LA MUERTE DEL UNIVERSO

Universo Leí una breve reseña y vi un video de unos cinco minutos donde un joven explica lo que los astrónomos piensan serán los fenómenos y sucesos que conducirán a la desaparición de la tierra, del sol (estimándose ocurrirán dentro de unos cuatro mil millones y seis mil millones de años respectivamente) y, en última instancia, los eventos que llevarán a la muerte del universo. Al menos en lo que respecta a este universo conocido nuestro, donde en su inmensidad se localiza, como lo describió bellamente Carl Sagan, un punto azul pálido, habitado por unos seres que se hacen miles de preguntas, incluyendo entre ellas cómo se morirá el universo.*

Sí, el universo tuvo un comienzo y tendrá un final. Y así como me asombra sobremanera intentar entender su origen, el Big Bang, igual me deja pasmado pensar en su muerte. Como seres humanos formamos parte del ciclo que tiene en el nacimiento y en la muerte los dos hechos que nos hermanan con todo lo demás. Rosas, ballenas, montañas, lunas, planetas, estrellas, galaxias, están, como nosotros, condenados a desaparecer, a que su tiempo, irremediablemente, llegue a un final.

A mí no me gusta pensar mucho ni en la muerte ni en la eternidad, pero cuando lo hago corroboro con los mejores pensadores de todos los tiempos, desde los griegos en adelante, que uno comienza a reflexionar en serio sobre la vida desde el momento que se pregunta por lo inevitable: la muerte. De hecho, una distinción específica del hombre es ser el único animal que sabe va a morir. Para decirlo en tono shakesperiano, que imagina su muerte desde su miedo. En algunas religiones, particularmente las hindúes, vida y muerte forman un todo inextricablemente unido a un ciclo de renovación interminable.

No resulta fácil imaginar cómo será la vida eterna. Quizás el miedo, muy humano por lo demás, a pensar que la muerte sea el acto definitivo, ha impulsado a muchas religiones a lo largo de la historia a crear mitos y rituales que imaginan a la muerte como un tránsito hacia otra vida, la vida eterna. A mí particularmente me encanta el mito griego relacionado con ese tránsito, donde el barquero Caronte es el encargado de llevar en su barca a los difuntos de un mundo a otro en el Hades, para lo cual a los muertos se les colocaba una moneda bajo la lengua para que pudieran pagar el viaje. Sea el tránsito griego, sea el juicio final judeo-cristiano, lo que sí está claro es que hay una gran diferencia entre vida y vida eterna. Como dice Fernando Savater en su libro “Las preguntas de la vida”: a lo mejor morir y estar en el cielo eternamente es mucho mejor que vivir, pero, sin duda, no es lo mismo; vivir solo se vive en este mundo.

Por lo pronto, solo tenemos mitos y leyendas sobre la promesa de una vida eterna, sea en un paraíso o la admonición de un infierno condenatorio. No obstante, la historia registra episodios donde las creencias en una vida eterna, en un paraíso, han tenido consecuencias sociales y políticas. Por mencionar uno de estos episodios, hacia finales del siglo XI el mundo árabe se conmocionó con las andanzas de una secta que sembró el terror, logró tener muchos adeptos y poder, conocida como la secta de los asesinos. Su líder, el viejo de la montaña, atraía a sus guerreros narcotizándolos con hachís (la palabra asesino proviene etimológicamente de fumador de hachís), para luego pasar a mostrarles un “demo” del paraíso eterno, el cual les prometía alcanzarían una vez que lucharan y murieran por la causa.

Con la muerte del universo, la idea de la eternidad cobra matices interesantes. Si el propio universo no es eterno ¿qué es eterno? Aunque resulte difícil, si dejamos a Dios fuera de la argumentación, lo que surge con la finitud del universo es que relativiza otras eternidades más prosaicas. Héroes, comandantes supremos, hazañas y proezas que se suponen inmortales, eternos, no lo serían tanto en la medida que lo más eterno que nos podemos imaginar también languidece, también morirá. En esa medida, todas estas eternidades, a las que cada cierto tiempo invocan algunas sociedades o algunos grupos de esas sociedades, especialmente con fines políticos y de control social, no serían otra cosa, a fuerza de los hechos, sino briznas de paja en el viento.

La muerte de nuestro planeta tierra y del sol es posible llegue a ser contemplada por herederos de nuestra civilización, si los terrícolas son capaces en un futuro de colonizar otros mundos, otros planetas de otros soles más jóvenes. Pero la muerte del universo será la soledad contemplando la soledad absoluta. Un suceso de una rara belleza, me atrevo a decir poético, al que le viene bien un verso de Miguel Hernández: Seré una sola y dilatada herida / hasta que dilatadamente sea / un cadáver de espuma: viento y nada.


* El video se puede acceder desde la siguiente dirección: http://www.youtube.com/watch?v=Jl9DwNOonOA

 

Un punto azul pálido                               Las preguntas de la vida

 

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.