria debía eliminar a las clases explotadoras, pero ¿también reprimir a los trabajadores? La disyuntiva había resultado dramática y maniquea: no era posible permitir la expresión de la voluntad popular, pues ésta podría revertir el proceso mismo. Pero la abolición de esa voluntad privaba al gobierno bolchevique de su legitimidad esencial: llegado el momento en que las masas dejaban de creer, se impuso la necesidad de hacerlas creer por la fuerza. Y aplicaron la fuerza”.

Es sabido que los problemas confrontados por estas revoluciones no necesariamente han provocado el abandono o la pérdida de su poder político. Las revoluciones fracasadas pueden perdurar por mucho tiempo, incluso si se cumple la sentencia trotskista en el sentido que las masas dejan de creer en ellas, porque los mecanismos políticos y económicos perversos que terminan orientando su acción, con el único fin de enquistarse en el poder, se sostienen con relativa independencia de los perjuicios y de los sufrimientos que puedan seguir causando en la sociedad.[2]

La dictadura bolchevique duró 70 años, la revolución cubana tiene 57 años, el gobierno bolivariano cuenta 17 años. Y uno podría estar tentado a extrapolar la larga permanencia en el poder de los revolucionarios bolcheviques y cubanos al caso venezolano. Pero aquí si hay una diferencia importante y se diría que insalvable de contexto. Chávez y su revolución bolivariana apostaron, creyendo o no en ello, a legitimarse en el poder manteniendo los mecanismos democráticos de la elección, aunque controlando las instituciones para participar con ventaja. Sin embargo, la mayoritaria expresión de la voluntad popular exigiendo un cambio, reflejada en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre del 2015, lo cual marca un viraje en la conducción política del país, apuntan al final más temprano que tarde para la revolución bolivariana.[3] Espero pues que esta revolución fracasada, a diferencia de la bolchevique y la cubana, lo sea, como las familias infelices de Tolstoi, a su propia manera: un experimento prematuramente acabado.

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[1] En la novela de George Orwell “Rebelión en la granja” se plantea esta desviación mostrando el contraste entre la ostentación y opulencia en la que viven los jefes revolucionarios, los cerdos, frente a las carencias que sufren el resto de los animales. En definitiva, como se dice con cierta ironía en la novela: todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros.

[2] Un caso paradójico es la revolución china, pues la decisión del partido comunista chino de transformar el fracasado modelo económico colectivista por un relativamente exitoso modelo capitalista, no les significó renunciar a mantener el poder político, poder que ejercen férreamente, conculcando aún muchas libertades políticas en contraposición a las libertades económicas que permiten.

[3] Desde que Chávez asumió el poder y hasta su muerte se realizaron en Venezuela elecciones presidenciales, referendos constituyentes, elecciones de gobernadores y alcaldes, referendos revocatorios, elecciones parlamentarias. Posterior a su muerte se han realizado una elección presidencial, una elección de gobernadores y alcaldes y la elección parlamentaria del 06 de diciembre de 2015. La oposición triunfó en las pasadas elecciones parlamentarias consiguiendo 112 escaños de los 167 en disputa, rompiendo la hegemonía que había mantenido el gobierno bolivariano ganando la totalidad de elecciones salvo la del referendo para la reforma constitucional del 2007. Esta mayoría de dos tercios de la oposición supone un cambio político importante, pues la nueva Asamblea Nacional estará en capacidad de legislar y proponer reformas orientadas sobre todo a superar la aguda crisis económica que padece Venezuela.

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