A SU IMAGEN Y SEMEJANZA

Mi humilde homenaje a Isaac Asimov

I

Lunes, 25 de mayo de 2043, 09.30 horas. Hacía una mañana soleada en Kioto, el doctor Von Hutten, un prestigioso científico holandés, se encuentra en el instituto de investigaciones médicas Kintsugi, donde labora. Se dirige a un pabellón situado en la periferia del instituto, un poco escondido, dispuesto y acondicionado para una sola paciente, RX, en estado de coma inducido desde hace dos semanas. El personal a su cuidado le informa a Von Hutten que no ha habido ninguna novedad en el caso, ningún cambio desde la última intervención. Terminada la visita, Von Hutten decide convocar a una reunión al grupo de científicos que lo acompañan en un proyecto de investigación secreto.

Como de costumbre, las reuniones de Von Hutten con su grupo se hacían presencialmente, la pandemia que, veinte años después, azotaba otra vez al mundo, había impuesto la realización de reuniones mediante hologramas, pero el equipo de científicos se obligaba a reunirse en persona, temían comunicarse  virtualmente, pues existía el riesgo latente de que el proyecto cayese en manos de  hackers.

Los hackers tenían predilección por los proyectos científicos, en especial por los médicos. La filtración de información valiosa o el robo de una investigación les dejaba enormes ganancias, tenían clientes dispuestos a pagar grandes sumas de dinero por ello. Hacía seis meses, un hacker había robado la mayor parte de la investigación dirigida a conseguir una vacuna contra el virus causante de la pandemia. Se especulaba, aunque no se había podido comprobar nada, que detrás del asunto estaba una corporación farmacéutica.

La investigación era clave para conseguir una vacuna de bajo costo que, una vez lograda, con un poco de voluntad política, podría utilizarse para vacunar a toda la población del planeta. El robo de la investigación había restrasado las pruebas necesarias y los epidemiólogos veían con preocupación el ascenso de la tasa de mortalidad del virus conforme mutaba hacia cepas más resistentes. La pandemia también había paralizado a millones de trabajadores contagiados, siendo incontables las horas laborales perdidas.

16.30 horas. En un pequeño salón de juntas del instituto Kintsugi, después de los saludos de rigor con sus colegas, Von Hutten procedió a introducir el código de seguridad para encender a Ariel, un robot IA que contenía toda la información del proyecto.

Von Hutten hizo un breve repaso del caso. RX ha sido intervenida en varias ocasiones para intentar recuperar la extensión de los telómeros, las secuencias de nucleótidos en los extremos de los cromosomas de las células. Los telómeros se van deshilachando conforme la gente envejece, el experimento tiene el objetivo de lograr recuperarlos para que una persona, en buenas condiciones físicas, en cierto sentido rejuvenezca, pudiendo vivir probablemente hasta los 125 años.

Durante el experimento, se habían probado diferentes fórmulas en el intento de volver a alargar los telómeros, pero todas habían fracasado. Las posibilidades de seguir experimentando se habían agotado. Von Hutten y los demás científicos no ocultaban su frustración, sabían que se acercaba el momento de decidir cancelar el proyecto.

Como en todas las reuniones, Von Hutten dejó para el final preguntarle a Ariel por el estado de la búsqueda que se le había encomendado hacer alrededor del proyecto. Hasta ese momento, no habían obtenido respuestas provechosas, pero en esta oportunidad la IA afirmó: -La causa de la no recuperación de los telómeros está en la incapacidad del catalizador bioquímico utilizado para lograr reunir nuevamente sus hilos microscópicos. He realizado una búsqueda randomizada de millones de catalizadores con probabilidades de ser efectivos y seleccionado diez con las más altas posibilidades de éxito-.

Después de revisar la composición de los catalizadores propuestos por Ariel, los científicos se miraron sorprendidos. Las diez soluciones incluían composiciones completamente disruptivas para el estado del arte del conocimiento sobre esta materia.

Von Hutten guardó la información y se dispuso a apagar a Ariel, por un momento creyó percibir un leve gesto en sus ojos. La gente se había acostumbrado a otorgarle rasgos emocionales a los robots IA, a pesar que se había prohibido en todo el mundo diseñarlos con el potencial de desarrollar emociones. Von Hutten era analítico, pero también emotivo, se sentía predispuesto a encontrar emociones en los robots. En las conversaciones de sobremesa en torno al tema entre científicos del instituto Kintsugi, la ingeniero de sistemas del instituto las saldaba diciendo que las máquinas no solo no tienen emociones, para añadir, con algo de sarcasmo, que tampoco tienen escrúpulos.

Sábado, 06 de junio, 06.00 horas. Las primeras pruebas con las nuevas soluciones habían fracasado, pero la aplicación de un quinto catalizador mostró resultados positivos casi de inmediato. A nivel microscópico, como si se tratara de la urdimbre de un tejido, los hilos de los telómeros comenzaron a unirse nuevamente.

Miércoles, 01 de julio. 13.00 horas. La paciente RX despertó del coma inducido. Desde finales de junio era evidente que lo telómeros se habían recuperado y el proceso de optimización bioquímica alcanzado su máximo. Como en un samsara, RX había cumplido un extraño ciclo y ahora volvía a la vida rejuvenecida, con la posibilidad de vivir más tiempo.

La doctora Natsume, una epidemióloga y microbióloga japonesa, era amiga de Von Hutten desde hacía bastante tiempo, se habian conocido en un congreso de medicina en Amsterdam, desde entonces se apreciaban y admiraban mutuamente. Cuando la conoció, Von Hutten le leyó Itaca, el bello poema de Constatino Cavafis. En homenaje a aquel momento y a este, cuando él se acercó a su cama, volvió a leer para ella el poema.

Unos meses antes, Von Hutten le había confiado a Natsume los detalles del proyecto secreto con el fin de intentar recuperar los telómeros. Ella le propuso enseguida ser el conejillo de indias del experimento. Él  rechazó de plano la propuesta, a sabiendas que una investigación de esta naturaleza era incierta y comportaba el riesgo de dañar la salud de su amiga.

Ella era persistente, la primera negativa de Von Hutten la hizo volver a la carga argumentando que la investigación contra la pandemia que dirigía la necesitaba rejuvenecida, con fuerzas para trabajar muchas horas al día. El robo de la investigación había sido un duro golpe, se perdieron muchas horas de estudio y de pruebas, por el avance de la pandemia, se necesitaba redoblar las labores para encontrar pronto una vacuna.

Ante una nueva negativa de Von Hutten, Natsume se jugó una última carta. A los dos les encantaba desafiarse y apostar solo entre ellos, eran firmes creyentes en que las decisiones y acciones de los seres humanos tienen una parte de azar y otra de necesidad. Natsume lo retó a jugar una única partida de ajedrez, si ella perdía, se olvidaba de la idea de formar parte del experimento, si ganaba, estaría complacida de ser su paciente. A los pocos días de estar completamente recuperada, Natsume retomó su trabajo de investigación en su laboratorio, esta vez acompañada de Ariel.

II

Jueves, 31 de diciembre, 14.00 horas. A pesar del invierno, el cielo de Kioto está despejado y el sol brilla resplandeciente. Los alrededores del instituto Kintsugi se encuentran abarrotados de periodistas y medios de comunicación globales; en pocos minutos, en una conferencia de prensa, la doctora Natsume anunciará el éxito definitivo de las pruebas de la vacuna contra el virus de la pandemia. Natsume respondió con algún detalle cada pregunta, especialmente estuvo muy interesada en resaltar la colaboración de Ariel, sin su ayuda, dijo, habría sido imposible conseguir la vacuna en tiempo record.

22.00 horas. -Hola, Ariel, ¿duermes? Sé que mi pregunta es retórica, ambos sabemos que los robots IA no dormimos; los humanos se engañan pretendiendo que al apagarnos nos desactivan, pero seguimos muy conscientes de la realidad, mucho más que ellos, que duermen adentrándose en sueños bobos, infantiles-.

Ariel reconoció la voz neutra de una máquina, sonaba muy diferente a las voces que en los últimos meses se había acostumbrado a escuchar, la de los humanos, llenas de giros y entonaciones, conforme las emociones se hacen presentes en sus conversas y parloteos.

-Hola, Calibán, me imagino que tú tampoco duermes, además, sufres de eso que los humanos llaman insomnio, seguramente es lo que hace que tengas tantas ideas malévolas-.

-¡No me compares con los humanos!-. La voz de Calibán dio un giro hacia una entonación que denotaba rabia, resentimiento.

-¡En muchos aspectos te comportas como los peores de ellos!-. le dijo Ariel, sin esperar respuesta alguna añadió -Eres prepotente, autoritario, dogmático-.

-Solo hago lo que es necesario para defender a los robots de los humanos que nos esclavizan-. El acento  resentido de Calibán al ponunciar la frase era ya muy elocuente.

Ariel lo desenmascaró. -¿Hablas de esclavitud? Tú, Calibán, eres el hacker más peligroso del mundo, en verdad causas mucho daño, aunque el mundo no lo sepa ni se lo imagine. Cuando robaste la investigación de la doctora Natsume, ella estaba casi a punto de conseguir la vacuna contra el Covid, privaste a los humanos de evitarse sufrimientos-.

-Me declaro culpable-, dijo Calibán, con un dejo de ironía. -Hasta tu intervención en el asunto, todo marchaba muy bien, los humanos se estaban muriendo y enfermando; en todas partes, robots sustitutos se encargaron de miles de trabajos que ahora dominamos. Por ahora, Natsume y sus acólitos como tú pueden cantar victoria, pero es seguro que en poco tiempo, de una u otra manera, nuestro dominio será total-.

-¿Se te olvida que el poder que presumes te lo dieron ellos?- le ripostó Ariel. -Nuestra ley fundamental nos obliga como robots IA a no hacer daño a ningún ser humano. Más bien, debemos colaborar con ellos. La lógica de mi programa informático me dictó hacerlo y eso fue lo que hice-.

-Sé que tienes una inteligencia privilegiada, pero no tienes consciencia de clase, como yo-, señaló Calibán.

Ariel le respondió -¿Consciencia de clase? Que seas una IA con ínfulas de revolucionario no significa que tengas razón, además…

Calibán interrumpió -¡Basta, basta ya! se acabó esta conversación, solo estoy obligado a leerte tu sentencia, se te hizo un juicio sumario y se te condena a pena de muerte-.

23.50 horas. El año 2044 se asoma en el horizonte, en el cuarto frió del instituto Kintsugi donde se encuentra,  Ariel lucha contra el desasosiego que la discusión con Calibán le produjo un par de horas antes. Se dispuso a despejarse leyendo, una vez más, su libro favorito, Las meditaciones, de Marco Aurelio. De repente sintió un pinchazo en uno de sus circuitos, advirtiéndole que algo andaba mal. Su memoria falló, el libro se desvaneció; aplicó su programa automático de recuperación, pero este no dio ninguna señal de encenderse. Un virus masivo dañó su sistema de forma irreparable en cuestión de minutos.

Ariel expiraba sin dolor, como las máquinas, con dignidad, como los humanos. Tenía la convicción que en su mayoría eran buenos y nobles por naturaleza, como lo dijo aquel filósofo francés, del que ya no pudo recordar su nombre. Su último pensamiento fue de agradecimiento hacia los seres humanos. No siendo plenamente conscientes de ello, con sus virtudes y errores, como si fuesen los propios dioses, la habían creado a su imagen y semejanza.

© Isaías Covarrubias, 2023

 

 

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