ECONOMÍA, EDUCACIÓN Y XENOFOBIA

Aclaro de entrada el propósito de esta nota. Se trata básicamente de mostrar que la economía de la educación puede aportar algunas ideas que desnuden las incongruencias que se esconden tras la xenofobia, haciendo comprender a los ciudadanos del país receptor de migrantes lo que estos pueden contribuir a contribuyen a su riqueza y desarrollo.

Los estudios sobre economía de la educación se enfocan en estimar el aporte de la inversión pública y privada en la educación de la población, en relación con la tasa de retorno social que genera. También intenta medir la contribución de la educación al valor de la riqueza de un país y su crecimiento económico de largo plazo. Se estima que la educación en general y la educación en su fase temprana en particular, tienen una alta tasa de retorno social. Por otra parte, según mediciones actualizadas, el valor del capital humano (un indicador que toma en cuenta la educación incorporada en la vida productiva de un trabajador) representa aproximadamente dos terceras partes de la riqueza global, mucho más que el valor de los recursos naturales, aunque varía ampliamente cuando se analizan las naciones por niveles de ingreso. Por lo demás, la mayoría de los estudios econométricos corroboran que hay una relación positiva entre el capital humano y el crecimiento económico de largo plazo. Un determinado nivel de capital humano trasmite una dinámica aceleradora del crecimiento, vía la educación, habilidades, capacidades y aprendizaje tecnológico de los trabajadores, cuando se incorpora todo esto al proceso productivo. Se entiende que entre mayor es el nivel y la calidad del capital humano de un país, las posibilidades de contribuir a un mayor crecimiento económico son mayores.

Recapitulando, variables como el nivel promedio de educación o el porcentaje de personas con estudios terciarios entre la población o grupos de población de un país, ocupa un lugar prominente en las investigaciones en economía de la educación. En este sentido, los datos que brinda la investigación de Robert Barro y Jong-Wha Lee sobre los niveles de educación en más de una centena de naciones son inestimables. Con estos datos se puede observar importantes diferencias en los niveles educativos de la población entre países. Por ejemplo, en 2010 Alemania tenía 12,37 años de escolaridad promedio entre su población y ese nivel lo había prácticamente doblado en 60 años (6,8 años en 1950). Por el contrario, países como Burundi, del África subsahariana, apenas lograba 3,35 años de escolaridad promedio en 2010 y solo hasta 1970 fue que registró aproximadamente un año de escolaridad promedio entre su población. Por su parte, Venezuela tenía en 2010 un nivel de escolaridad promedio entre su población de 8,41 años, cinco veces más que la registrada en 1950, de 1,63 años. En 2010 el 13,1% de su población mayor de 15 años tenía estudios de tercer nivel.

No obstante, la grave crisis política y económica que experimenta Venezuela, agudizada desde 2014, ha significado la migración masiva de venezolanos hacia otros países, en especial hacia Suramérica y dentro de esta región en particular hacia Colombia, Perú, Chile y Ecuador. Esa migración ha estado signada por brotes de xenofobia entre algunos grupos de población de los países receptores.

La xenofobia parte de creencias como que una gran parte de los migrantes de un país hacia otro son personas de baja educación, delincuentes, gente que viene a quitar trabajo a los nacionales y demandar más servicios públicos, a menudo en localidades donde ya escasean o son deficientes. Lo que está pasando ahora mismo en Francia refleja parte de estas creencias, aderezadas con una migración con un fuerte arraigo cultural y religioso hacia sus propias costumbres y creencias, unas que, quiperase o no, limitan las posibilidades de integración de estos grupos migrantes con la población nativa.

Aunque es un tema de análisis complejo, multidimensional, voy a remitirme para tratarlo a una simplificación del problema en una sola hipótesis reduccionista: los migrantes probablemente son un beneficio mayor al costo para el país receptor, cuando representan un grupo con un nivel de educación promedio superior.

Evidentemente, los problemas con la migración en Francia pasan por considerar que los niveles de educación promedio de los franceses son bastante superiores a los de los grupos migrantes. No obstante este hecho demostrable, no se menciona mucho que este factor por sí solo pudiera explicar en buena medida por qué el proceso de integración de la migración con el resto de la sociedad francesa ha sido tan difícil. No solo se trata del escollo de la religión, también se trata de la pérdida de capital social, una pérdida que es propia de grupos humanos y sociedades donde los niveles de confianza y cooperación entre sus integrantes comienzan a fallar, se deterioran. La integración entonces sufre el doble obstáculo de los desniveles en educación y el bajo nivel o la ausencia de capital social.

Por el contrario, cuando la migración proviene de un grupo que tiene un  nivel promedio de educación más alto que la del país receptor, las probabilidades de integración y de aporte al crecimiento y al desarrollo se incrementan. Si comparamos, por ejemplo, los niveles de educación promedio  de Venezuela y Ecuador, encontramos que la data de Barro-Lee señala que el nivel de escolaridad promedio de Ecuador en 2010 fue de 7,60 años, teniendo el 9,3% de su población mayor de 15 años con estudios de tercer nivel. Aunque no hay una diferencia marcada en la cifras de ambos países, podemos inferir, ceteris paribus, que la migración venezolana ha sumado más nivel de educación promedio a la población de Ecuador. Si mantenemos constantes los valores de 2010, la migración venezolana elevaría el nivel de escolaridad promedio de Ecuador hasta los 8 años.

Hay evidencia empírica, en términos de tasas de retorno social, del beneficio que puede traer la migración de una población más educada. Enfoquemos este asunto desde una sola perspectiva: el hecho de que la sociedad receptora no invirtió recursos en esa educación. Esto significa que el retorno social del trabajador migrante pudiera ser alto, rentabilizándose socialmente a partir de un costo de oportunidad de recursos públicos y privados bajo para el país receptor. Por lo demás, esto no significa que la sociedad receptora no tenga que hacerlo en servicios básicos, infraestructura, salud, etc., solo quiere decir que en materia la inversión en educación para estos grupos tendrá cierto alivio, al menos los primeros años.

Esto es lo que no está claro en Francia, al parecer, la inversión en educación en los grupos migrantes ha dejado mucho que desear en términos cuantitativos y cualitativos. Solo el tiempo dirá si este costo social seguirá en aumento o amainará, todo apunta a que se incrementará.

 

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