ECONOMÍA CONDUCTUAL Y CORONAVIRUS

Cuando se lee algún libro o artículo o se hace un curso básico de economía conductual o economía del comportamiento [1], como también se le llama a la rama de la economía que analiza las irracionalidades, en forma de sesgos cognitivos, en nuestra toma de decisiones de cualquier nivel, generalmente uno se topa con algún ejercicio que ejemplifica el framing effect o “efecto marco” sobre la toma de decisiones, un sesgo cognitivo consistente en que de acuerdo a la forma como se configure y se nos presente una determinada información con opciones de decisión, este marco influirá en nuestra elección. El ejemplo clásico, tomado de los experimentos de los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky en los años de 1980 en Estados Unidos, es el siguiente:

Se presenta en el país un brote de una rara “enfermedad asiática” que según los pronósticos puede matar a 600 ciudadanos. Para combatir la enfermedad, se le pide a un grupo de personas que elijan entre

A) Un tratamiento que garantiza sobrevivan 200 personas.

B) Un tratamiento donde existe un 33% de probabilidad de que se salven 600 personas y un 67% de probabilidad que no se salve nadie.

Alternativamente, se plantea este otro par de opciones:

C) Un tratamiento donde con seguridad morirán 400 personas

D) Un tratamiento donde existe 33% de probabilidad de que nadie muera y 67% de probabilidad de que mueran las 600 personas.

Como se puede observar, la opción A y la opción C son cuantitativamente equivalentes -se salvan o se pierden la misma cantidad de vidas-  al igual que lo son la opción B y la D –presentan las mismas probabilidades de salvación o fallecimiento-. Lo curioso de este experimento es que generalmente cuando se aplica la primera tanda de opciones los encuestados eligen en un alto porcentaje la opción A, pero cuando se les presenta la segunda tanda la gran mayoría elige en un alto porcentaje la opción D. Si alguien elige la opción A y es consistente o racional debería también elegir la opción C porque ambas opciones son cuantitativamente similares. De la misma manera, si elige la opción B, para ser consistente y racional debería elegir también la opción D por la misma razón.

El experimento demostró que no siempre somos consistentes al tomar decisiones y cometemos diversos sesgos cognitivos, lo cual constituyó todo un hito para el desarrollo desde hace cuatro décadas de la economía conductual [2]. Kahneman y Tversky atribuyeron la incoherencia registrada al sesgo cognitivo relacionado con el “efecto marco” mencionado. Al reformularse la información de las opciones A y B en las opciones C y D destacando más las personas que morirán que las que se salvarán, la diferencia en la forma como se presenta la información provoca que quienes eligen en la primera tanda la opción A -la seguridad de que se salvarán 200 personas-  en la segunda tanda se decantan por la opción D -que supone tomar el riesgo de que todos mueran-. Al parecer las palabras “vida” y “muerte” no son neutras en el efecto que tienen en la toma de decisión respecto a lo planteado, se produce, pues, un sesgo cognitivo.

Una explicación adicional toma en cuenta que en estas decisiones se puede presentar otro sesgo cognitivo denominado “aversión a la pérdida”. Si usted le pregunta a un economista convencional cuál es el efecto en el nivel de utilidad –satisfacción, felicidad, placer- de ganarse 100 $ frente al nivel de desutilidad –insatisfacción, infelicidad, displacer- que produce perder 100 $ le dirá que son idénticos porque el valor señalado en ambos casos es el mismo. Pero los experimentos y algunos hechos económicos puntuales, especialmente los vinculados con las decisiones financieras, han demostrado que la mayoría de las personas son reacias a sufrir pérdidas, es decir, le otorgan un mayor valor a perder cierta cantidad de dinero, activos o recursos que el valor correspondiente de ganarlos en la misma cantidad. En este sentido, las personas que eligen el tratamiento D de la segunda tanda de opciones, que destaca más las pérdidas de vida, pudieran estar experimentando el efecto del sesgo cognitivo de aversión a la pérdida.

He entrecomillado “enfermedad asiática” en el enunciado del experimento para destacar que aunque no tengo ni idea de por qué los investigadores pensaron en una epidemia que viene de Asia y no de África, Europa o América Latina, lo cierto es que, sorprendentemente, con la emergencia del coronavirus han aflorado sesgos cognitivos que cometemos sistemáticamente en la toma de decisiones. Por ejemplo, salvo los expertos, muy poca gente es conocedora de cómo emergió este virus y de la forma como se propaga. De manera que sus decisiones para protegerse del mismo tienden a sufrir el sesgo cognitivo de disponibilidad, consistente en que la disponibilidad de información que se tiene más a mano o la que se ha difundido profusamente es la que más influirá en las decisiones. Lamentablemente, alguna parte de esta información ha resultado ser falsa, lo cual puede conllevar a generar en las personas más alarma de la necesaria y reacciones de miedo y pánico que influyen más que el raciocinio en qué hacer y cómo comportarse ante la amenaza de contraer el virus. Sería ideal que las medidas de seguridad y sanitarias, es decir, las políticas públicas instrumentadas en todo el mundo para combatir y eventualmente eliminar el coronavirus, pudieran evitar que la gente caiga en sesgos cognitivos frente a esta amenaza, pero, por ahora, no se ha avanzado tanto en economía conductual como para lograrlo efectivamente.

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[1] A propósito de esto, por estos días precisamente realizo un curso excelente del BID sobre estos asuntos llamado Economía del comportamiento para mejores políticas públicas.

[2] Las investigaciones por más de cuatro décadas de Daniel Kahneman en materia de economía conductual lo llevaron a que se le concediera el Premio Nobel de Economía en 2002, Amos Tversky no lo recibió conjuntamente con él porque falleció en 1996.

icovarr@ucla.edu.ve

@iscovarrubias

 

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