EL DISCRETO ENCANTO DE ELENA PONIATOWSKA

Dedicado, una vez más, a mi querida amiga y colega mexicana Sheila Delhumeau

Elena Poniatowska nació en París en 1932, pero vive en México desde los diez años. El detalle no es baladí, porque Poniatowska es tan mexicana como el tequila. Comparte esta singularidad al menos con dos famosos, el cantante Luis Miguel, que nació en Puerto Rico y con la ya fallecida cantante Chavela Vargas, nacida en Costa Rica, quien decía al respecto de esto que los mexicanos son tan particulares que nacen donde se les da su chingada gana. En el caso de Poniatowska su mexicanidad además se ha revelado ostensiblemente en toda su larga trayectoria como periodista y escritora, una trayectoria que ha sido merecedora de premios nacionales e internacionales, como el Cervantes en 2013. Se trate de sus novelas, sus cuentos o de sus ensayos, como el magnífico La noche de Tlatelolco (1971), Poniatowska despliega casi en cada página, a través de sus personajes y situaciones, una especial manera de ver y de narrar el hacer y el quehacer de los mexicanos, de sus luchas de poder, de las creencias acendradas en el pueblo, de sus sueños políticos, económicos y sociales realizados o frustrados, de su historia llena de matices y asombros.

Poniatowska es una de las escritoras más activista, feminista y comprometida con entender el México profundo, el olvidado. También repara en el México de la pobreza, groseramente desigual y dominado por fuerzas de poder político y económico que responden a exclusivos intereses caudillistas, clasistas y de grupo, en desmedro de las enormes posibilidades que ofrece este gran país, con la riqueza de recursos que posee y con el gran talento, creatividad e inteligencia de su gente. Su narrativa se decanta especialmente por intercalar el drama testimonial, con base en hechos históricos que le sirven de contexto a la narración y a las acciones de los personajes. Tiene un discreto encanto que se hace bien visible conforme uno descubre su buena escritura. Leerla resulta un verdadero placer si atendemos, en primer lugar, a que narra muy bien y lleva perfectamente hilvanado el pulso de las pasiones y emociones que se desarrollan en medio de sus dramas. En segundo término, sus reflexiones y agudos cuestionamientos como manifestaciones de cierta perspectiva de la mexicanidad, pueden ampliarse, como un espejo agrandado, aceptando las diferentes singularidades y matices que median, a la realidad de los demás países latinoamericanos.

Hasta el presente he leído tres novelas suyas: Hasta no verte Jesús mío (Alianza, 2014), publicada originalmente en 1969; El tren pasa primero (Alfaguara, 2005), publicada originalmente en 2005, ganadora del Premio Rómulo Gallegos; y la que acabo de culminar por estos días: La piel del cielo (Alfaguara, 2001), Premio Alfaguara de Novela. De estas tres, La piel del cielo es la que me ha gustado más y como la tengo fresca en la memoria es la que paso a analizar brevemente. La narración va trazando alrededor de un personaje, Lorenzo de Tena, una historia maravillosa de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX mexicano, girando en torno a su deseo de descubrir los secretos del universo, de destinar su vida a su pasión por la astronomía y luego por hacerla avanzar en su país, ponerla en el mismo lugar que tiene en su vecino Estados Unidos. Pero los deseos y las acciones de Lorenzo se enfrentan a un entorno de incomprensión, moldeado por un cuadro social de desigualdades y falta de oportunidades para la mayoría. También se traslucen las grandes dificultades para el progreso de la educación y de la ciencia, verdadero obstáculo para el alcance de un desarrollo económico y social inclusivo y sostenible. Lorenzo es un inconformista y un rebelde frente a toda esta situación y frente a la pasividad de la mayoría de sus compatriotas, especialmente de parte de la élite económica y la clase política. Su rebeldía recala en frustraciones por lo inalcanzable de las metas, aunque el mismo logra vencer retos heroicos en su conocimiento de las estrellas que terminan recibiendo el reconocimiento de sus pares nacionales e internacionales.

Desde mi punto de vista, la novela permeabiliza ciertos rasgos de la cultura y la sociedad mexicana dignos de mencionar. Uno de ellos discurre alrededor de la confirmación de la gran tradición astronómica existente en México desde la época prehispánica, resultado de haber sido el asentamiento de las civilización Maya y de la Azteca, civilizaciones con un muy buen conocimiento astronómico, lo cual les permitía predecir eclipses, como también nos lo recuerda el famoso cuento del escritor guatemalteco Augusto Monterroso: El eclipse, les posibilitaba llevar un calendario bastante sofisticado y detectar el correcto movimiento de los cuerpos celestes.

Otro rasgo se devela alrededor de otra gran tradición mexicana y latinoamericana, una que también tiene un hilo conductor desde la época prehispánica, pasando por la Colonia y extendiéndose hasta el presente. Se trata de la gran exuberancia y versatilidad artística, gastronómica y artesanal que ya poseían los indios mayas, aztecas, también los incas, y que se despliega materialmente alrededor de una gran cantidad de construcciones, obras de arte y objetos artesanales. Todo ello se observa reproducido en los templos, iglesias, haciendas, edificios, en los murales, pero también en los muebles, vajillas, vidriería, orfebrería, talabartería, platos típicos. El observatorio de Tonantzitla, una construcción real que es uno de los ambientes por donde discurre la novela, representa algo de esta fusión de saberes que vienen del pueblo juntado con lo más avanzado de la tecnología de la época.

Un tercer rasgo señala la paradoja de que teniendo México, y el resto de Latinoamérica, verdaderos talentos y genios en todas las artes y las ciencias, jóvenes con un enorme potencial para ser músicos, científicos, ingenieros, médicos, de primer nivel, que no tendrían nada que envidiar a los de los países desarrollados, en realidad no lo logran porque se quedan estancados en medio de la falta de visión de la sociedad y los gobiernos para la continuidad y sostenibilidad de las políticas educativas, científicas y tecnológicas, necesarias para el progreso de estas áreas. Estos talentos reales o potenciales generalmente pasan a engrosar la llamada “fuga de cerebros”, la cual aprovechan otras naciones que sí le dan el valor correspondiente a la educación y a la ciencia.

Los rasgos y dimensiones sociales mencionados y otros narrados en la novela Poniatowska los desarrolla con contundencia y acierto, pero no llevándonos por un camino árido, sino entroncándolos maravillosamente dentro de un drama donde no están ausentes las pasiones, los amores, las lealtades, los compromisos. Y lo hace con soberbia maestría y con inmenso deleite para su lector.

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