EL DILEMA DEL TRANVÍA Y LOS POLÍTICOS POPULISTAS

El dilema del tranvía es un experimento filosófico planteado como un dilema moral, donde se supone que un tranvía viene a toda velocidad y atropellará a tres personas que un filósofo loco ha amarrado a los rieles de la vía y las matará en el acto. Existe la alternativa de apretar un botón que desviará al tranvía y en su desvío atropellará a solo una persona, matándola en el acto. Quienes se someten al experimento deben decidir si aprietan el botón o no. Una variación del experimento es que en vez del botón para desviar la trayectoria del tranvía se puede salvar a las tres personas empujando a un hombre que está en el andén por donde pasa, obligando a que se detenga, pero la persona empujada morirá. Los individuos sometidos a esta prueba deben decidir qué acción tomar. ¿Qué decidiría usted? En general, las decisiones de la gente respecto a este dilema tienden a fundamentarse en un criterio “utilitarista”, es decir, se asume que lo correcto es tratar de salvar más vidas o causar menos muertes, como usted lo prefiera. La elección basada en un criterio utilitarista alcanza un alto porcentaje en el primer caso, pero disminuye apreciablemente en el segundo caso cuando se percibe que hay más responsabilidad en la acción que lleva a que una vida se pierda. Este dilema humano no se observa en las decisiones de robots que funcionan con algoritmos. En la película I Robot el resentimiento del detective Spooner hacia los robots humanoides del 2035 le viene del accidente que sufre en un auto que cae a un río y él se estaba ahogando junto con una niña que le acompañaba. Un robot interviene y lo salva, pero no a la niña, porque su algoritmo calculó que Spooner tenía mayores probabilidades de sobrevivir.

En el escenario de la cuarta revolución industrial será cada vez más común ver circular carros autónomos, que son una especie de robots. El historiador israelí Yuval Noah Harari en su libro 21 lecciones para el siglo XXI (Debate, 2018), analiza una interesante variación del dilema del tranvía usando estos autos. Un carro autónomo circula por una calle y se encuentra a dos niños jugando a los que no podrá evitar atropellar a menos que se desvíe y choque contra una pared, habiendo una alta probabilidad que muera quien va en el auto. Cuando se encuestó a un grupo de personas sobre qué debería hacerse en esta situación la gran mayoría respondió que el auto tenía que desviarse y salvar a los chicos aún al coste de matar a quien va en su interior. Pero como una minoría no decide eso, se puede especular que para complacerlos a todos hipotéticamente se podrían fabricar dos tipos de carros autónomos: uno programado con un algoritmo para desviarse, el modelo T-Altruista, y otro programado para no desviarse, el modelo T-Egoísta. Lo interesante del asunto es que cuando se les preguntó a las personas encuestadas cuál de los dos autos elegirían para ellos mismos, la gran mayoría respondió que se decidirían por el modelo T-Egoísta.

Una implicación de este dilema moral es que muestra que la naturaleza humana nunca es altruista o egoísta de forma absoluta sino siempre relativa. La mayoría de nuestras decisiones dependen del contexto en el que se presentan y de lo que está en juego con respecto a nuestros propios intereses. Decidir la suerte de quien va en un vehículo autónomo es diferente si se trata de cualquier persona a si somos nosotros mismos. En general, tendemos a ser altruistas cuando las decisiones no nos involucran, al menos no directamente, y tendemos a ser egoístas cuando las decisiones nos involucran, cuando afectan nuestros intereses y el resultado de estas decisiones tendrá un efecto sobre nosotros. De ello se dio perfecta cuenta el filósofo y economista escocés de la segunda parte del siglo XVIII Adam Smith, causando un revuelo en el pensamiento filosófico y económico por la inquietante pregunta que dejó en el aire y aún hoy en día se discute acaloradamente sobre ella: ¿Es el auto-interés, el egoísmo, la codicia individual, si todos la practicamos, beneficiosa para la sociedad?

Que seamos a veces altruistas y a veces egoístas es muy común en las personas que actúan racionalmente, definiendo individuo racional a la manera como lo hacen los economistas: sujetos que buscan con los medios a su alcance maximizar el resultado de sus acciones. Pero esta aparente contradicción raya en la mera hipocresía cuando se trata de la conducta que a menudo practican los políticos populistas, especialmente los izquierdistas. Estos proclaman a los cuatro vientos tener sentimientos altruistas y en consecuencia son muy generosos en sus consignas y acciones cuando tienen el poder. Su comportamiento altruista consiste básicamente en volverse dadivosos con la distribución de bienes y recursos públicos y privados que no les pertenecen, los que pueden expropiar o confiscar. Pero esta actitud cambia radicalmente a fervientes egoístas si sienten la menor amenaza de perder sus propios bienes y riqueza, incluso cuando esta ha sido obtenida de forma ilícita. Instalados en el poder, se resistirán denodadamente a la posibilidad de ser desalojados, un poder que les permite enriquecerse, disponer de recursos y de personas. Está visto que estos políticos son capaces de pelearse duramente entre ellos con tal de mantener sus prerrogativas y al costo que sea. Y esto no parece perturbarles en lo más mínimo ni causarles ningún tipo de dilema moral, creo que muchos ni siquiera saben de qué se trata ni se lo preguntan, hasta que de vez en cuando a alguno lo toma descuidado y lo alcanza un tranvía desbocado.

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