DESBALANCES DE LA ECONOMÍA VENEZOLANA (II): LA ENFERMEDAD HOLANDESA (II)

Dedicado a mi colega y amigo Alejandro Gutiérrez

En la entrada DESBALANCES DE LA ECONOMÍA VENEZOLANA (II): LA ENFERMEDAD HOLANDESA (I) se llegó a la conclusión de que este fenómeno se manifestó muy temprano, apenas la exportación de petróleo despuntó como la principal actividad económica. La posibilidad para el Estado venezolano de obtener mayores ingresos provenientes de las exportaciones de petróleo, como consecuencia de la devaluación del dólar en los Estados Unidos a comienzos de 1934, creó las condiciones no sólo para el aumento de la renta petrolera, sino también para que la apreciación del tipo de cambio socavará la competitividad de las actividades agro-exportadoras, especialmente de café y de cacao. Ya desde la década de 1940 se hizo evidente que la política cambiaria se amoldaría a ciertas condiciones del capitalismo rentístico que aún caracteriza a la economía venezolana.

Desde inicios de la década de 1960 se establece un tipo de cambio fijo a la paridad de 4,30 bolívares por dólar, sostenido por la abundante afluencia de divisas provenientes de las exportaciones petroleras, manteniéndose por espacio de un poco más de dos décadas. No obstante, desde comienzos de la década de 1980, en el contexto de una disminución importante de los ingresos petroleros, se acumularon déficit fiscales, que fueron financiados con préstamos del BCV, se produjeron ataques especulativos al tipo de cambio fijo y se intensificó la fuga de capitales, todo lo cual presionó sobre el nivel de reservas internacionales existentes, haciéndolas disminuir sensiblemente. Esta situación generó una crisis de balanza de pagos, obligando al gobierno de turno a aplicar, en febrero de 1983, una fuerte devaluación y posteriormente a establecer un control de cambio.

El economista venezolano Osmel Manzano y otros investigadores han identificado al menos cuatro crisis de balanza de pagos desde 1980: 1983, 1989, 1995, 2003. Tres de estas crisis conllevaron al establecimiento de controles de cambio y una de ellas (1989) a la modificación de un régimen de control de cambio por un régimen de tipo de cambio flexible. En general, las devaluaciones colaterales a estas crisis de balanza de pagos y otros ajustes macroeconómicos, han tenido su mayor impacto en acelerar la tasa de inflación, mucho más que el efecto de estimular la actividad económica, pues el tipo de cambio real solo se equilibra por muy corto tiempo.1

Al respecto, se puede hacer notar que desde mediados de 1970 hasta el presente, en el manejo del tipo de cambio los gobiernos en ejercicio han permitido su sobrevaluación por largos periodos, hasta un límite en el que se hace insostenible la política cambiaria y es necesario devaluar. Hay dos explicaciones básicas detrás de por qué se ha permitido la sobrevaluación. Hasta finales de los años setenta, la posibilidad de importar bienes de capital con dólares baratos, para impulsar el proceso de industrialización, sirvió de justificación plausible. Posteriormente, en la medida que las devaluaciones de  la década de los ochenta alimentaron una fuerte presión inflacionaria, la sobrevaluación fue el resultado de mantener un tipo de cambio que sirviera de ancla nominal de los precios.

La sobrevaluación del tipo de cambio ha originado los conocidos efectos de la enfermedad holandesa, expandiendo sobremanera las importaciones y desalentando las exportaciones de otros bienes diferentes al petróleo. La falta de competitividad ha recaído principalmente sobre la exportación de bienes manufacturados y semi-manufacturados, como se deduce de la alta dependencia que tiene Venezuela de sus exportaciones petroleras.2

En este sentido, un modelo teórico útil para entender el efecto típico de la enfermedad holandesa, de crear un sesgo anticompetitivo a las exportaciones no petroleras y, además, posiblemente desencadenar un proceso de desindustrialización, fue propuesto por Ricardo Hausmann en su libro “Shocks externos y ajuste macroeconómico”.3 Hausmann analiza la relación entre shocks de ingresos petroleros, producción de bienes transables (que pueden comercializarse internacionalmente) y producción de bienes no transables (que no pueden comercializarse internacionalmente).4 Se parte del principio de que el tipo de cambio real de equilibrio puede expresarse como una relación entre los bienes transables y no transables. En estos términos, el tipo de cambio real es igual al tipo de cambio nominal multiplicado por el índice de precios de los bienes transables dividido entre el índice de precios de los bienes no transables.5 Un supuesto del modelo es que el exceso de demanda de bienes transables por arriba de la producción interna puede cubrirse con importaciones, mientras que un aumento de la demanda de bienes no transables solo puede cubrirse con producción interna.

En este orden de ideas, sin detenernos a analizar otros supuestos teóricos del modelo, se tiene que los booms de ingresos petroleros siempre han provocado un aumento de la demanda agregada interna tanto de bienes transables así como de bienes no transables. La producción de bienes no transables para satisfacer su demanda eleva la demanda de trabajo hasta un punto que repercute en el incremento de los salarios y, por tanto, incrementa el índice de precios de los bienes no transables. Dado que el índice de precios de los bienes transables no aumenta, porque están determinados internacionalmente, de manera exógena, los bienes no transables se encarecen relativamente con respecto a los transables. En esta situación, se produce una apreciación del tipo de cambio real. Y aquí estamos de vuelta a los conocidos efectos de la enfermedad holandesa ya mencionados. La apreciación del tipo de cambio real abarata las importaciones y genera el sesgo anticompetitivo para las exportaciones de bienes transables (diferentes al petróleo). Para ponerlo en un contexto relativamente reciente, en el quinquenio 2008-2013 las exportaciones no petroleras representaron apenas un promedio del 5% de las exportaciones totales de Venezuela.

Las apreciaciones cambiarias prolongadas han tenido un efecto negativo adicional, reflejándose en un  proceso de des-industrialización. Las importaciones masivas de bienes con dólares baratos se han convertido en una seria dificultad para la producción interna, especialmente la producción manufacturera. Este efecto se ha hecho sentir con especial agudeza durante el periodo que abarca los gobiernos de la llamada “revolución bolivariana”. La desindustrialización se ha manifestado en la pérdida de la importancia relativa del sector manufacturero en la economía venezolana. Según cifras del BCV, mientras que el sector manufacturero representó 17,4% del PIB en 1998, su participación relativa se redujo hasta 13,4% en 2014. Por su parte, si se da crédito a la cifra manejada por la Confederación de Industriales de Venezuela (Conindustria), durante el periodo 1999-2010 el parque industrial, que contaba con alrededor de 11.000 empresas formales establecidas en 1999, se redujo en aproximadamente un 40% de su tamaño.

Las consecuencias de la desindustrialización, como lo sostiene Hausmann en el libro ya mencionado, van más allá de la caída de la producción industrial. Dado que la producción agregada de hoy depende de alguna manera de la de ayer y siendo el proceso de aprendizaje tecnológico o learning by doing un proceso continuo, la relativa desindustrialización de la economía venezolana afectará la producción agregada del mañana, al acumularse menos experiencia productiva, repercutiendo en un menor aprendizaje tecnológico y posiblemente en una menor productividad.

Dado que la falta de competitividad se traduce en una menor diversificación de las exportaciones, Hausmann, junto con Jason Hwang y Dani Rodrik, examinaron qué tanto afecta el crecimiento de largo plazo la falta de diversificación de las exportaciones. Utilizando un panel de datos de países desarrollados y en desarrollo, encontraron que entre más diversificadas son las exportaciones de una economía mayor será su tasa de crecimiento de largo plazo. Por lo contrario, las economías que muestran muy baja diversificación de las exportaciones generalmente registran un pobre desempeño económico de largo plazo. Venezuela se encuentra dentro del recuadro de países que exhiben muy baja diversificación de las exportaciones, teniendo como un resultado de ello una baja tasa de crecimiento económico.6

Una primera conclusión de lo dicho hasta aquí es que si analizamos en perspectiva histórica a la economía venezolana desde mediados de la década de 1970 hasta el presente, surge como característica recurrente la alta volatilidad de los ingresos petroleros, alternándose auges y caídas sustanciales. Esta volatilidad de los ingresos ha condicionado las decisiones en materia de política cambiaria y en las últimas cuatro décadas ha conllevado que, más allá de algunos episodios de ajustes macroeconómicos, acompañados de fuertes devaluaciones, ha prevalecido por largos periodos un tipo de cambio sobrevaluado, por lo cual los efectos perniciosos de la enfermedad holandesa no han dejado de hacerse sentir de una u otra manera.

Una segunda conclusión es atinente al hecho de que la enfermedad holandesa parece haber impactado con mayor virulencia en los últimos años, debido a que las distorsiones macroeconómicas en general y del tipo de cambio en particular son más agudas en relación a periodos anteriores. Desde esta perspectiva, si bien en algún momento se producirá el necesario ajuste macroeconómico, el cual provocará una nueva devaluación y acarreará costos económicos para la población, al menos es de esperar que se tomen las medidas correctivas que eliminen de manera permanente ese desequilibrio fundamental en la economía venezolana como lo ha sido sostener un tipo de cambio sobrevaluado.


1 Al respecto, véase el libro  de Osmel Manzano et. al “Macroeconomía y Petróleo”, 2008, Pearson, México.

2 Por un breve periodo, con la ejecución del programa de ajuste estructural de 1989 durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, se pudieron contrarrestar algunos de los efectos negativos asociados con la enfermedad holandesa.  El desmantelamiento de los altos niveles arancelarios y otras barreras al libre comercio, junto con la puesta en práctica primero de un régimen de tipo de cambio flexible y luego de un sistema de mini-devaluaciones (crawling-peg), se estimuló significativamente las exportaciones de bienes no petroleros, las cuales se elevaron sostenidamente durante la mayor parte de la década de 1990, hasta el punto de llegar a representar, en 1998, el 31,2% de las exportaciones totales.

3 Al respecto de este tema, un artículo seminal, donde se analiza cómo la enfermedad holandesa puede causar des-industrialización, lo cual depende de qué tan abierta al comercio internacional se encuentre una economía y qué tan grande sea el tamaño de su mercado interno, es el de Max Corden y Peter Neary, llamado “Booming Sector and De-industrialization in a Small Open Economy”, 1982, en The Economic Journal, N° 92. La referencia bibliográfica completa del libro de Hausmann es “Shocks externos y ajuste macroeconómico”, 1992, Ediciones IESA, Caracas.

4 En la entrada DIAMANTES DE SANGRE Y LA MALDICIÓN DE LOS RECURSOS (Y II) se hacía una distinción entre bienes transables y no transables que se vuelve a señalar aquí:  Los bienes transables y no transables corresponden a una clasificación de los bienes producidos con relación a la estructura económica. Son bienes transables aquellos susceptibles de comercializarse tanto en el interior del país como a nivel internacional; los no transables solo pueden consumirse dentro de la economía en la que se producen; no pueden importarse ni exportarse. Dos factores básicos determinan la transabilidad o no transabilidad de un bien: 1) los costos de transporte, que crea barreras naturales al comercio; 2) el grado de proteccionismo comercial existente. Los bienes explotados o producidos  de la minería, la agricultura y la manufactura son típicamente los más transables, mientras que servicios como electricidad, gas y agua, construcción, transporte y comunicaciones, servicios financieros y de seguros, no son fácilmente transables.

5 En términos algebraicos, la ecuación es: Er = En Pt / Pnt  Donde: Er es el tipo de cambio real; En es el tipo de cambio nominal;  Pt es el índice de precios de los bienes transables y Pnt es el índice de precios de los bienes no transables.

6 Al respecto, véase el artículo “What you export matters”, 2007, en Journal of Economic Growth, Vol. 12, N° 1.

 

Schoks externos y ajusteMacroeconomía y petróleo

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