LA EXPERIENCIA DE LEER A CARLOS FUENTES

Dedicado a mi hermano Alberto Covarrubias

Al escritor mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) lo vengo leyendo desde 1992, aunque curiosamente no comencé leyéndolo en alguna de sus famosas novelas, sino en un soberbio ensayo suyo sobre el proceso de conquista, colonia  independencia y republicanismo de Hispanoamérica llamado El espejo enterrado (FCE, 1992). A partir de allí he leído un número considerable de sus muy buenas novelas –La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Aura, Cambio de piel, Terra Nostra, Los años con Laura Díaz, El naranjo, La voluntad y la fortuna– hasta ahora que me topo con otro ensayo, este autobiográfico, llamado En esto creo (Seix Barral, 2002). Este libro recoge en un orden alfabético de la A a la Z creencias, visiones y opiniones de Fuentes, pasadas por el tamiz de su vasta cultura y sapiencia, sobre diversos tópicos vitales y mundanos como Amistad, Belleza, Dios, Experiencia, Cine, Globalización, Historia, Izquierda, Lectura, Mujeres, Novela, Política, Tiempo, Xenofobia. Apenas voy por la letra F -Familia, Faulkner- pero ya la prosa y el propósito del libro me ha cautivado por dos razones, por ser una manifestación sincera, transparente, del pensamiento de un escritor con una vida destacada y muy activa en experiencias, y porque me pliego a algunas de sus interesantes reflexiones, en particular su visión del bien y del mal y el significado de la experiencia, en especial de la experiencia de Dios.

En lo particular me gusta su idea platónica o neo-platónica de metaforizar el bien y el mal de una vida o del existente en el mundo como el producto de una lucha incansable entre dos grandes pasiones que, aunque obviamente desmarcadas en su naturaleza y propósito, son inseparables, revelando, a poco que profundicemos en ellas, algo de la naturaleza de Dios. Para Fuentes el bien es tan limpio, inocente y puro que solo se conoce a sí mismo, mientras que el mal, en cambio, no solo se conoce a sí mismo, sino también conoce al bien y lo sabe domeñar, le lleva ventaja en esto. Dios es consciente de este dominio, pues los seres humanos reflejamos en nuestra maldad parcial o absoluta la parte incompleta del propio Dios. Solo obrando con el bien cada persona, la humanidad, completará la parte de Dios que le falta, la que lo integra a Él o al menos a una idea de Dios.

Su análisis sobre la experiencia vital –en Experiencia- indaga  en los dilemas existenciales que abarcan el deseo y el afán de realización en actos y proyectos típicamente humanos, siempre con el tiempo y el espacio marcando, para bien o para mal, el significado y el sentido de una determinada experiencia. Fuentes se interroga sensatamente acerca de cuánto le debe la experiencia a la necesidad, al azar, a la libertad, cuánto comprendemos de nuestra experiencia y cuánta queda ensombrecida, quizás con la única posibilidad de rescatarla, muy freudianamente, en el inconsciente, en los sueños.

Mi propia reflexión personal es que efectivamente la experiencia absorbe un poco de cada una de estas y otras pulsiones vitales y que nuestro obrar nunca está completamente determinado de antemano, por muy planeado o preparado que esté. A menudo el teatro de la vida nos sorprende cometiendo actos nobles, innobles, llenos de templanza o perfectamente destemplados. La experiencia y sus caleidoscópicas variantes, planea, como un ángel exterminador, sobre nuestro deseo de ser libres, de hacer el bien y buscar ser felices. Sin embargo, y en esto vuelvo a congeniar con Fuentes, la libertad o el libre albedrío choca con limitaciones personales y sociales, la maldad conoce la inocencia propia de la benevolencia y la subyuga, y la felicidad puede devenir en mera rutina y aburrimiento.

Que el mal conoce mucho del bien y se empeña en dominarlo, que anhelamos el bien y, por contra, terminamos obrando el mal,  solo hay que verlo en la triste experiencia del drogadicto que busca dejar su adicción sin conseguirlo o el alcohólico que fracasa en recuperar su dignidad o su familia. Y es que el mal se ensaña con nuestras debilidades, carencias, dudas y confusiones, es un duro jugador que siempre apuesta a nuestra derrota. El bien en cambio nos mira con los ojos propios de un padre o una madre, una mirada profundamente amorosa, pero indulgente a fin de cuentas. Para mayor complejidad, nuestra experiencia vital a menudo pasa por el tamiz de la búsqueda de una felicidad que se convierte en pote de humo o se trata de una felicidad de la que nunca terminamos por saber qué es lo que realmente anhelamos. La experiencia de la felicidad en el plano individual evoca la famosa frase de Tolstoi al comenzar Anna Karenina: “Todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su propia manera”. En este sentido, acaso la experiencia vital requiere para fortalecerse y mirar con temple el futuro de una cierta dosis de infelicidad particular bien ponderada, bien administrada. Para entenderlo y tratar de entenderme en estos dilemas existenciales, nada mejor que iniciar el año con la lectura de este compendio de certezas, dudas y reflexiones demasiado humanas que es En esto creo, del gran escritor que por siempre será Carlos Fuentes.

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