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Ese país rural y atrasado se va a transformar por obra y gracia de la explotación del petróleo desde los años veinte del siglo XX. Tomando como referencia el año de la muerte de Gómez y a la vuelta de cuatro décadas, nos encontramos con un país mayoritariamente urbano, con infraestructura, relaciones productivas modernas y, por sobre todo, con gente mucho más instruida, más educada, que ha dejado atrás males atávicos propios de las naciones paupérrimas. Este proceso de transformación tan violento que, en palabras del destacado economista venezolano Asdrúbal Baptista, a otros países les llevó por lo menos un siglo, se materializó además sin generarse mayores conflictos sociales, antes más bien, en el proceso se ganó y consolidó la democracia. El espíritu igualitario de oportunidades y de progreso para todos estaba presente en el pensamiento y la acción de los venezolanos de esas décadas de tanto dinamismo y movilidad social.
Mi tía Margarita vivió esas transformaciones de muchas maneras. Una prueba de ello es la longeva edad que alcanzó, pues las mejoras sanitarias y en salud elevaron significativamente la expectativa de vida del venezolano. Algunos de esos cambios afectaron a los Cañas. En la medida que la economía del café se derrumbó, mis tíos abuelos, productores acostumbrados a mandar peones, buscaron otros derroteros, nuevas oportunidades. Sobra decir que aún como empleados o pequeños comerciantes sus niveles de vida aumentaron sensiblemente y pudieron sacar adelante a sus familias con cierta comodidad, algo que les hubiera costado más siendo “hacendados”. Para cuando la tía Margarita llegó a la tercera edad, Venezuela disfrutaba del mayor ingreso por habitante de América Latina.
Pero, en lo particular, pienso que el principal cambio que vivió la tía Margarita fue ver a tres generaciones de sus sobrinos y sobrinas beneficiarse de las oportunidades y logros en la educación y convertirse en: abogados, sicólogos, nutricionistas, economistas, historiadores, educadores, médicos, odontólogos, ingenieros, administradores, licenciados en letras, informáticos y se me están quedando fuera algunas profesiones y otros títulos académicos.
Muchos de estos profesionales, desde muy jóvenes, siguen anhelando cambios. Saben que faltó mucho por hacer, que las mejoras en bienestar y las oportunidades no llegaron a toda la población. De manera que la aspiración de igualitarismo y progreso para todos es heredada de los abuelos, los padres y pervive. Cuando conversaba con mi tía Margarita, con sus noventa años a cuestas, a su manera particular me hacía saber que ella deseaba ver cambios en la situación del país. Será por eso que ella también se entusiasmó con una revolución, liderada por un teniente coronel, que los prometía en abundancia.