CAMBIAR EL PUEBLO

Mario Vargas Llosa realizó la última entrevista que concediera el General Omar Torrijos, el presidente panameño que será recordado por ser quien negoció la devolución del canal a Panamá y por sus políticas con acento incluyente y progresista. Y fue la última entrevista porque unos días después de realizada Torrijos se mató en un accidente aéreo, el 31 de julio de 1981, en el mismo avión que había llevado a Vargas Llosa al lugar de encuentro acordado para realizarla. La entrevista forma parte del libro “Sables y utopías” (2009, Aguilar), que recoge un conjunto de artículos de Vargas Llosa, regados a lo largo de varias décadas, dedicados a la política, el arte, la literatura y el desarrollo latinoamericano.

El perfil que Vargas Llosa traza de Torrijos lo describe como un líder carismático, ciclónico, providencial, por encima de todo y de todos, sean hombres, leyes o instituciones, capaz de enfrentar cualquier obstáculo con tal de cumplir lo que considera es su misión histórica. Su trato desenfadado y sentido del humor no desentonaba con su seguridad de quien se sabe poderoso, sin dudas, de quien actúa como si no existieran interlocutores, solo oyentes. Salta a la vista la comparación con Fidel Castro o Juan Velasco Alvarado, y uno deduce que este tipo de líderes carismáticos, avasallantes, cuya influencia y acciones marcaron el destino de sus naciones, emergieron atendiendo a ciertas particularidades de la realidad histórica y social latinoamericana, dentro del contexto de la Guerra Fría. Por esta razón, su influencia se extendió especialmente a lo largo del último tercio del siglo XX, pero también, como en el caso de Hugo Chávez, en el comienzo del siglo XXI.

Un rasgo que Vargas Llosa resalta es el pragmatismo del líder panameño. Para destacarlo, se sirve de una anécdota contada por el propio Torrijos. Tenía trabajando con él a un joven e inteligente economista marxista con quien habló en una reunión en relación con el desempeño de unos almacenes que habían sido estatizados en la localidad de Coclesito y que al parecer no estaban funcionando bien. El economista le dice “En este pueblo nada funciona como en la teoría, mi general”, a lo que Torrijos responde con una pregunta: “¿Cambiaremos el pueblo, entonces, muchacho?” y el economista acuerda “No, mi general, cambiemos mejor la teoría”. Torrijos le dice entonces “Vaya, estás aprendiendo”.

Traigo a colación esta anécdota porque refleja muy bien la diferencia entre un líder político pragmático  y uno que se aferra a una teoría o ideología. El pragmatismo de Torrijos supuso que nunca fuese etiquetado completamente como izquierdista o derechista y sus aciertos en el ámbito económico se debieron en gran parte a saber diferenciar oportunamente la teoría de la práctica, a la manera, salvando las obvias distancias, como lo hicieron en su momento los gobernantes de algunos países del Este Asiático y de China, los cuales deben en buena medida su éxito económico a ese pragmatismo.

La visión de Torrijos contrasta agudamente con la ceguera en el terreno de las decisiones económicas mostrada consuetudinariamente por Chávez como gobernante. Chávez alentó la aplicación de políticas económicas imbuidas de teoría marxista y de ideología de izquierda, sin atender que la realidad suele ser compleja y obstinada.  Por ello, estaba casi cantado el fracaso de políticas como la estatización de empresas o los controles de precios y del tipo de cambio, cuya posibilidad de obtener buenos resultados con ellas va en contra de casi toda evidencia empírica y experiencia histórica.

Por lo demás, nunca se observó una verdadera autocrítica por parte de Chávez y sus ministros en el sentido de aceptar que para cambiar la realidad social se debió corregir primero el rumbo económico al que apuntaban medidas que tenían y aún tienen efectos muy nocivos. Pero no solo faltó la autocrítica reconocedora de las fallas y errores en materia de política económica, antes más bien los ideólogos más recalcitrantes y prepotentes, como el ex ministro de planificación Jorge Giordani, siempre apostaron a que la solución pasaba por cambiar la mentalidad del pueblo, hacerlo entender que la revolución, pese a sus evidentes fracasos, los llevaría algún día al mejor de los mundos posibles.  En otras palabras, si es necesario se cambia el pueblo, manteniendo intocable la teoría, aunque la realidad a todas luces la contradiga.

Como es sabido, el gobierno de Nicolás Maduro optó por mantener el apego ideológico a teorías amarradas a políticas económicas equivocadas. El resultado ha sido cargar sobre el pueblo que dicen defender las terribles consecuencias de la aguda escasez, el alto desempleo, la inflación de tres dígitos, llamándolo a resistir una supuesta guerra económica. Desentendido de hacer el cambio económico necesario, ahora el gobierno plantea un cambio político. Al no contar ya con el apoyo de las mayorías, pretende imponer una nueva constituyente cambiando el pueblo, es decir, decidiendo ellos quién es pueblo y qué pueblo vota y los elige, un pueblo hecho a su medida. Todo este escenario apunta a que se profundizarán los errores y se retrasará la búsqueda e implementación de soluciones efectivas para los problemas económicos, solución que no vendrá de cambiar el pueblo, sino la teoría y la práctica que se alimenta de una ideología fracasada.

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