INTELIGENCIA SOCIAL

Leer Inteligencia Social (Planeta, 2006) de Daniel Goleman me ha proporcionado una interesante perspectiva respecto al poder de las conexiones socio-emocionales que hacemos con los demás, sean la pareja, hijos, familiares, amigos, compañeros de estudio o de trabajo, simples conocidos o incluso con los desconocidos. Me ha gustado tanto como otro libro suyo: El punto ciego (sicología del autoengaño) y mucho más que La inteligencia emocional. La primera parte del libro, que es de la que voy a hablar, trata de las bases evolutivas, neurobiológicas y sicológicas que nos lleva a  conectarnos y vincularnos socialmente de múltiples maneras. Es un compendio de investigaciones y estudios de caso sobre las “neuronas espejo”, nuestra capacidad de empatía, cómo nos reconocemos y participamos de la alegría o la tristeza de otros, especialmente nuestros compañeros sentimentales, familiares y amigos, pero no exclusivamente. Goleman explica que entre los seres humanos existe una “economía emocional” de transferencia de emociones y sentimientos que funciona cuando estas se manifiestan tanto en el nivel observado de los mismos así como en un nivel subterráneo que puede ser incluso más relevante en sus efectos. Los costos y beneficios implicados en esta “economía emocional” fueron, son, y probablemente lo serán más en el futuro, claves para el sostenimiento de la tupida red social que le da sentido a la mayoría de nuestras decisiones y acciones de comunicación, cooperación y coordinación con los demás.

Goleman menciona al voleo una definición de qué es la realidad que me llama la atención por lo concisa, libre del polvo y la paja de tantas conceptualizaciones complicadas. Dice que “una cosa es real si es real en sus consecuencias”.  Es un concepto alejado de la teorización o los juicios de valor excesivos que inundan las ciencias sociales. Esta afirmación sugiere que cabría entonces estudiar más las manifestaciones de los hechos, fenómenos y procesos, pues estos y sus efectos directos y colaterales son los que llevan en sí la carga de la realidad social, menoscabando la necesidad de arroparla con ideologías o dogmas. Un ejemplo de ello lo puedo explicar prestando atención a los postulados de la teoría marxista. La lucha de clases es real, porque una de sus varias consecuencias, más allá de cómo definamos las clases sociales, es real: la desigualdad económica. Pero, el determinismo histórico, que predice el advenimiento del socialismo, no es real, porque sus consecuencias, la manifestación de un mecanismo lineal operando sobre los procesos productivos hacia un fin determinado de antemano, no ha sido observado nunca en los varios siglos del capitalismo.

Otro argumento que me ha parecido interesante es uno que guarda cierta similitud con lo que el Nobel de Economía Daniel Kahneman desarrolla en el libro que compendia buena parte de sus investigaciones y teorías: Pensar rápido, pensar despacio. Al igual que lo hace Kahneman, de dividir el cerebro con dos sistemas de pensamiento: el rápido y el lento, Goleman lo divide en dos vías que orientan la comunicación y las emociones: el camino bajo, que manifiesta la conexión emocional que sigue vías invisibles, instintivas y el camino alto, que expresa racionalidad, palabras y significado. El camino bajo funciona fuera de nuestra conciencia y a gran velocidad, el camino alto funciona con control de la voluntad, requiere esfuerzo, una intención consciente y se mueve más despacio. Ambos caminos se interconectan, se intercondicionan a través de los circuitos neuronales de las personas mientras socializan a cualquier nivel, sea de manera formal o informal. Como lo dice Goleman, las células cerebrales conectan los caminos alto y bajo con el fin de ayudarnos a orquestar nuestras emociones con nuestras respuestas.

Desde esta perspectiva, los atributos neurobiológicos y sicológicos del cerebro social forman el entramado en los que se basa la capacidad de interpretar los sentimientos, las emociones y la comunicación en los procesos de socialización. Todo ello ha permitido formar la base para el desarrollo de la confianza, la cooperación y la bondad, lo cual ha resultado clave para nuestra sobrevivencia como especie y para el funcionamiento efectivo de los grupos sociales. Por ejemplo, la empatía ha evolucionado hasta tener varios significados biológicos, filosóficos, reflejando diferentes niveles de inteligencia social. La empatía es conocer los sentimientos de otra persona, sentir lo que esa persona siente y responder compasivamente a la aflicción de otro. La postura de Thomas  Hobbes, hacia la segunda mitad del siglo XVIII, de que, en ausencia de una autoridad, el hombre se convierte en un lobo para el hombre, señalaría la existencia de la anti-empatía en el comportamiento social. Por el contrario, la postura de su contemporáneo, el filósofo y economista Adam Smith, expuesta en su obra Teoría de los sentimientos morales, publicada en 1759, es que el reconocimiento de los sentimientos de otra persona y actuar en consecuencia es clave para conformar y explicar su comportamiento social. [*]

Son pues varias las cuestiones interesantes que plantea la primera parte de Inteligencia Social. Me he apresurado a comentarla porque encuentro un diálogo fecundo con sus postulados biológicos, sicológicos y filosóficos acerca de cómo nos comportamos en relación con nuestras conexiones y vínculos sociales. Todo ello es determinante de las decisiones y acciones que toma el animal social  que es el ser humano. Bien vale la pena aproximarse a indagar qué lo motiva, cómo lo hace y con quién.

[*] Una discusión sobre la postura de Adam Smith al respecto, se desarrolla en la entrada de este blog llamada: UNA APROXIMACIÓN A LA TEORÍA DE LOS SENTIMIENTOS MORALES DE ADAM SMITH.

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