EL CAPITAL HUMANO (A PROPÓSITO DE LA VACUNA PARA COMBATIR EL COVID-19)

Uno de los conceptos más populares acerca de qué es la economía es que esta intenta explicar las relaciones e interacciones entre recursos por definición escasos, los medios para obtenerlos, transformarlos o producirlos, y la multiplicidad de necesidades que tenemos o manifestamos tener los seres humanos y son inagotables. Algunas de estas necesidades son vitales satisfacerlas, como las necesidades básicas: alimentación, vestido y vivienda, mientras otras son del tipo de “necesidad” de tener el último iphone. Con base en el complejo de interacciones que se pueden establecer, una determinada sociedad se organiza económicamente para buscar respuesta satisfactoria a tres interrogantes: Qué producir; Cómo producir; Para quién producir.

Estas preguntas no se pueden responder si no conocemos el estado de la tecnología imperante o, dicho de otra forma, el nivel de desarrollo tecnológico que se ha alcanzado. En este sentido, lo producido por los primeros Homo sapiens movilizados desde el interior de África y asentados en el Sur de Europa hace alrededor de 200.000 años (Homo sapiens fue el primer emigrante), dependía de la sencilla tecnología que crearon y manejaron para la caza, la pesca y la recolección de frutos [1]. De igual manera, lo producido por el mismo Homo sapiens en la tercera década del siglo XXI sigue dependiendo del estado de la tecnología. Por ello, la elaboración de una vacuna para combatir el Covid-19 y sus variantes ha estado determinado en buena medida por el nivel alcanzado en ciencia y tecnología, particularmente biotecnología, Inteligencia Artificial (IA), bases de datos y avances en investigación médica, epidemiológica y sanitaria.

Por su parte, la evolución y sostenibilidad de una organización económica que procura la eficiencia en cuanto a qué, cómo y para quién producir, genera el crecimiento económico, un fenómeno multifactorial y multidimensional que se refleja de forma relevante en el incremento de la productividad y, consecuentemente, del ingreso per cápita. La experiencia histórica demuestra que considerar los recursos como “capital” para su uso y otorgar derechos de propiedad sobre los mismos ha sido una alternativa de organización económica, el capitalismo, que ha propendido a ser más productiva que otro tipo de organizaciones económicas. También se ha demostrado que alcanzar un crecimiento económico sostenido supone un cierto “equilibrio”, es decir, no progresan mucho los países que son muy desiguales en la distribución de lo producido, del ingreso, ni tampoco lo hacen los que siendo más o menos igualitarios son ineficientes en cuanto a resolver el qué y cómo producir.

El capital generalmente se expresa como capital físico: recursos naturales, infraestructura, máquinas, equipos, herramientas; capital financiero: dinero y activos y capital humano o capital acumulado en conocimiento, educación, habilidades, capacidades de la gente [2]. Los tres capitales pueden estar en pleno uso actual o en modo potencial (reservas de petróleo, depósitos de ahorro, software, mano de obra). A diferencia de los recursos naturales ya existentes en la Tierra, el capital financiero hay que originarlo y acumularlo y el capital humano hay que formarlo [3]. Por lo menos desde el siglo XV las instituciones económicas se diseñan y estructuran para incentivar se origine y acumule capital financiero y se forme capital humano. Si las instituciones cumplen su función, el capital físico, financiero y humano trabaja en la dirección de volver más eficiente el proceso productivo, además de ampliar la frontera de posibilidades de producción, en la medida que se amplían a su vez las capacidades científicas, tecnológicas e innovadoras.

El sistema educativo de una nación, en primer lugar, y luego su sistema productivo, su sistema de investigación y desarrollo e innovación, sirven tanto de base como de apalancamiento para la formación del capital humano. Invertir en capital humano lo debe ver una sociedad como una tarea que supone unos costos de inversión pública y privada en el corto plazo y deben ser financiados de alguna manera, pero cuyo beneficio para la sociedad, su rendimiento en el largo plazo, es mucho mayor. Bajo esta premisa, los ciudadanos de un país se ven incentivados a adquirir una educación en la medida que entienden también se produce un rendimiento en términos privados, pues quien se educa tiene el incentivo de poder obtener mayores ingresos [4]. Los niños y adolescentes generalmente no comprenden esto (¡Papá déjame dormir!) pero el grueso de la sociedad sí, por lo cual en la mayoría de los países la educación básica y hasta la secundaria es gratuita y obligatoria. Es más cuestionable que la educación universitaria sea gratuita, al menos cuando lo es completamente, pero en algunos países la educación pública a este nivel lo es [5]. Importa tanto la cantidad de capital humano acumulado, medido por ejemplo en años promedio de educación, así como su calidad, y ambos indicadores son relevantes.

En general, muchos productos e innovaciones beneficiosas reflejan la alta rentabilidad social que puede tener la inversión en  educación. Volvamos a mencionar, más allá de las dificultades que se han presentado, a la consecución de vacunas para el combate del Covid-19, incluyendo la rusa Sputnik V y la China Sinopharm, como un ejemplo de ello [6]. Sean producidas por empresas privadas o por instituciones públicas, estas vacunas se han conseguido en países y regiones donde se invierte y se le otorga relevancia a la formación y desarrollo de su capital humano, un pilar fundamental para conseguir cualquier nuevo producto o innovación. Dejo al margen del análisis el problema de su distribución, donde entran en juego pricipalmente factores económicos, como los grandes diferenciales de ingreso y las brechas de desigualdad entre los países ricos y pobres, pero también intervienen factores políticos.

En definitiva, apostar por la formación de capital humano en cantidad y calidad, generando así altos retornos privados y sociales, es apostar por el crecimiento económico y la mejora de la calidad de vida de una manera sostenible. Ningún país ni ningún gobierno deberían privarse de instrumentar las acciones y las políticas públicas que garanticen esto.

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[1] Este dato corresponde a los estudios más recientes al respecto, como los presentados en las revistas  Science  y Nature en 2018 y 2019, señalando que la migración del Homo sapiens fuera de África y particularmente al Sur de Europa puede haber sucedido hace aproximadamente 200.000 años.

[2] El Banco Mundial utiliza una metodología para medir la riqueza de un país que incluye cuatro tipo de capitales: producido, natural, humano y activos externos. Para indagar más sobre esta metodología que mide la riqueza y el capital de una nación se puede consultar el libro del Banco Mundial publicado en 2018: The Changing Wealth of Nations 2018. Building a Sustainable Future. Washington DC: The World Bank Publications.

[3] En las últimas décadas se ha mencionado y analizado la formación del llamado “capital social”, que representaría un activo colectivo intangible y reflejaría el grado de confianza, cooperación, ciudadanía, existente en una sociedad u organización, lo cual impacta en su desempeño económico. Aunque existen metodologías para medir el capital social, no todos los economistas están convencidos de que realmente se trate de un capital. Una muy breve reseña que realicé sobre el concepto y el libro de Bernardo Kliksberg El capital social (Editorial Panapo, 2001) se puede leer en el enlace: http://www.ucla.edu.ve/dac/investigaci%C3%B3n/compendium8/capital.htm

[4] Desde los trabajos seminales sobre retornos de la educación del Premio Nobel de Economía Gary Becker, se ha desarrollado una abundante literatura académica al respecto. En cuanto al retorno social, Erik Canton menciona en su artículo de 2007: Social Returns to Education: Macro-Evidence  que los resultados sugieren que un aumento de un año en el nivel de educación promedio de la fuerza de trabajo puede incrementar 7-10% la productividad laboral en el corto plazo y 11-15% en el largo plazo. En cuanto al retorno privado de la educación, existe evidencia en un sinnúmero de artículos, especialmente referidos a la experiencia en países en desarrollo, de que la obtención de un grado de educación superior remite a un aumento (aunque varía ampliamente de país en país) de los ingresos de un trabajador.

[5] Uno puede ser crítico del sistema político de Rusia y de China y de sus estrategias geopolíticas globales, pero haber conseguido vacunas contra el Covid-19 demuestra que su nivel de ciencia y tecnología no está lejos del de otras potencias. Un artículo de la BBC reseña algunos aspectos detrás de la vacuna Sputnik V, el cual se puede descargar desde este enlace: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-56012192

[6] Lo cierto es que en términos de retornos sociales de la inversión en educación, existen abundantes estudios que demuestran que la educación primaria y secundaria tiene en la mayoría de los países un retorno social relativamente más elevado que la educación universitaria. Al parecer, la inversión en la llamada educación temprana o pre-escolar también tiene un alto retorno social, como ocurre para el caso de los países de América Latina, como se desprende del estudio del BID  del 2015: Los Primeros Años: El Bienestar Infantil y el Papel de las Políticas Públicas, editado por Samuel Berlinski y Norbert Schady.

icovarr@ucla.edu.ve

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