LA IMPORTANCIA (ECONÓMICA) DE LLAMARSE ERNESTO

El nombre de esta entrada parafrasea el título en español de la obra de Oscar Wilde The Importance of Being Earnest, porque pretende describir someramente la relevancia que adquieren los nombres y apellidos en la economía, particularmente en determinados mercados, como el mercado laboral. Este hecho es algo que la teoría económica convencional no contempla como posible.

El análisis del mercado laboral dentro de la teoría económica convencional se fundamenta en supuestos de racionalidad de los agentes, característicos del análisis de cualquier mercado. Visto así, el seleccionador o demandante para un puesto de trabajo en una empresa, sea el dueño de esta u otra persona contratada para hacer esa tarea, tratará de maximizar su decisión eligiendo el mejor aspirante u oferente que se haya presentado, dentro de parámetros bien definidos y cuantificables para optar al cargo. El nombre de una persona no es un atributo medible, no remite a ninguna habilidad especial, por tanto no debería ser considerado dentro de los parámetros de evaluación. Pero el caso es que en la práctica el nombre o el apellido de la persona sí pueden influir en la selección y varias investigaciones experimentales lo confirman.

Para comenzar, sabemos, porque se han realizado estudios al respecto, que en las estructuras sociales fuertemente estratificadas de América Latina las relaciones políticas y económicas han sido influenciadas por la importancia de los apellidos de ciertas familias. Esta influencia se convierte a su vez en una fuente de discriminación económica y social hacia los grupos que no tienen apellidos relevantes. Tener un determinado apellido de cierto abolengo o prestigio da ventajas de acceso a la mejor educación, ventajas de ingreso a los mejores puestos de trabajo y a relaciones de negocios privilegiadas. Esta realidad varía según el país que se trate, pero ha sido significativa en países como Colombia, Perú o Chile. No obstante, la movilidad social en algunas naciones latinoamericanas en las últimas décadas le ha restado importancia a este factor, aunque persiste.

Al respecto, en cierto artículo se describe algunos rasgos de la discriminación social en Perú con base en el apellido. Su autor señala que mientras estudió en la Universidad San Marcos, sus compañeros eran casi todos como él, de piel oscura, descendientes de etnias indígenas provenientes de la zona andina y se apellidaban Huamán, Huamaní, Ticona, Ascona, Choque, Chate, Atoche, Calixto, Chahuayo.  Por contraste, cuando trabajó en la redacción del diario El Comercio, la gran mayoría de sus compañeros eran blancos, con apellidos como Pinilla, Miro Quesada, Del Solar, Cisneros, García Miró, Abramovich, Salem, Larrabure, Swayne. Estas dos realidades muy distintas lo hacía percibir su trabajo en el diario como si hubiera pasado de un país a otro diferente, pues ambos mundos sociales estaban desconectados, cuando no separados por un muro invisible pero bien delimitado. [1]

La concentración de apellidos en la educación y en determinadas actividades laborales presente en la sociedad peruana, refleja cierto grado de discriminación laboral por apellido de origen y también por sexo. Un estudio experimental, concentrado geográficamente en la zona metropolitana de Lima, corroboró esta hipótesis. El experimento consistió en enviar CV ficticios  a vacantes laborales reales en tres tipos de trabajo: profesionales, técnicos y no calificados, con foto y nivel de educación y competencias similares de los diferentes postulantes a los que solo diferenciaba el hecho de tener un apellido de origen blanco o andino y ser hombre o mujer. Los investigadores concluyeron que, para todo el conjunto de datos, los postulantes hombres recibieron de los potenciales empleadores 15% más llamadas que las mujeres. Por su parte, en cuanto a los apellidos de origen, los apellidos blancos recibieron 45% más llamadas que los correspondientes andinos. [2]

Enfocando el análisis no en el apellido sino en los nombres, en el caso de Colombia, una nación altamente estratificada socialmente, se ha documentado que tener un nombre atípico, es decir, poco común dentro del contexto de los nombres mayoritariamente elegidos para los hijos en Colombia, puede resultar un factor de discriminación laboral. Una investigación de la Universidad de Los Andes estableció que los nombres atípicos (7,7% del total de nombres de los habitantes de Bogotá) se presentan más entre los hijos de padres no escolarizados, los habitantes de las zonas rurales y las minorías étnicas, que entre los hijos de otros grupos sociales. En especial, no se encuentran estos nombres atípicos entre las personas pertenecientes a los estratos de altos ingresos. El estudio también llega a la conclusión que un efecto negativo de tener un nombre atípico se hace sentir sobre el salario devengado por el trabajador. Quien posee un nombre atípico tiene una alta probabilidad que su salario sea 10-20% menor al devengado por un colega, con el mismo trabajo o cargo, que no tiene nombre atípico, afectando más a los trabajadores escolarizados que a las no escolarizados. [3]

Cabe preguntarse si el hecho de llevar un determinado nombre genera igualmente algún tipo de discriminación laboral en otros países diferentes a los latinoamericanos y en los que existe una mayor igualdad y movilidad social. Los estudios realizados al respecto en países desarrollados parecen corroborar esta hipótesis. Algunos análisis  del mercado laboral de naciones europeas confirmaron que sí se presenta discriminación referida al nombre. En el Reino Unido es más fácil ser seleccionado para un trabajo si la persona tiene un nombre británico típico, como John, a si se llama Mohamed, mientras que en Alemania, un 14% de las personas con nombre alemán tiene más probabilidades de ser llamadas a un empleo que las personas con un nombre turco.

En Estados Unidos sucede que una alta proporción de nombres puestos a niños y niñas blancos, como Dustin, Logan, Emily o Katherine, son casi exclusivos de este grupo étnico y lo mismo ocurre con los nombres puestos a niños y niñas negros, como Jamal, DeShawn, Tiara o Shanice. Con base en esta diferencia, se han realizado experimentos donde se enviaron CV (falsos) idénticos en todos los aspectos, salvo el nombre de la persona, sin fotografía de identificación, a potenciales trabajos. En general, los resultados mostraron que los empleadores seleccionaron mayoritariamente para el cargo a individuos que ellos asumían tenía un nombre típico de una persona blanca, descartando al que percibían tenía uno típico de una persona negra.

En relación con lo anterior, el economista Steven Levitt, autor, junto a Stephen Dubner, de “Freakonomics” (2006, Ediciones B), señala al menos tres características relevantes del nombre como variable económica en los Estados Unidos. La primera es que la escogencia del nombre del hijo  por los padres está influenciada por su nivel de ingreso y nivel educativo. La segunda se refiere a que se producen cambios apreciables en la lista de los nombres más populares década tras década, de manera más pronunciada entre los nombres de las familias blancas de clase media, lo cual se explica en parte porque estas familias comienzan a elegir nombres populares entre las familias blancas de clase alta, probablemente como una forma sucedánea de asociar el nombre de sus hijos con el éxito económico. Una tercera característica es que la importancia económica del nombre explica en parte el aumento de solicitudes de cambios de nombre en los Estados Unidos. Levitt se pregunta al respecto si la antigua firma con nombre judío Zelman Moses habría tenido tanto éxito si no lo hubiese cambiado por su nombre anglosajón William Morris, con el que es conocida la famosa agencia literaria y de talentos.

Al parecer, los sesgos discriminatorios por raza, sexo, o con base exclusivamente en nombres, se han extendido hasta los programas de inteligencia artificial (IA). Al respecto, unos investigadores diseñaron una IA con una base de datos de más de 2 millones de palabras para el desarrollo de su aprendizaje automático, con el fin de analizar cómo esta asociaba distintas palabras. Resultó que la IA asociaba los nombres americanos de origen europeo con estímulos positivos con mayor probabilidad que los nombres afroamericanos. [4]

Resumiendo, el efecto de llevar un determinado nombre o apellido puede ser relativamente importante en la economía, particularmente en mercados como el laboral. Aunque solo se pueda describir y no evaluar el efecto económico de la discriminación por nombre o apellido, queda claro que a la economía convencional se le escapan factores sicológicos y sociológicos que pueden alterar la toma de decisiones de los agentes y el comportamiento de los mercados. La realización de experimentos para observar este y otros fenómenos no admitidos dentro de la economía convencional, habla de un cambio auspicioso en la manera como cada vez más investigadores encaran, tanto en la teoría como en la práctica, la realidad económica y sus infinitas complejidades.

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[1] El artículo es del periodista y escritor Marco Avilés, se llama “No soy tu cholo” (Ojo Público, 09/04/17). La discriminación de origen étnico es todavía marcada en Perú, tanto así, como lo comenta Avilés, que el peruano no percibe como inmigrante a un estadounidense o un europeo que llegue a radicarse en el país, pero si considera inmigrante a los propios peruanos que migran de los poblados de las sierras que llegan a instalarse en ciudades como Lima. Los cholos no solo han sido atávicamente discriminados, sino también, como lo comenta Hernando de Soto en “El otro Sendero” (1986, La oveja negra), en alguna oportunidad se quiso obstaculizar su inmigración sometiendo a consideración del congreso una ley que implicaba exigirles pasaporte. Al artículo de Avilés se accede desde el vínculo: http://ojo-publico.com/410/no-soy-tu-cholo.

[2] El estudio es de noviembre del 2015, se llama “¿Existe discriminación en el mercado laboral de Lima Metropolitana? Un análisis experimental”  realizado por Francisco Galarza, Liuba Kogan, Gustavo Yamada, de la Universidad del Pacífico, al cual se puede acceder desde el vínculo: http://190.216.182.148/bitstream/handle/11354/375/DD1115.pdf?sequence=1&isAllowed=y

[3] El estudio se llama “Las consecuencias económicas de un nombre atípico: el caso colombiano” realizado por Alejandro Gaviria, Carlos Medina y María del Mar Palau, publicado en 2010 en El Trimestre Económico, Vol. 77, No. 307, pp. 535-556.

[4] Esta investigación, publicada en  la revista Science de abril 2017, está referenciada en el artículo de Marta Peirano “Así es como la Inteligencia Artificial adquiere sesgos machistas y prejuicios raciales” en World Economic Forum del 18 de abril de 2017, al cual se puede acceder desde el vinculo: https://www.weforum.org/es/agenda/2017/04/una-inteligencia-artificial-racista-y-con-prejuicios-raciales-d03efbc4-7ecb-484f-9dc0-460f4aa35953

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