SUPERESTANHIPERFLACIÓN

Según un informe reciente, la cifra de hiperinflación que el FMI proyecta este año para la economía venezolana alcanza la impactante cifra de un millón por ciento. Los pronósticos del FMI también apuntan a una caída relativa del PIB de 18% en este 2018, lo cual significaría un quinto año sucesivo de recesión económica, causando todo ello una reducción de 40-50% del tamaño de la economía venezolana. Actualmente está bastante bien analizado y documentado el costo que paga en crecimiento económico de largo plazo un país que sufre de altas tasas de inflación. El vínculo es de doble causalidad, pero solo se explica coherentemente si se introduce un tercer parámetro: el comportamiento de la oferta monetaria. [1]

Esta relación causal entre crecimiento económico e inflación puede derivar en un estado conocido como estanflación, caracterizado por recesión económica con alta inflación. Por lo demás, cuando hablamos de una aguda depresión económica con la presencia de una hiperinflación, como en el caso venezolano, uno pudiera aventurarse a plantear un nuevo término para este fenómeno: superestanhiperflación, que vendría a ser un nivel superlativo, casi en una dimensión desconocida, de estanflación.

Han surgido críticas a la proyección de hiperinflación para Venezuela del FMI, como la hecha por el economista de la Universidad Johns Hopkins Steve Hanke, quien, alertando sobre lo difícil que resulta predecir la cuantía que alcanzará una hiperinflación así como su duración, ha advertido sobre el poco soporte técnico que le parece tiene la respectiva estimación realizada por el organismo multilateral. Hanke, tomando en cuenta en retrospectiva los episodios de hiperinflación sucedidos en América Latina, encuentra que las cifras de magnitud y duración de este fenómeno son muy disímiles, constatándose  por qué cualquier pronóstico al respecto resulta aventurado. Las cifras van desde una duración mínima de un mes para las hiperinflaciones de Perú y Chile, hasta una máxima de 63 meses, lo que duró la hiperinflación nicaragüense.

Lo que sí resulta plausible señalar es que, en cuanto a magnitud, la hiperinflación venezolana apunta a batir un record en la región, estimándose que no será menor de 30-40.000%, estimando algunos que puede llegar a ser superior a 100.000%. Tal y como se está presentando este fenómeno, cualquier pronóstico luce factible de materializarse, incluso el del FMI. Esta hiperinflación, una de las más graves que se conozca a lo largo de la historia, contrasta agudamente con el contexto económico mundial actual, donde solo un puñado de naciones tendrá una tasa de inflación por arriba de un dígito este año.

Un problema con la cifra de un millón por ciento de hiperinflación del FMI es que cuesta mucho imaginarse un incremento de precios de esa magnitud. A la mayoría de la gente le cuesta entender la diferencia entre una inflación de cien, diez mil o un millón por ciento, aunque, por supuesto, la sufre mucho más en el poder adquisitivo de su ingreso en la medida que sea más alta. Por otra parte, si las medidas que toma el gobierno frente a la inflación no logran conservar el poder adquisitivo con una de 100% anual, mucho menos lo va a lograr con una hiperinflación de cinco o seis dígitos.

Hagamos un ejercicio imaginario tomando en cuenta que, según algunas estimaciones, en Venezuela están aumentando los precios de los bienes a un ritmo no menor de 2,5% diario. Por tanto, la tasa de inflación aumenta a un ritmo aproximado de 0,11% por hora. Para entender el efecto que esto tiene, imaginemos que tenemos un contador automático para el aumento de los precios que se prende la primera hora del primero de enero del año actual y registra el incremento del precio de los bienes cada hora hasta la última hora del 31 de diciembre de este año. En estos términos, un producto que la primera hora del año costaba 1.000 Bs. costará alrededor de diez millones de bolívares (Bs. 10.000.986,66) la última hora del año y la inflación acumulada anual será de 999.999%, muy próxima al 1.000.000% anunciado por el FMI.

Si se indexaran los salarios de los trabajadores al ritmo de esa hiperinflación proyectada, de manera que éstos no pierdan el poder adquisitivo de sus ingresos, se prendería un contador automático paralelo que incrementara los diferentes niveles de salarios cada hora a lo largo de las 8.760 horas que tiene un año. Para que tal cosa tuviera algún sentido económico, la productividad asociada al ingreso laboral tendría que incrementarse al mismo ritmo. Pero si incluso en los países altamente industrializados cuesta mucho incrementar la productividad en unos pocos puntos porcentuales y en realidad hasta puede estancarse, no cabe ni en la imaginación más desbordada, ni en la obra de ciencia ficción más loca, pensar que se podría producir un incremento de la productividad de un millón por ciento anual.

Lo que sucede frecuentemente en la práctica es que los salarios se aumentan, con rezago y a una tasa inferior a la del incremento de precios, por decreto gubernamental. Apelando al caso venezolano, en las últimas dos décadas consuetudinariamente los aumentos de salarios se han financiando con la emisión de dinero sin respaldo, incrementando la liquidez monetaria, cuyo mayor impacto no es sobre la protección del poder adquisitivo del ingreso sino sobre el incremento del nivel de precios. Es una carrera perdida de antemano, donde el salario real se deteriora irremediablemente.

Un aspecto que distorsiona nuestra compresión de una tasa hiperinflacionaria extremadamente alta es que en nuestra experiencia cotidiana los precios de los bienes, si bien aumentan significativamente, no lo hacen a un ritmo continuo, aunque pueda ser trepidante. A diferencia del dinero colocado en un banco, o mejor dicho, de la tasa de interés que rinde un capital, que nunca duerme, nunca descansa ni un segundo, la tasa de aumento del nivel de precios puede dar saltos abruptos, no se incrementa a un ritmo constante sino variable, conforme absorbe efectos como el mencionado de la expansión del dinero sin respaldo o la devaluación o depreciación del tipo de cambio.

Esto supone que las autoridades monetarias venezolanas tienen la opción de poder actuar sobre el mecanismo que le insufla fuerza a la hiperinflación: la exagerada emisión de dinero sin respaldo para financiar el déficit fiscal. Deteniendo la emisión de dinero sin respaldo, junto con otras medidas complementarias, se lograría controlar la principal causa de la hiperinflación. El resultado exitoso de una política económica como esta se demostró, por ejemplo, con la implementada para detener la hiperinflación boliviana de mediados de los años ochenta del siglo XX. [2] Aunque hasta los economistas podemos confundirnos con tanto y tan continuo aumento de los precios, haciendo incluso proyecciones erróneas de su cifra en el futuro inmediato, sí sabemos cómo se pudiera comenzar a detener ese proceso nefasto. Pero esto ya no es solo un asunto de economía, sino también de decisiones políticas con las que enfrentar nuestra superestanhiperflación.

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[1] Como información de referencia al respecto, se puede revisar el artículo de Sergey Blinov Inflation and Economic Growth publicado en Journal of Economics Library en septiembre de 2017.

[2] La eliminación de la hiperinflación boliviana supuso mantener posteriormente políticas que garantizaron una relativa estabilidad macroeconómica y este país no ha vuelto a sufrir desde entonces ningún episodio de hiperinflación. Incluso el gobierno del socialista Evo Morales ha sido consecuente con este objetivo, véase al respecto la entrada EVO MORALES SCHOOL OF ECONOMICS: http://covarrubias.eumed.net/evo-morales-school-of-economics/

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