DESBALANCES DE LA ECONOMÍA VENEZOLANA (II): LA ENFERMEDAD HOLANDESA (I)

Dedicado a mi colega y amigo Jesús Mora

En una entrada anterior, que inició las que dedicaremos al análisis de la economía venezolana, expusimos las características básicas de su condición capitalista-rentística.[1] Esta es una relación indisoluble, pues el capitalismo venezolano no se explica sin la presencia de la renta internacional. Históricamente, el Estado venezolano ha recibido una renta internacional por su condición de ser el propietario terrateniente del subsuelo donde se extrae un recurso natural, el petróleo, que no es producido. Es una renta internacional porque la determinación de esa renta y su cuantía depende de factores contractuales (leyes referentes a concesiones, regalías, impuestos), de oferta (calidad de los yacimientos, costos de producción) y de demanda (consumo de energía) sujetos a la dinámica del mercado mundial del petróleo. Para decirlo en palabras de Asdrúbal Baptista: “La renta internacional es la renta que el Estado-terrateniente logra captar del comercio internacional con cargo a la propiedad ejercida sobre un recurso natural demandado por la economía mundial”.

La economía venezolana es capitalista en un sentido muy particular. En la mayoría de las economías capitalistas, la acumulación de capital depende, y está limitada por, el excedente generado en la actividad económica interna, vinculado al nivel y a la tasa de crecimiento de la productividad. Por lo contrario, en el caso de la economía venezolana la existencia de una renta internacional suplanta la necesidad de generar ese excedente de la actividad económica interna. Por esta razón, la acumulación de capital o, de manera equivalente, la tasa de inversión, ha estado determinada en buena medida por la captación y la distribución de la renta. Nuevamente en palabras de Asdrúbal Baptista: “La renta sustituye, pues, el requerimiento de la generación del excedente como condición indispensable para la inversión, y en tal sentido modifica el núcleo más fundamental de la estructura capitalista de producción”.[2]

El capitalismo venezolano está impregnado de la fuerte presencia del Estado en la actividad económica, sea en su carácter de distribuidor de la renta, y, por tanto, factor determinante del proceso de acumulación de capital, sea en su faceta de propietario de medios de producción y de empresas, sea en su rol intervencionista y regulador de la economía. De todo ello se desprende que la captación y la distribución de la renta internacional, especialmente en periodos signados por un boom de ingresos petroleros, han tenido importantes consecuencias económicas y ha influenciado de manera relevante las decisiones de política económica, particularmente en lo relacionado con la política cambiaria.

Un boom de ingresos, generalmente proveniente del aumento de los precios de exportación de un recurso natural, digamos petróleo, o una materia prima, digamos café, se traduce en una entrada significativa de divisas extranjeras, llámense dólares, a la economía de un país. Si el tipo de cambio es flexible, se originará una apreciación del tipo de cambio real, reflejado en el aumento del tipo de cambio nominal, porque la mayor oferta de dólares aumentará el precio de la moneda nacional con respecto al dólar, sin que se modifique sustantivamente los precios internos. Si el tipo de cambio es fijo, una mayor cantidad de dólares convertida en moneda nacional incrementará la masa monetaria, aumentando los precios internos, lo cual equivale a una apreciación del tipo de cambio real. En ambos casos, ocurrirá que con un dólar se comprarán menos bienes de la economía interna o, lo que es equivalente, con una unidad de moneda nacional se comprarán más bienes en el exterior. En ambos casos, la apreciación del tipo de cambio real deteriora la competitividad internacional de los productos exportados diferentes al recurso o a la materia prima. Este fenómeno se conoce en la literatura económica como la “enfermedad holandesa” y ha ocurrido en varias naciones, en diferentes periodos. La economía venezolana ha experimentado varios episodios donde se han manifestado los efectos característicos de la enfermedad holandesa.[3]

En este orden de ideas, en esta entrada se analizará someramente un primer episodio donde se hicieron sentir los efectos de la enfermedad holandesa en la economía venezolana, abarcando las décadas de 1930 y 1940. Durante estas dos décadas, el petróleo, que ya representaba el principal rubro de exportación venezolano desde mediados de la década de 1920, coexiste con las exportaciones tradicionales de café y cacao. En una entrada posterior se analizarán dos periodos más cercanos: 1961-1983 y 1999-2013, donde nuevamente la apreciación del tipo de cambio real o su sobrevaluación derivaron en el deterioro competitivo de los sectores exportadores diferentes al petrolero, particularmente el sector de bienes manufacturados.

En la primera mitad  de la década de 1930 la crisis económica mundial había causado la disminución de las exportaciones tanto de petróleo, así como las de café y cacao, aunque de una manera menos sensible para el caso del petróleo. En este contexto, a comienzos de 1934, el gobierno de los Estados Unidos tomó la decisión de devaluar. La paridad del bolívar frente al dólar, que había registrado 7,64 bolívares a mediados de 1932, y alrededor de un poco más de 5 bolívares durante 1933, se apreció aún más, pasando de 5,33 a 3,27 bolívares por dólar en 1934. Esta apreciación tendrá una importante incidencia sobre los dos sectores exportadores, pero de una manera diametralmente diferente. Por una parte, la apreciación del tipo de cambio trajo consigo una importante revalorización de la renta petrolera y, por ende, una mayor cantidad de ingresos en dólares. Una cifra que habla por sí sola de esta revalorización, es la que se refiere al valor por tonelada exportada de petróleo que pagaban las concesionarias inglesas. Mientras que antes de la apreciación del tipo de cambio pagaban dos bolívares por tonelada, es decir, aproximadamente 0,38 dólares, con la apreciación pasaron a pagar 0,65 dólares.[4]

Por otra parte, el sector agroexportador, ya de por sí afectado por la crisis económica mundial, con la apreciación del tipo de cambio se encontró en una situación muy precaria. Al respecto, voces como las de Alberto Adriani advirtieron que la apreciación significaría la caída ostensible de la rentabilidad de este sector, haciéndolo económicamente inviable. Adriani abogaba porque se implementara una devaluación, una medida que permitiría recuperar su rentabilidad y su importancia como actividad económica exportadora.[5]

La magnitud del problema tenía varias dimensiones, pues afectaba a los agricultores propietarios, a los comerciantes relacionados, y, siendo una actividad intensiva en mano de obra, a un importante número de trabajadores. Por esta razón, el mismo año de 1934 el gobierno de Juan Vicente Gómez decidió intervenir por primera vez en el mercado cambiario, estableciendo un convenio con participación de los bancos y las empresas petroleras. El acuerdo implicó una tímida devaluación que llevó el tipo de cambio a 3,90 bolívares por dólar. En la práctica, fue como si se hubiera sostenido la paridad cambiaria anterior y el sector agroexportador no pudo recuperar su dinamismo.[6]

Mantener alta la paridad del bolívar se convirtió en una política deliberada, pues para el Estado suponía incrementar los dólares recibidos por concepto de renta petrolera, a la vez que permitía aumentar las importaciones de bienes de capital y de consumo, especialmente los primeros, en la medida que, a partir de la década de 1940, es incipiente la industrialización de la economía venezolana, lo cual sirve al objetivo de impulsar el dinámico proceso de modernización en marcha, entendido como la urbanización del país, y aprovechar el sostenido crecimiento del mercado interno de bienes y servicios.

Durante la década de 1940, la sobrevaluación del tipo de cambio venezolano se sustentaba no solo en la realidad de que las divisas provenientes de la exportación de petróleo representaban más del 80% de las que ingresaban al país, sino también en el hecho de que la productividad que se toma en cuenta para su determinación es la alta productividad del sector petrolero, un sector intensivo en capital y que emplea una pequeña cantidad de trabajadores. Por contraste, el otro sector exportador, el agrícola, tenía baja productividad, ocupaba a una gran cantidad de trabajadores y se encontraba más afectado en cuanto el incremento de sus costos de producción por la subida de los precios internos.

En estos términos, la única posibilidad de hacer rentable el sector agroexportador era que el tipo de cambio se fijara con base a su baja productividad, pues el tipo de cambio real también es una medida de las productividades de los países. No obstante, esta decisión de devaluar hubiera sido contraproducente como mínimo por dos razones. Primero, porque iba en contra de los intereses del Estado venezolano, en su objetivo de maximizar la renta petrolera, y, segundo, habría perjudicado las importaciones de bienes de capital requeridos para el incipiente desarrollo de la industria manufacturera. Y nada garantizaba que con la devaluación el sector agroexportador se hubiera recuperado. Pero como todo esto ya es historia, lo que sabemos es que las decisiones en materia de política cambiaria se fueron amoldando a las exigencias del capitalismo rentístico venezolano.


[1]  La entrada se llama: DESBALANCES DE LA ECONOMÍA VENEZOLANA (I): LAS CONDICIONES DEL CAPITALISMO RENTÍSTICO, publicada el 10 de febrero de 2015.

[2] Las citas de Baptista provienen del libro: “Teoría económica del capitalismo rentístico” 1997, Ediciones IESA, pp. 32 y 82. Debo a Jesús Mora el comentario de que en la entrada anterior no se especificó del todo a qué nos referimos con renta internacional y no se aclaró por qué esta renta internacional le da un carácter muy particular al capitalismo venezolano. Con estos párrafos queda subsanada la falta de esa información. Jesús Mora es profesor de la Universidad de Los Andes de Venezuela (ULA), experto en el tema petrolero; cuenta con un excelente blog sobre esta materia llamado Observatorio Petrolero, al cual se accede desde el siguiente link: http://observatoriopetrolero.blogspot.com.es/

 [3] Se denomina enfermedad holandesa porque el fenómeno fue estudiado por primera vez a raíz del significativo aumento de ingresos en divisas extranjeras tras el descubrimiento, en la década de 1960, de importantes yacimientos de gas natural en los Países Bajos. El boom de ingresos produjo una  apreciación del florín con respecto al dólar, lo cual provocó la pérdida de competitividad del resto de los productos exportados por Holanda. Este fenómeno fue estudiado inicialmente por Max Corden y Peter Neary y plasmado en el artículo “Booming Sector and De-industrialization in a Small Open Economy”, 1982, en The Economic Journal, N° 92.

 [4] Véase Asdrúbal Baptista “La Economía Política de Venezuela” p. 280. En “Itinerario por la Economía Política”, 2008, Ediciones IESA y Academia Nacional de Ciencias Económicas, Caracas.

[5] Alberto Adriani (1898-1936) fue un destacado economista venezolano cuyo quehacer político lo llevó a ser promotor y ejecutor de importantes proyectos en pro del desarrollo económico del país.  Su visión del papel de la actividad petrolera en la economía venezolana era que ésta, siendo una actividad que tenía un auge, pero inevitablemente declinaría, debía ser aprovechada, dados los importantes recursos financieros que generaba, para restablecer, por la vía de créditos, subsidios, medidas arancelarias, la economía cafetalera, que,  a su juicio, seguiría constituyendo la actividad principal para el desarrollo económico de Venezuela. La visión de Adriani acerca de las transformaciones que requería la sociedad venezolana, fueron analizadas por mi colega y amigo Miguel Szinetár, profesor de la ULA, en un libro intitulado “El Proyecto de Cambio Social de Alberto Adriani 1914-1936”, 1998, CENDES, Caracas.

[6] Téngase en cuenta que para la época Venezuela aún no contaba con un Banco Central, de manera que en los años siguientes los asuntos cambiarios se fueron manejando mediante convenios y, a partir de 1937, a través de una oficina de centralización de cambios. En 1940 se crea el Banco Central de Venezuela (BCV), que además de convertirse, entre otras funciones, en el emisor único de bolívares, absorbe las labores referidas al manejo de la política cambiaria. Durante el periodo 1940-1944 se estableció un control de cambios que apuntaba a las claras al sostenimiento de una paridad del bolívar frente al dólar relativamente alta.

 

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