UNA BREVE NOTA SOBRE LA ECONOMÍA DE BODEGONES

Una amiga mexicana leyó un reportaje sobre la “economía de bodegones”, específicamente el artículo de la BBC “Cómo la Nutella se convirtió en símbolo del auge de las importaciones en Venezuela (y qué dice eso de la economía del país)” del 20 de enero de 2020, y después de pedirme le explicara mejor de qué se trata, me solicita mi propia opinión y me reclama si acaso no tengo un visión demasiado pesimista con respecto a la economía venezolana. Puede ser, pero difícilmente alguien me va a convencer que la economía de bodegones representa el resquicio para iniciar la salida de la crisis. En el resto de la nota argumento mis razones.

Algo chocante detrás del auge de estos negocios es que han surgido de la noche a la mañana en un país que tiene uno de los peores climas de negocios del mundo, según se desprende del informe anual más reciente de Doing Business del Banco Mundial, donde Venezuela exhibe pésimos indicadores en todo lo relacionado con la facilidad para hacer negocios y realizar inversiones, ocupando uno de los últimos lugares del ranking entre 190 países evaluados. Pareciera que para crear y poner a funcionar estos bodegones Venezuela exhibe la facilidad que tienen para hacer negocios Nueva Zelanda o Dinamarca (de los primeros en el ranking), y no la de Libia o Haití (de los últimos en el ranking), que es lo que realmente ocurre en la práctica para la gran mayoría de las actividades económicas. En relación con lo anterior, por décadas los llamados “costos de transacción”, los costos no imputables a la producción del bien o servicio o a la administración y gestión de un negocio sino a externalidades negativas surgidas del mal funcionamiento de los mercados o por la baja calidad de las instituciones (leyes, contratos, normas, permisos, licencias) que están en la base del funcionamiento de las actividades económicas, han sido elevados en la economía venezolana. Al respecto, una tesis de maestría que tutoré en el año 2012 demuestra que algunos costos de transacción asociados a permisos, trámites, licencias, necesarios para invertir en una empresa del sector turístico en Venezuela pueden causar una disminución de 15-20% de la rentabilidad esperada (rendimiento real, valorado en dólares) del proyecto de inversión. Sin embargo, para los bodegones los altos costos de transacción existentes no parecen suponer un problema serio. También es chocante que ante la precariedad de la oferta de los servicios públicos en Venezuela, la demanda de los mismos por parte de estos negocios parece estar bien atendida y cubierta.

Algunos economistas han tomado de referencia el auge de estos negocios, sumado a la supuesta utilización generalizada del dólar como medio de cambio y de reserva de valor, la llamada “dolarización”, como un signo de una recuperación y representantes de Fedecámaras han hablado de una “leve mejoría” de la economía venezolana. No obstante, señalan todo ello como si dicho fenómeno hubiera surgido al margen del contexto económico terrible y demoledor que lo ha provocado. En todo caso, se trata de aceptar como una mejoría que este año la economía venezolana no terminará exhibiendo la catastrófica tasa de decrecimiento de 30-35% del PIB estimada para el 2019, sino una caída más suave, pero igualmente pronunciada, de 10-15% del PIB en este 2020. Ciertamente, la flexibilización de los controles de precios y regulaciones que ahogan las actividades económicas, la casi eliminación del oneroso subsidio causado por el control del tipo de cambio (aunque persiste un subsidio implícito), posibles privatizaciones en marcha, producción petrolera sostenida por empresas extranjeras, particularmente la estadounidense Chevron, exenta, por ahora, de las sanciones impuestas por la Casa Blanca, y asociaciones de inversión con empresas rusas en condiciones de socio minoritario por parte de PDVSA, pueden funcionar en la dirección de aminorar la tasa de decrecimiento del PIB. Aclaro que en el caso del negocio petrolero, no se ha tratado de un plan estratégico deliberado, sino de medidas de urgencia para la sobrevivencia de una industria petrolera que el propio gobierno hizo colapsar. Pero nada de esto significa que se están instrumentando un conjunto de políticas macroeconómicas (ni microeconómicas) coherentes y consistentes que apuntan a una verdadera salida de la crisis. En otras palabras, la economía de bodegones no representa una orientación clara de que la economía venezolana va en vías de recuperarse en el corto plazo, incluso ni siquiera en el mediano plazo.

Por otra parte, se trata de opiniones que parten de visualizar una formación de expectativas positivas de los agentes económicos reflejando una burbuja de prosperidad donde cabe acaso 10-15% de la población, no más. Es un razonamiento ingenuo o preparadamente (mediáticamente) optimista que, a fin de cuentas, de lo patéticamente exultante que es termina siendo insultante para la gran mayoría que sufre y padece gravemente las consecuencias reales de la crisis económica.

icovarr@ucla.edu.ve

@iscovarrubias

 

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