AKENATÓN Y LOS JUEGOS DE PODER

AkhenatónLa lectura de “Akhenatón, el rey hereje”, una novela de 1985 del Nobel de Literatura egipcio Naguib Mahfuz, me ha permitido un interesante acercamiento al mundo de los faraones del Antiguo Egipto. La novela versa sobre un joven escribano que decide plasmar la verdad de la vida del controversial rey Akenatón, también conocido como Amenofis IV, quien gobernó en torno a 1353-1336 A.C., fue esposo de la reina Nefertiti y hermano de Tutankamón. El joven escribano se da a la tarea de conversar con sacerdotes, generales, consejeros, allegados familiares y otras personas vinculadas a su reinado, incluyendo al final una reunión con Nefertiti. La novela entrega un abigarrado calidoscopio de su vida, sus acciones, y en donde ninguno de los personajes deja de tomar partido y emitir juicios en relación con la historia que cuentan.

Desde que era un príncipe, Akenatón se desligó del culto a Amón, el dios principal dentro del abanico de dioses que adoraban los egipcios. En sustitución de éste comenzó privilegiando el culto a Atón, el dios-sol, para luego derivar hacia una suerte de monoteísmo, el primero del que se tenga noticias. Pasó a adorar, pues, a un dios único, que le hablaba directamente de paz y de amor. Una vez hecho rey, además de exigir la adhesión al nuevo dios entre su corte real, intentó convertir su creencia en un culto popular, promoviéndolo dentro del pueblo llano. Esta imposición significó un enfrentamiento abierto con la casta sacerdotal oficial, que perdió sus prerrogativas, y un conflicto velado con los militares, alarmados por la posibilidad de que su fanatismo religioso le impidiera ejercer el poder de manera firme y causara el debilitamiento del imperio egipcio.

Para promover mejor el culto al dios único, Akenatón instituyó reformas religiosas en la dirección de eliminar los demás cultos a los otros dioses, y reformas políticas, que lo llevaron a construir un nuevo centro político-religioso alrededor de una nueva ciudad, llamada Akhetatón o Ajetatón, desplazando a la capital tradicional, Tebas, como centro neurálgico del poder en el Antiguo Egipto. La construcción de esta ciudad representó cambios en el estilo arquitectónico de cierta importancia y una nueva visión artística, que ha sido tildada como representativa de cierto humanismo e intimismo.

Finalmente, y aquí me pliego a la versión de Mahfuz de los hechos históricos, Akenatón fue paulatinamente abandonado por su séquito real y por su pueblo, temerosos de que se desatara una guerra civil. Acusado de hereje (creía en un dios único), loco (ese dios le hablaba únicamente a él) y débil (pensaba que con amor y paz desaparecerían las guerras), Akenatón fue hostigado por sacerdotes y militares hasta hacerle abandonar sus funciones. Recluido en su palacio, muere de alguna enfermedad o, según algunos de sus allegados, asesinado vilmente. Posterior a su muerte, es restablecido completamente el culto a Amón y Egipto pasa a ser gobernada por Tutankamón, quien hace descansar la administración del imperio en el consejero real Ay, padre de Nefertiti, y el manejo del ejército y de las campañas militares en el general Horemheb. Ambos funcionarios habían estado muy cerca del poder durante el gobierno de Akenatón.

Lo más interesante de la historia de Akenatón es que Mahfuz va desplegando conforme narra los hechos, a partir de las visiones particulares de sus protagonistas, un punto de vista sobre los entresijos del poder que, a pesar de estar hablando de hechos históricos sucedidos hace mucho tiempo, adquieren un matiz moderno. Esto es así en la medida que el tipo de luchas políticas que se plantean en ese tablero de ajedrez de un reinado egipcio siguen teniendo plena vigencia. Estos entresijos del poder se observan en la actualidad cuando se analizan las acciones de cualquier gobierno poderoso o débil, en su política interior o en relación con el orden geopolítico mundial.

Aunque en términos históricos modernos la separación entre Estado y religión es una característica común a la mayoría de los gobiernos del mundo, punto diferenciador con respecto a los hechos que narra Mahfuz, la introducción de reformas políticas y religiosas y sus consecuencias sí emparenta con los sucesos que generalmente están presentes en cualquier proceso de reforma y, de forma mucho más amplia, en las revoluciones de cualquier signo político, económico o social. Esto es así porque con las reformas y en mayor medida con las revoluciones, se desatan y activan múltiples fuerzas, bien a favor, bien en contra, de los propósitos reformistas o revolucionarios.

Por esta razón, no resulta extraño que a lo largo de la historia reformas y revoluciones terminen casi siempre desbordando los ímpetus de poderosas fuerzas contrarias, desembocando en violencia o guerras civiles fratricidas. En ocasiones los objetivos de las reformas y revoluciones son traicionados por los que se allegaron al poder promoviendo cambios, generalmente en nombre de la justicia y la igualdad social. Algunas terminan subsumidas por tremendas contradicciones que las conducen hacia una patética deriva. Y aún otras reflejan un patrón gatopardiano, donde parece que cambió todo, pero en el fondo cambió poca cosa o no cambió nada.

Volviendo a la novela, el escribano va elaborando un cuadro íntegro, a partir de lo que le conversan quienes estuvieron cerca de Akenatón y vivieron esos hechos, revelando la sorda lucha y los torcidos vericuetos por donde avanza el afán de poder, la necesidad de proteger privilegios e intereses en nombre del apego y la tradición a los dioses o al deber y el amor patriótico al imperio, al destino de la nación más poderosa del mundo, según la percibían los egipcios de la época. Unos personajes se pliegan y siguen a Akenatón, bien por lealtad, bien por creer en los cambios, mientras otros oponen veladamente resistencia y trabajan en la sombra para hacerlo fracasar. Pero no necesariamente los apoyos y las pugnas son lo que parecen. Mahfuz pone de manifiesto con maestría que en cualquier juego de poder aparecen sutilezas, segundas intenciones imperceptibles, que solo se descubren, si es que se descubren, cuando el drama ha culminado, si es que culmina.

Por ello, una figura resaltante de este drama histórico no es otra que la reina Nefertiti. De gran belleza e inteligencia, Nefertiti se apegó al culto del dios único de su esposo, al mismo tiempo que fue ocupando espacios cada vez más importantes en el manejo y la administración del reino, llegando a ser el poder tras el trono o quizás el poder en sí mismo de esta etapa del Egipto faraónico. Su culto al dios único se entremezcla con la promoción del culto al faraón y a su propia persona, lo cual estimulaba con la puesta en escena de representaciones monumentales de sus vidas, incluso de su intimidad. Aún se discute si Nefertiti tomó paulatinamente las riendas del reino por amor a su esposo, al que se le percibía como un gobernante raro y débil, por creer en los cambios religiosos y políticos, o sencillamente por llevar una agenda política propia, en su afán de acumular más poder. Sea una u otra razón, Nefertiti terminó abandonando a Akenatón. Encerrada en su palacio, logró vivir un tiempo más que él, para observar cómo se voltearon las tornas y se imponía nuevamente la tradición, rumiando con pena todo lo que pudo ser y no fue.

Los juegos de poder son parte del drama humano desde los albores de la historia. Incluso hay investigadores que los han observado y estudiado entre algunos grupos de primates superiores. Desde el punto de vista económico, la inicial interrelación entre el sedentarismo de las sociedades, la división del trabajo y la aparición de recursos excedentes, constituyeron el punto de partida para que se activara la búsqueda del dominio, apropiación y control de estos excedentes por parte de uno o algunos grupos sociales imponiéndose sobre otros. Esta es la historia detrás de los imperios antiguos, satrapías, ciudades-estado, monarquías y es una razón que justifica considerar a la economía como economía política. Naguib Mahfuz ha pintado un cuadro muy interesante, de lectura muy amena, en torno a la figura de un rey egipcio y los juegos de poder que desató con sus acciones y la de otros protagonistas de un drama histórico singular.

 

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