GALBRAITH, PIKETTY Y EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI

En el 2017 volví a leer, después de una veintena de años, “Historia de la Economía” (1989, Ariel), del siempre discutido y polémico economista que fue John Kenneth Galbraith. El libro fue publicado originalmente en 1987, con el título más apropiado para su contenido de Economics in Perspective. A critical History. Se trata de un balance relativamente completo, aunque no equilibrado, de los hechos y problemas económicos y de las teorías que explican o intentan explicar esos hechos y problemas. En el libro, especialmente desde el abordaje de las teorías de Adam Smith hasta la confrontación de las ideas keynesianas y monetaristas, Galbraith asume una perspectiva aguda e ingeniosa, iluminando algunos problemas que el saber convencional de la ciencia económica a menudo ha escondido o desdeñado.

En este sentido, me referiré a dos aspectos de los varios que destacan en el libro, aspectos que tienen la particularidad de seguir teniendo relevancia en el contexto económico actual. Uno de ellos es el problema del aumento de la desigualdad económica. El otro problema tiene que ver con la sostenibilidad de los socialismos reales, a los cuales Galbraith, quien era aficionado a usar metáforas grandilocuentes y efectistas, les dedica una sentencia contundente. Esta sentencia, a mi manera de ver, sique siendo válida incluso en el contexto de los socialismos actuales, particularmente para el llamado “Socialismo del siglo XXI” venezolano.

El primer problema, el de la desigualdad económica, se destaca a partir del análisis que hace Galbraith alrededor de las ideas y recomendaciones de política económica del periodista estadounidense, devenido en pensador de la economía, Henry George (1839-1897). Sus planteamientos tuvieron amplia difusión e influencia durante el último cuarto del siglo XIX e incluso hasta las décadas de 1920 y 1930, tanto en Estados Unidos así como en Europa. George fue uno de los primeros en llamar la atención sobre el problema de la desigualdad económica. Para él, mientras la riqueza producida por el progreso de su época se destinara casi exclusivamente a aumentar las grandes fortunas, especialmente la de los terratenientes, y a ampliar la brecha entre la opulencia de los ricos y la pobreza de la mayor parte de los estratos sociales, el progreso no sería real y no podría sostenerse. El principal remedio sugerido para este problema era la aplicación de un impuesto a las rentas obtenidas de la propiedad del suelo, uno creciente conforme aumentaran dichas rentas. Por su parte, Galbraith hace la observación de que la propiedad de la tierra no era la única generadora de riqueza sin esfuerzo. Los inversores pasivos, propietarios de toda clase de empresas industriales, de transportes, comunicaciones y de la banca, también incrementaban sus ingresos conforme la rentabilidad de éstas aumentaba. El impuesto propuesto por George no se implementó, pero no sería la última vez que se hablaría de una política impositiva para las rentas generadas de la propiedad de activos.

Con el explosivo crecimiento, especialmente a partir de la segunda guerra mundial, de la economía norteamericana y de algunas europeas, se desnaturalizó en la práctica la crítica al aumento de las rentas de los grandes propietarios del capital. El crecimiento de las economías fue impulsado, entre otros factores, por el significativo incremento de la productividad laboral. El aumento de la productividad generó a su vez un sustancial incremento de los salarios reales, y el mayor ingreso en manos de las familias trabajadoras neutralizó en buena medida el aumento de la brecha de desigualdad económica. Pero en algún momento de la década del setenta, según los economistas estudiosos del desempeño de la productividad, todo cambió. Esta se ralentizó y aún constituye un problema que, cuatro décadas después, parece persistir. Sin entrar en los detalles de las causas de esta baja de la tasa de productividad, lo que está bastante claro es que ha afectado el crecimiento de la mayoría de las principales economías desarrolladas. No obstante, su principal impacto ha sido frenar el crecimiento de los salarios reales y en consecuencia de los ingresos de los trabajadores, incluso de los calificados. Y esta merma se ha reflejado en un incremento de la brecha de desigualdad, porque la renta de los propietarios del capital sí ha seguido creciendo a su tasa característica.

Este problema suscita en esta era contemporánea agudos debates y recomendaciones de política para corregirlo. El famoso libro del economista francés Thomas Piketty, “El capital en el siglo XXI” (2014, FCE), publicado originalmente en el 2013, puso en perspectiva el problema de que la rentas de los propietarios del capital, principalmente la de los propietarios hereditarios, es decir, de gente como la señalada por Galbraith, que son inversores pasivos, se han incrementado en las últimas décadas a una tasa más elevada que la tasa de crecimiento de las economías y de los salarios reales. Algunos de los remedios sugeridos por Piketty para atajar el aumento de la desigualdad, implican promover políticas impositivas a esas rentas, tal y como en su momento lo sugirió Henry George, en el último tercio del siglo XIX, para los propietarios de la tierra.

En relación al segundo aspecto mencionado, los problemas del socialismo, cito directamente del libro, por su brevedad y concisión, una de las opiniones de Galbraith al respecto: “El socialismo en nuestros días no es un producto de la acción de los socialistas; en realidad el socialismo moderno es el hijo fracasado del capitalismo. Y seguirá siéndolo en los años venideros”. (p. 323) [1] Evidentemente refleja una cierta intuición de Galbraith, que a decir verdad ya tenían muchos analistas internacionales, politólogos y economistas en la década de los ochenta, de que en pocos años el mundo socialista se podría venir abajo como efectivamente ocurrió. La construcción del socialismo real sería así una tarea imposible y su fracaso fue el resultado de apoltronarse sobre sociedades donde el capitalismo no enraizó o no prosperó.

Al margen de la interesante discusión que derivaría de aplicar la reflexión de Galbraith a los socialismos reales, ya desaparecidos, vamos a analizarla en el contexto del socialismo del siglo XXI venezolano. El despliegue del poder del chavismo en Venezuela se llevó a cabo bajo la prédica de demoler los ya precarios andamiajes que sostenían el capitalismo rentístico, para utilizar una definición de la economía venezolana que al respecto ha aportado Asdrúbal Baptista, uno de sus principales investigadores. [2]

En el capitalismo rentístico, la economía y a la sociedad venezolana están atrapadas en un círculo vicioso, caracterizado por el reparto populista de la renta petrolera y por la captura de una buena parte de esta por los grupos políticos, económicos y financieros cazadores de renta. Pero el socialismo del siglo XXI no cumplió su cometido de demoler el capitalismo rentístico y antes más bien sobredimensionó sus prácticas económicas y políticas altamente dañinas. En principio, con el boom de ingresos petroleros de casi una década, sumado al significativo sobrendeudamiento interno y externo,  se logró enmascarar los males latentes, redistribuyéndose la renta de una forma más equitativa. Esta redistribución alentó por unos años la disminución apreciable de las tasa de pobreza, pero sin modificar ni dinamizar endógenamente la estructura productiva del país, con el perjuicio adicional de convertir a PDVSA en una agencia redistribuidora de la renta petrolera, descuidando gravemente sus funciones operativas, lo cual ha supuesto una disminución importante de su capacidad de producción y de su eficiencia productiva y financiera. El derrumbe de los ingresos petroleros desde hace un quinquenio desnudó la dura realidad de una economía muy dependiente de las exportaciones petroleras y sostenida casi exclusivamente sobre el caudal de renta que éstas generan, ahora muy mermado y redistribuido de manera ineficiente y clientelar. El colapso económico y social actual es la fase exacerbada, llevada a una etapa terminal, de los vicios de ese capitalismo rentístico nunca superado.

Con la relectura de “Historia de la Economía” del gran John Kenneth Galbraith, he vuelto a aprovechar un libro de esos que por su agudeza e ingeniosa perspectiva siempre tendrán algo importante que decir. Que me haya iluminado con viejos y nuevos planteamientos y reflexiones acerca de los problemas de desigualdad económica y del derrumbe del socialismo del siglo XXI venezolano, problemas absolutamente vigentes, tiene para mí un valor inestimable.

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[1] Por supuesto, se trata de una “terrible simplificación” que nada dice de los densos abordajes académicos ortodoxos y heterodoxos de los que han sido objeto tanto los hechos, las estadísticas y las políticas de las economías socialistas, así como el pensamiento económico socialista.

[2] Desde los años setenta del siglo XX, Asdrúbal Baptista ha analizado la economía venezolana caracterizándola como una economía capitalista rentística. Las causas y consecuencias detrás del despliegue y el desempeño del capitalismo rentístico venezolano han sido expuestas por Baptista en innumerables artículos y libros. Destacamos dos de sus libros: “Teoría económica del capitalismo rentístico” (1997, Ediciones IESA) y la compilación de algunos de sus trabajos más importantes en “El relevo del capitalismo rentístico. Hacia un nuevo balance de poder” (2004, Ediciones de la Fundación Polar). El análisis del capitalismo rentístico venezolano se encuentran en varias entradas de mi blog, iniciando con una llamada DESBALANCES DE LA ECONOMÍA VENEZOLANA (I): LAS CONDICIONES DEL CAPITALISMO RENTÍSTICO a la cual se puede acceder desde el siguiente link: http://covarrubias.eumed.net/desbalances-de-la-economia-venezolana-i-las-condiciones-del-capitalismo-rentistico/

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