EL DISCRETO ENCANTO DE LA ECONOMÍA DE MERCADO

En memoria y recuerdo de mi amiga y colega Soemí Urdaneta

El libro “Repensando el Mundo: 111 sorpresas del siglo 21” (2016, La hoja del Norte) del analista internacional venezolano Moisés Naím, es una recopilación de sus artículos publicados en el diario El País. Uno de los artículos se llama ¿Qué piensa el Mundo? en el que Naím analiza una encuesta del Centro de Investigaciones Pew, realizada a nivel global en 2014, incluyendo 44 países divididos entre desarrollados (los de Europa, Estados Unidos, Corea del Sur, Japón); economías emergentes (como Argentina, Brasil, China, Colombia, India, México, Nigeria, Rusia, Pakistán o Sudáfrica) y economías en desarrollo (Bangladesh, Nicaragua, Kenia, Ghana).

Una de las preguntas de la encuesta está referida a si la gente de los diferentes países encuestados percibe que le va mejor o le iría mejor en una economía de libre mercado.  La encuesta constata que el país en el que la afirmación tuvo la mayor aceptación fue Vietnam, un país que, al igual que China, es gobernado por un partido único cuya doctrina oficial es el comunismo.  Por su parte, Corea del Sur, Alemania y Estados Unidos son los países desarrollados donde la pregunta obtuvo más respuestas positivas y entre los países emergentes Argentina y Jordania tuvieron los mayores porcentajes de rechazo. Entre los países en desarrollo, Uganda y El Salvador destacan como las naciones donde más se rechaza la economía de mercado, mientras donde es más aceptada son Bangladesh, Ghana y Nicaragua (una nación con un gobierno socialista).

En general y en promedio, el Mundo se inclina a favorecer la economía de mercado (66% de los encuestados) pero donde más recibe apoyo es en los países más pobres: 80% en Bangladesh, 75% en Ghana y 74% en Kenia. Entre las economías emergentes, 76% de los chinos encuestados perciben que les va o les iría mejor en una economía de mercado, alcanzando la aceptación una cifra de 72% en la India y de 60% en Brasil.

Hay varios aspectos que llaman la atención de esta encuesta. El primero es que se trata de una pregunta genérica, cuya respuesta está condicionada para que los encuestados valoren la economía de mercado desde una perspectiva de sus bondades de corto plazo, relacionadas con la eficiencia que consigue en cuanto a resolver satisfactoriamente, o al menos más satisfactoriamente que las economías socialistas o los capitalismos de Estado, los problemas atinentes a las tres preguntas que se hace Paul Samuelson en su famoso libro texto de Economía: qué producir, cómo producir y para quién producir. La respuesta a la pregunta no parece generar mayor reflexión sobre dos grandes problemas de las economías de mercado en el largo plazo: el posible aumento de las fallas de mercado, especialmente las relacionadas con el incremento de la contaminación ambiental, y el aumento de la desigualdad económica. Ambos problemas ya son una realidad palpable en muchos países y tienden a agudizarse. De manera que la percepción que tienen los encuestados sobre las ventajas de la economía de mercado en cuanto a generar bienestar puede estar muy sesgada hacia las oportunidades individuales que brinda, soslayando los importantes costos sociales relativamente encubiertos de su funcionamiento.

El segundo aspecto que llama la atención, por lo paradójico, es que sea en países con regímenes políticos comunistas donde se alcancen percepciones bastantes favorables hacia la economía de mercado, que exista la intuición de que se trata de la organización económica que más facilita la prosperidad y el bienestar. También resulta una paradoja que la misma apreciación se tenga en naciones que, si bien no tienen regímenes políticos comunistas, sí los tienen muy inclinados hacia la estatización de la economía y la implementación de planes socialistas para la resolución de los dilemas económicos relacionados con qué producir, cómo producir y para quién producir. Quizás la explicación se deba a que en estos regímenes afloran más temprano que tarde agudos problemas económicos de difícil solución, al presentarse recurrentes cuellos de botella en la producción y problemas asociados a los controles de precios, lo cual termina causando caída de la producción, escasez y desabastecimiento de bienes y servicios esenciales, generando recesión económica acompañada de altas tasas de inflación. Probablemente la gente de esos países piensa que el cambio de modelo económico sería lo que permitiría el cambio de la situación.

Algo como lo señalado explicaría por qué en Venezuela un 67% de los encuestados aprueba vivir en una economía de mercado. Sin duda piensan que esta organización económica favorecería sustancialmente su calidad de vida y su bienestar. El contraste con la organización económica de la Venezuela actual no puede ser mayor. En este país prevalece una economía rentista, fuertemente dependiente del ingreso de las exportaciones petroleras, altamente estatizada, sometida a todo tipo de controles de precios, con un gobierno sobre-endeudado externamente y con políticas económicas que han significado el colapso, reflejándose en la aguda caída del PIB desde el 2013 y en tasas de inflación por arriba de los tres dígitos en los últimos tres años, provocando un significativo aumento de la tasa de pobreza, la cual ronda el 80%, sumado a agudos problemas de escasez de muchos bienes y servicios, especialmente alimentos y medicamentos.

Venezuela no solo no es actualmente una economía de libre mercado sino más bien roza la antítesis de este modelo; donde la eficiencia económica en la utilización de recursos es muy pobre, reflejándose por ejemplo es que el país ocupa una de las últimas posiciones en indicadores de productividad y en el índice de competitividad global que elabora anualmente el World Economic Forum. [1] De la misma manera, siendo la libertad económica y el respeto de los derechos de propiedad privada elementos esenciales de una economía de mercado, el respectivo índice de libertad económica, elaborado anualmente por The Heritage Foundation, encuentra persistentemente a Venezuela en las últimas posiciones, señalándola como unas de las economías con menos libertad económica del planeta. [2]

Es difícil pronosticar si ciertamente con una economía de libre mercado Venezuela pudiera realmente orientarse al crecimiento económico y la prosperidad de la mayoría de su población. En todo caso, está claro que el llamado socialismo del siglo XXI ha traído penurias y ruina material, imponiéndose la necesidad de implementar otro modelo. El político alemán Konrad Adenauer acuñó la frase: “Tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario” y tal vez sea este un buen punto de partida para debatir el tipo de organización económica que Venezuela  y muchos otros países, sometidos un tiempo a los desmanes de las políticas neoliberales, asociadas al fundamentalismo de mercado, y luego azotadas por el populismo económico, necesitan.

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[1] El índice de Competitividad Global con el que se evalúa qué tan competitiva es una determinada nación incluye más de 100 indicadores agrupados en los siguientes pilares de competitividad: 1) Instituciones; 2) Infraestructura; 3) Estabilidad macroeconómica; 4) Salud y educación primaria; 5) Educación superior y capacitación; 6) Eficiencia en el mercado de bienes; 7) Eficiencia en el mercado laboral; 8) Sofisticación del mercado financiero; 9) Preparación tecnológica; 10) Tamaño de mercado; 11) Sofisticación empresarial; 12) Innovación.

[2] El índice de libertad económica con el que se evalúa qué tanta libertad económica existe en una determinada nación se valora con los siguientes indicadores: 1) Derechos de propiedad; 2) Integridad del gobierno; 3) Efectividad judicial; 4) Gasto público; 5) Impuestos; 6) Salud fiscal; 7) Libertad empresarial; 8) Libertad laboral; 9) Libertad monetaria; 10) Libre comercio; 11) Libertad de inversión; 12) Libertad financiera.

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