LA ANATOMÍA DE UN INSTANTE DE ADOLFO SUÁREZ

La muerte de Adolfo Suárez el domingo 23 de marzo, me ha traído a la memoria un libro  leído el año pasado: “Anatomía de un instante” de Javier Cercas (2009, Mondadori). En este libro, a horcajadas entre el ensayo y la crónica, por ratos semejante a una novela, Cercas analiza las causas y consecuencias de los acontecimientos vinculados con el intento de golpe de estado perpetrado por un grupo de militares contra la joven democracia española el 23 de febrero de 1981. Para ir hilvanando este análisis Cercas toma un dato concreto, una situación particular, un instante: el momento en que Adolfo Suárez permanece sentado en una butaca del Congreso de los Diputados, al igual que dos parlamentarios: Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo, mientras las balas zumbaban a su alrededor en el hemiciclo del Congreso y los demás diputados buscaban guarecerse debajo de sus escaños.

El libro es una indagación concienzuda de la telaraña alrededor de ese suceso, buscando las trazas de su significado y su simbolismo para la sociedad española. Desde mi percepción, Cercas acierta al elegir como punto de partida poner la mirada en el gesto de Suárez. Como deja entrever Milan Kundera en su novela “La inmortalidad”, el significado de un gesto puede ir más allá de la situación del momento o incluso no guardar mucha relación con la persona del gesto. Aunque Cercas no hace ningún esfuerzo por aquilatar los aportes de Adolfo Suarez a la democracia española, deja suficientes pistas para que uno, como lector, se haga su propio juicio de valor.

A mi manera de ver, Adolfo Suárez, allí, perplejo, bajo la amenaza de morir alcanzado por alguno de los disparos, reveló con su gesto cuánto le importaba la aún frágil democracia española y cuánto se había consustanciado con la enorme responsabilidad asumida ante sus compatriotas, primeramente como presidente elegido por el Rey Juan Carlos y luego siéndolo mediante elección popular. Su gesto condensa un poco de la famosa reflexión existencial de José Ortega y Gasset referida a que, en definitiva, pertenecemos a nuestras circunstancias y si no somos capaces de salvarlas, pues estamos condenados a no salvarnos nosotros. Adolfo Suárez se apropió de su circunstancia, y, en cierto sentido, su gesto contribuyó a sortear las amenazas que se cernían sobre el orden democrático en esas horas aciagas.

Es sabido que Suárez navegó por aguas turbulentas como jefe de gobierno de la transición. La violencia del grupo terrorista ETA, la legalización del partido comunista, las presiones del estamento militar, las de su propio partido, la elaboración de una nueva constitución representativa, se entremezclaron con los efectos negativos de la severa crisis económica de finales de la década de los setenta y comienzos de los ochenta. Al ocurrir su muerte, resulta lógico que se ilumine la dimensión de sus contribuciones y se desdibujen sus desaciertos, sus dudas y devaneos. Su búsqueda de soluciones a los problemas que enfrentó tuvo un empeño sincero por hacer que la naciente democracia representara mucho más que acudir periódicamente a elecciones dentro de un régimen de libertades políticas. En realidad, propició la apertura hacia un diálogo permanente entre las fuerzas políticas y económicas, teniendo en el consenso la principal baza para lograr que las decisiones se convirtieran en el instrumento canalizador de las demandas sociales y de allí trasmutaran en políticas dirigidas a elevar el bienestar de toda la población.

Hago estas reflexiones sobre Adolfo Suárez teniendo muy presente lo que actualmente sucede en mi país, Venezuela. El momento político y la crisis económica subyacente son difíciles y complejos. La debilidad institucional de la democracia venezolana salta a la vista de quien quiera desmenuzar los acontecimientos ocurridos desde hace poco más de un año, exacerbados en las últimas semanas, en virtud de las protestas masivas que se han producido. El peligro de que el carácter represivo que ha impuesto el gobierno revolucionario a las protestas continúe, con consecuencias impredecibles, de escalada del conflicto, es un escenario que ya nadie se atreve a soslayar. Y es aquí donde, con un dejo de esperanza, de vislumbrar una salida, me parece que la experiencia española de la transición democrática, llevada adelante por líderes como Adolfo Suárez, puede servir de bitácora tanto para los gobernantes revolucionarios, políticos oficialistas, así como para los líderes de la oposición. Deberían ser capaces de ver más allá de las diferencias, las ideologías, de la coyuntura, del radicalismo. Deberían comprender que no resulta utópico redirigir el conflicto hacia un diálogo permanente y transparente, que conduzca a pensar en un proyecto de país verdaderamente incluyente de todos los venezolanos, que entierre definitivamente la polarización política y plantee un modelo de desarrollo económico basado en la justicia social, pero eficaz y sostenible.

A los ojos de muchos españoles y de quienes nos suscribimos a los valores democráticos, Adolfo Suárez se va de este mundo habiendo cumplido con una gesta en cierta manera heroica, en la medida que no reservemos las heroicidades solo para los protagonistas de los asuntos bélicos. Su gesta, aún asumiendo los inevitables errores cometidos, por pequeña que parezca y por mezquino que se pueda ser con ella, me parece incluso más heroica que las victorias de guerra, porque ha sido más fructífera, más perdurable. Como se sabe, el juicio de la historia jamás es definitivo, pero creo que  Adolfo Suárez deja para la posteridad y para el aprendizaje que de ello se pueda extraer, la estampa de un político que entendió y lo proclamó con sus acciones y sus gestos que el poder siempre es un medio, nunca un fin.

Adolfo Suarez               Anatomia de un instante

 

 

 

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