UNA LECCIÓN DE ECONOMÍA SOBRE LA EXPLOTACIÓN DE LAS PERLAS EN CUBAGUA EN EL SIGLO XVI

CubaguaEn su tercer viaje de descubrimiento, Cristobal Colón, navegando por lo que se conoce como la península de Paria, a la que él llamó “Tierra de Gracia”, que forma parte del territorio costero-oriental de lo que hoy en día es Venezuela, avistó una isla, el 14 de agosto de 1498, a la cual nombró Cubagua.

Esta pequeña isla (de 24 Km. cuadrados) poseía ricos yacimientos de perlas, en torno a cuya explotación se inició el primer asentamiento español en Venezuela. Desde 1500, diversos historiadores de Indias documentan la presencia de pobladores en ella, con el afán de obtener las preciosas gemas, las cuales tenían un valor económico considerable.  Por lo menos desde 1510 ya es un pequeño caserío, adquiriendo una dinámica económica y social propia, regido en lo político y administrativo por la Corona Española.

Con la construcción de la fortaleza de Cumaná, en 1523, se asegura el suministro de agua desde el río Manzanares, en la costa oriental, algo que era indispensable para el despegue definitivo del poblado. El auge económico, con base en la explotación de las perlas, significó que se convirtiera en Villa en 1526 y en 1528 una cédula real le otorga el rango de ciudad, con el nombre de Nueva Cádiz, la primera ciudad de Venezuela. Política y administrativamente Nueva Cádiz fue gobernada por alcaldes mayores, nombrados por la Real Audiencia de Santo Domingo. Posteriormente, fueron elegidos por sus propios habitantes y por un cabildo de 17 regidores nombrados por la Corona. En los hechos, un grupo de comerciantes conocido como los “señores de canoa”, que controlaban la pesquería de perlas, tuvieron una enorme influencia económica y política sobre la isla. En su apogeo, Nueva Cádiz llegó a contar con unos 1.000 habitantes.

Las ordenanzas relacionadas con la actividad económica de la explotación perlífera, tenían el propósito de asegurarle a la Corona el sostenimiento económico de sus funcionarios y de los servicios en la urbe y, sobre todo, la captación de rentas por los derechos de explotación. La renta correspondía a una quinta parte del valor de la producción, el llamado “quinto real”. Durante el periodo que duró la explotación de perlas, dichas rentas fueron muy variables. En el Diccionario de Historia de Venezuela se documenta esta variabilidad de las rentas de la Corona:

“En el siglo XVI, la producción declarada, de la cual se contribuía el ‘quinto’ a la Corona, era de unos quinientos marcos anuales durante los años 1513 a 1520. En 1521 subió a más de 1.000 marcos, para alcanzar durante los años 1522 a 1526 una media anual de más de 3.500 marcos. El cenit se consigue en 1527, con una producción declarada superior a 6.000 marcos. El descenso fue inmediato, con una media de 3.000 marcos durante los años 1528 a 1531, algo más de 1.500 en 1532, una media de 1.000 marcos los años 1533 a 1536 y sumas inferiores a 500 marcos entre 1537 y 1540. El ‘quinto’ de Cubagua arrojó un total de 10.328 marcos, lo que equivaldría a una producción declarada de 11.877,20 Kg., o sea, una media de cerca de 410 Kg. anuales.”[1]

El auge y la caída de estas rentas dependieron sobremanera de las condiciones en las que se desarrolló la extracción de las perlas, pues ésta se orientó hacia su sobre-explotación en muy corto tiempo. Una primera causa de la sobre-explotación se originó en la medida que la Corona flexibilizó al máximo las normas de ejercicio de la actividad. Al respecto, Marco-Aurelio Vila señala una ley del 10 de diciembre de 1512, en la que se explicitaba que cualquier vecino o morador de las Indias, que no tuviera prohibiciones para comerciar, podía salir a pescar perlas libremente, con licencia del gobernador y oficiales reales de la provincia, pagando a la Real Hacienda el “quinto” mencionado.[2]

Una segunda causa se deprende del tipo de técnicas de producción utilizadas para la explotación de las perlas. Existieron fundamentalmente dos. Una era el llamado “buceo de cabeza” hacia las profundidades marinas, en busca de las perlas, realizada por esclavos indios y negros. Esta práctica inhumana era tan intensiva que cobraba la vida de un gran número de esclavos, que terminaban con los pulmones reventados por las intensas jornadas de trabajo. Otra práctica la constituía el uso de rudimentarias técnicas de pesca de arrastre. En ambos casos, el propósito de los comerciantes era obtener el mayor número posible de perlas, con el objeto de elevar sus ganancias. Con respecto a la pesca de arrastre, también llamados “ingenios”, los pingües beneficios que dejaba hacían que las autoridades de la Corona los privilegiaran, pues suponía una mayor captación de rentas. No obstante, quienes se beneficiaban de la misma eran muy pocos comerciantes, por lo que hubo protestas de los demás pobladores que vivían de la actividad para que la Corona restringiera la pesca con los ingenios.

No resulta extraño entonces corroborar que ambas prácticas de explotación, al ser intensivas y sin limitaciones, buscando obtener el mayor beneficio posible, provocaran el agotamiento temprano de los lechos perlíferos. Entre 1528 y 1531 este hecho es comprobable por la baja de la producción, lo cual repercutió, como se indicó, en la merma de las rentas recibidas por la Corona. A partir de estos años se inicia el decaimiento económico irreversible de Nueva Cádiz.

Una consecuencia de la debacle económica fue que, por lo menos desde 1535, comenzó a producirse desabastecimiento de agua, alimentos y leña, lo cual durante la época de auge de la explotación perlífera habían sido subsanados mediante la transportación de agua desde la costa y el comercio con las poblaciones de la Isla de Margarita y Santo Domingo. Por lo demás, la caída abrupta de las rentas provocó una emergencia presupuestaria que amenazó el sostenimiento económico de los pobladores. La situación llegó a ser tan grave que, como lo documenta Marco-Aurelio Vila, se emitió una cédula real, el 27 de octubre de 1535, solicitando un préstamo para las autoridades de Nueva Cádiz, por dos mil pesos, para solventar en alguna medida el problema.[3]

Por lo menos desde 1537, los nuevos gaditanos inician la emigración hacia otros poblados, como el Cabo de la Vela, en la costa occidental de Venezuela y la cercana Isla de Margarita, donde también se desarrollaba, aunque sin la misma productividad, la extracción de perlas. La Corona, ante la debacle de las rentas que captaba de Cubagua, optó por facilitar su despoblamiento. Hacia 1545 quedaban muy pocos habitantes, viviendo dentro de las ruinas de lo que fue Nueva Cádiz, pues además fue asolada por un maremoto en 1541.

De la historia económica de Cubagua, en torno al auge y caída de la explotación de las perlas, se puede extraer al menos una lección que, curiosamente, sigue teniendo vigencia. En particular,  guarda algunas semejanzas con episodios de la economía venezolana más reciente. Revisaremos brevemente esta lección a continuación.

La sobre-explotación de las perlas fue el reflejo de un problema económico conocido como la “tragedia de los bienes comunes”. Un recurso natural común es uno que tiene la característica de que no es propiedad de ningún agente económico, o quien tiene el derecho de propiedad sobre el mismo no establece o establece deficientemente las condiciones de su uso o explotación. Dado que no existen barreras a la entrada para la explotación del recurso o son débiles, cada agente competidor se interesa únicamente en obtener el máximo beneficio individual. Queda claro que siendo el recurso limitado, la conducta maximizadora individual competidora deriva en su agotamiento, va a contracorriente del interés colectivo de preservar el recurso.

No obstante, no ha sido fácil establecer una solución satisfactoria a este problema porque no se trata solamente de asignar unos derechos de propiedad que establezcan barreras a la entrada para potenciales competidores, o para que los propietarios del recurso actúen racionalmente en aras de no agotarlo. En este sentido, la científica social Elinor Ostrom, Premio Nobel de Economía, ha planteado una serie de alternativas cooperativas y de arreglos institucionales para la administración de los bienes comunes que han despertado mucho interés académico y práctico, sobre todo entre las comunidades que utilizan colectivamente recursos naturales como el agua o los bosques.[4]

Cabe preguntarse si la Corona Española fue en algún momento consciente de que Nueva Cádiz se dirigía al colapso de su principal actividad económica. La respuesta es afirmativa, pues está documentado que las autoridades establecieron ordenanzas, como la emitida el 30 de diciembre de 1532, con el objeto de limitar la pesca por la vía de vedar algunas zonas perlíferas por un tiempo determinado, buscando restablecer el necesario equilibrio ecológico que permitiera la repoblación de los ostrales. La ordenanza también contemplaba que cada año se debía revisar la situación. Pero esta medida llegó demasiado tarde, más aún considerando que se requieren de varios años para lograr la repoblación de los ostrales.

También se implementaron otras medidas, como las emanadas de la cédula real del 5 de septiembre de 1537, dirigida a limitar el tamaño de las canoas dedicadas a la pesca de las perlas, pues éstas habían aumentado significativamente su capacidad de trasladar esclavos indios y negros hacia las zonas perlíferas, con el propósito de intensificarla. Una vez más, esta medida resultó extemporánea para evitar la desaparición de los ostrales y propiciar la necesaria repoblación.

En el contexto de la economía venezolana contemporánea, la explotación del petróleo alguna vez  tuvo, en las décadas de 1930 y 1940, la condición de ser vista por esclarecidos economistas, entre los que destacan Alberto Adriani y Arturo Uslar Pietri, como generadora de una riqueza transitoria, por lo cual debía ser aprovechada al máximo, para apuntalar otras actividades menos inciertas, más permanentes. “Sembrar el petróleo” era la consigna, a objeto de servir de palanca de la agricultura, de la manufactura, las verdaderas fuerzas del desarrollo económico. Pero el petróleo llegó para quedarse, resultando ser la actividad  principal y más permanente de la economía venezolana ya por espacio de un siglo.

Si bien la abundancia de petróleo determina que los venezolanos de hoy en día conviviremos y aprovecharemos de su riqueza probablemente por varias décadas más, la paradoja estriba en que la propia abundancia ha traído males económicos similares, salvando la distancia histórica y de contexto, a los que sufrió Nueva Cádiz. Problemas de volatilidad de los ingresos fiscales, endeudamiento y escasez de bienes y servicios no han dejado de presentarse en la economía venezolana. De la misma manera, los remedios para solucionar estos problemas a menudo han llegado tarde o se han implementado deficientemente, con lo cual se han elevado los costos sociales que la población ha tenido que pagar.

No queremos, sin embargo, abusar de los paralelismos en dos situaciones históricas, desde todo punto de vista, diferentes. Nuestra intención fue simplemente llamar la atención que sobre-explotación y abundancia de recursos acarrean problemas que deben ser manejados racionalmente, con políticas donde prive el criterio económico en un sentido amplio. Es esta la lección de Economía que pretendimos extraer de la historia de la explotación de las perlas en las aguas profundas de Cubagua.


[1] Véase “Diccionario de Historia de Venezuela” Tomo I, Segunda Edición, pp. 1117-1118, Caracas, Fundación Polar, 1997.

[2] Véase su libro: “Síntesis geohistórica de la economía colonial de Venezuela”, p.131,  Caracas, BCV, 1980.

[3]  Op. Cit., p. 133.

[4] Una semblanza acerca del trabajo y la trayectoria de Elinor Ostrom se puede leer en el artículo: “The Master Artisan” en Finance and Development, Vol. 48, N° 3, septiembre 2011, al cual se puede acceder a través del link: http://www.imf.org/external/pubs/ft/fandd/2011/09/pdf/people.pdf

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