DESIGUALDAD, CORONAVIRUS Y ASNOS ESTÚPIDOS

Dedicado a mi amigo y colega español Miguel Ángel Pérez García

Un relato breve del escritor de ciencia ficción Isaac Asimov llamado Asnos estúpidos, publicado en 1957, ironiza un poco acerca de lo paradójico que puede resultar juzgar la inteligencia humana en función de su progreso científico y tecnológico. En el relato, el dominio de la energía nuclear es la señal de que una sociedad planetaria ha alcanzado la inteligencia y la madurez necesaria para ingresar a la Federación Galáctica. Cuando el sabio y longevo funcionario encargado de registrar el ingreso de la Tierra a la Federación se entera que las pruebas termonucleares las ha realizado la especie humana explosionando bombas atómicas en su propio planeta, monta en cólera, no se lo puede creer, le parece absurdo e inmediatamente borra a la Tierra de su registro en los libros de ingreso. Al final exclama furioso: ¡Asnos estúpidos!

Hace algún tiempo hice una variación de este relato, destacando la paradoja de que en un mundo de seres inteligentes, dominadores ya no solo de la energía nuclear sino también de la biotecnología y la inteligencia artificial, la desigualdad económica global constituye un problema de gran calado. En lo que escribí presumía que los sabios de antiquísimas civilizaciones galácticas se sentirían igualmente contrariados con el Homo sapiens, y en particular con el Homo economicus, al comprobar que su inteligencia no le ha servido para crear un mundo más equilibrado en cuanto a la distribución de la riqueza producida y acumulada.

Al respecto, según datos de la ONG internacional Oxfam, publicados en enero de 2020, los 2.153 milmillonarios existentes en el planeta poseen tanta riqueza como 4.600 millones de personas, el 60% de la población mundial, y el 1% de los más ricos del mundo tienen el doble de riqueza que 6.900 millones de personas [1]. Esta enorme desigualdad económica supone una amenaza para la estabilidad de la sociedad global y, de agravarse, de no ponérsele remedio, es de temer que más temprano que tarde amenace seriamente los equilibrios fundamentales del orden político y económico mundial, como lo han documentado y analizado profusamente varios estudiosos del tema [2].

La imagen de una isla habitada por poderosos capitalistas, rodeada de un inmenso mar de gente depauperada y excluida, puede muy bien servir de símil para una prospectiva de la situación. Una imagen que es propia además de la realidad de algunas de las grandes urbes de los países subdesarrollados y hasta se llega a observar, en una escala mucho menor, en algunas ciudades de los países desarrollados. Se trata de una futura distopía que queda reflejada en películas como la estadounidense Elysium (2013, Dir. Neill Blomkamp), representativa de una variedad de films de este tipo. Desde esta perspectiva y volviendo a la variación del relato de Asimov que escribí, si el registro de la Tierra en la Federación Galáctica pasara por comprobar qué tan equilibrada materialmente es su civilización, la escandalosa desigualdad existente llevaría al sabio escribiente a anularla y probablemente lanzaría otro ¡Asnos estúpidos!

Se me ocurre que otro motivo desde el cual juzgar la inteligencia colectiva puede ser el tratamiento del problema de salud pública, económico y social que se ha desencadenado desde inicios de este año con la epidemia del coronavirus. Asumamos, como en el relato de Asimov, que existen civilizaciones inteligentes en toda la Galaxia y que estas civilizaciones obviamente buscan soluciones globales a los problemas globales. Supongamos también que la emergencia de pandemias es un problema al que recurrentemente se enfrentan esas sociedades planetarias. En este contexto, haciendo otra variación al relato, el sabio intergaláctico puede evaluar el ingreso de la Tierra a la Federación Galáctica considerando cómo sus habitantes se enfrentan a una pandemia. Pensará que si en la Tierra ya se domina la energía nuclear, la biotecnología y la inteligencia artificial, el tratamiento de las pandemias sigue el protocolo de las sociedades planetarias inteligentes, basado en la solidaridad, la cooperación, haciendo uso de la mejor ciencia y tecnología disponible en cuestiones sanitarias, con políticas de salud pública globales, aquellas que resulten más efectivas en el combate del virus para toda la población mundial.

Sin embargo, pronto corrobora que pasa muy poco de eso y antes más bien los gobiernos de los países cierran sus fronteras, aplican su propias políticas exclusivas, les funcionen o no, se acusan mutuamente de las fallas sanitarias y hasta de haber causado a propósito la pandemia. Además, constata que la desigualdad económica ya mencionada provoca que esta tenga impactos negativos muy diferentes en los países ricos y pobres y entre los ricos y los pobres del mundo entero. La alta vulnerabilidad e incertidumbre que acompaña la vida de los pobres enfrentados a las enfermedades lo dejaría sencillamente consternado [3]. Por todo ello, su reacción sería muy similar a la que tuvo al enterarse que las bombas atómicas las explota la especie humana en su propio planeta. Seguramente, mientras anula el ingreso de la Tierra a la Federación Galáctica, volvería a exclamar lleno de rabia y decepción: ¡Qué barbaridad! ¡Asnos estúpidos!

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[1] El reporte de Oxfam que contiene estos datos se llama Time to Care. Unpaid and underpaid care work and the global inequality crisis (2020, Oxfam Briefing Paper, January, Oxfam International).

[2] Entre los estudiosos más destacados de este tema se encuentran el economista serbio-estadounidense Branko Milanovic (Worlds Apart: Measuring International and Global Inequality, 2007, Princeton University Press); dos Nobel de Economía: Joseph Stiglitz (El precio de la desigualdad, 2012, Taurus) y Angus Deaton (The Great Escape: Health, Wealth, and the Origins of Inequality, 2013, Princeton University Press) y el economista francés Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI, 2014, FCE).

[3] Se puede enfocar el problema del coronavirus como un problema de salud pública global. Desde este punto de vista, la salud pública es un bien común, pero la pandemia del coronavirus se enfrenta con políticas que conducen a una “tragedia de los comunes”, es decir, el problema se ataca con todos los gobiernos de los países actuando de manera individual en beneficio casi exclusivo de sus propios ciudadanos, resguardando sus propios intereses, lo cual conlleva a alejar las posibilidades de obtener la mejor solución de salud pública para el colectivo mundial.

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@iscovarrubias

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