POPULISMO POLÍTICO Y POPULISMO MACROECONÓMICO

Iniciando los años noventa del siglo XX el economista chileno Sebastian Edwards y el economista alemán Rudiger Dorbunsch, ya fallecido, escribieron un libro llamado Macroeconomics of Populism in Latin America, publicado en español con el mismo nombre por el FCE en 1992. Esa obra desgranaba el desempeño macroeconómico de dos gobiernos claramente populistas de la región: el de Salvador Allende (1970-1973) en Chile y el de Alan García (1985-1990) en Perú. Lo que el análisis económico de ambos periodos de gobierno revelaba es que el populismo político, dirigido a tener complacida a la mayoría de la población, a menudo se traduce en medidas económicas que derivan en un pésimo desempeño macroeconómico. Se presenciaba entonces una conducción de la economía irresponsable, que eleva sobremanera el gasto público, especialmente el gasto corriente, mantiene importantes subsidios a los bienes y servicios básicos, apela a los controles de precios para contener la inflación y le presta poca importancia al aumento del déficit fiscal y del endeudamiento público interno y externo. Los efectos de todo ello se conocen: altas tasas de inflación o incluso de hiperinflación, desabastecimiento, desempleo, aumento de la pobreza, agudas restricciones para obtener financiamiento público externo.

Esta mezcla tóxica de populismo político que deriva en un mal desempeño macroeconómico, algo que pudiéramos llamar “populismo macroeconómico”, terminó en el caso de Chile con el golpe de Estado que llevó al poder a Augusto Pinochet y en el caso de Perú con el triunfo en elecciones de quien era en ese momento casi un outsider de la política: Alberto Fujimori. En ambos casos lo que devino fueron gobiernos de corte dictatorial o muy autoritario que, no obstante, eliminaron o redujeron mucho las causas que alimentaban el populismo macroeconómico, por lo cual las economías de ambos países comenzaron a tener un relativamente buen desempeño, signado por la estabilización de los precios, reducción de la tasa de desempleo y un crecimiento económico relativamente alto.

Cuando se pensaba que América Latina había superado esta fase nefasta donde un populismo político se corresponde con un populismo macroeconómico, el gobierno en Venezuela de Hugo Chávez (1999-2013) y su continuación en el gobierno de Nicolás Maduro (2013- ) vino a desmentir esta hipótesis, pues ambos gobiernos se basan en esa mezcla tóxica, con el agravante de que las medidas macroeconómicas populistas ahora se llevan hasta el extremo de ser un instrumento más para sostener, con un muy mermado gasto público, no el apoyo de las mayorías, el cual perdieron hace mucho tiempo, sino medidas que sirven de control político clientelar, dirigidas casi exclusivamente a una parte de la población, aunque es la gran mayoría quien ha sido impactada por los dañinos efectos que vienen con el populismo macroeconómico: alta inflación, desempleo, desabastecimiento, pobreza, recesión.

En el caso de Bolivia, el presidente Evo Morales, en el poder desde el 2006, ha sabido llevar su populismo político a contracorriente de caer en el populismo macroeconómico. Por esta razón, la economía boliviana, sobre todo alentada por el significativo aumento de los precios de las materias primas durante una década, exhibe una estabilización macroeconómica acompañada de un relativamente alto crecimiento económico, sin que esto no suponga que enfrenta restricciones y obstáculos. [*] No obstante, el populismo político sí ha significado que Evo Morales, habiendo perdido una consulta electoral para la posibilidad de ser nuevamente candidato presidencial en este 2019, haya manipulado el Tribunal Supremo de Justicia de su país para poder presentarse nuevamente a unas elecciones que han tenido un resultado polémico y altamente cuestionable de la supuesta alta popularidad del presidente indígena.

Dentro del enfoque que plantea la economía neo-institucional se tiene claro que las instituciones políticas y las instituciones económicas dependen una de otra y se intercondicionan de múltiples maneras, dependiendo de si la organización económica responde al funcionamiento de una economía de libre mercado, una economía social de mercado, un socialismo, extractivismo, capitalismo corporativo o capitalismo de Estado. A menudo el diseño de las instituciones políticas condicionan el diseño de las políticas económicas y el efecto de las políticas económicas impacta a su vez sobre las instituciones políticas. Para emplear un término hegeliano, se trata de un proceso dialéctico donde el ideal es que instituciones políticas y económicas evolucionen, avancen al unísono, lo cual permite mejorar tanto la dimensión política en una sociedad democrática, así como el desempeño económico en una sociedad donde Estado y Mercado se apoyan mutuamente y operan en la misma dirección hacia el bienestar de la mayoría.

De la reciente y por venir ola electoral en América Latina el riesgo que los populismos políticos se conviertan en populismo macroeconómico sigue latente. Por su parte, gobernantes que toman medidas económicas beneficiosas a largo plazo pero son antipopulares en lo inmediato deben revertirlas ante la crisis política que generan, siendo los recientes casos de Ecuador y Chile una muestra. Este es un tema de análisis institucional porque, a pesar que las constituciones refrendan los necesarios contrapesos del poder, la autonomía de instituciones claves, los mecanismos de resolución de conflictos, los derechos políticos y económicos, un gobernante populista siempre está tentado, en función de sus intereses particulares y de su grupo, a llevarse todo esto por delante.

[*] La entrada en mi blog: EVO MORALES SCHOOL OF ECONOMICS describe el desempeño económico del gobernante boliviano.

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