FÚTBOL Y ECONOMÍA: DESIGUALDAD Y DISCRIMINACIÓN LABORAL

Dedicado a mi amiga y colega Coral Martínez Erades.

Es sabido que el fútbol, el deporte que más concita pasiones a nivel global, también es un gran negocio como espectáculo deportivo y como vitrina publicitaria de cientos de productos y servicios asociados directa o indirectamente con este. No resulta extraño entonces que algunas tendencias representativas de la economía global se reproduzcan con cierta fidelidad dentro de las actividades futbolísticas. Durante el mes de junio y parte de julio del año actual se pudo corroborar que el fútbol y la economía se vinculan de muchas formas, vinculación que quedó reflejada en hechos que rodearon la realización simultánea de tres torneos relevantes: la Copa América en Brasil, la Copa Oro en Estados Unidos, con partidos en Costa Rica y Jamaica, y el Mundial de Fútbol Femenino 2019 en Francia. Curiosamente, el partido final de cada uno de estos torneos se realizó el mismo día domingo 07 de julio. Los aspectos de la economía que se hicieron patentes en el contexto inusual de esta coincidencia futbolística son variados, pero nos vamos a decantar por exponer dos: la desigualdad económica y la discriminación laboral.

La desigualdad en el nivel de ingresos entre los países, especialmente entre las naciones ricas, desarrolladas, y las de ingreso medio o las pobres, en desarrollo, no ha hecho sino aumentar, con algunas contadas excepciones, en las últimas décadas. En efecto, ejemplificando con dos países sede de los torneos mencionados: Estados Unidos y Brasil, se hace notorio el agrandamiento de la brecha. Utilizando la base de datos del Banco Mundial tenemos que en 1980 el ingreso per cápita, a precios constantes de 2010, de Estados Unidos era de 28.590 dólares estadounidenses – USD – mientras el respectivo de Brasil era de 8.350 USD, siendo el ingreso estadounidense casi 3,5 veces superior al del país suramericano. En 2017 Estados Unidos exhibía un nivel de ingreso de 54.542 USD frente a los 11.026 USD de Brasil, revelando un ensanchamiento de la diferencia de ingresos, pues este ingreso estadounidense representa alrededor del quíntuple del correspondiente brasileño.

¿Qué tiene que ver esta desigualdad de ingresos con los torneos de fútbol mencionados? Para responder digamos en principio que durante la realización de la Copa América se hizo notoria la poca asistencia de público en los estadios en algunos partidos de la fase de grupos e incluso de la siguiente fase, obviando por supuesto los partidos en los que jugaba Brasil y en menor medida los partidos donde jugaban estrellas del fútbol suramericano. Por el contrario, en los estadios de los Estados Unidos donde se realizó la Copa Oro hubo buena asistencia en todos los partidos, especialmente cuando jugó México o Estados Unidos. En Brasil el fútbol no es un deporte sino una religión, de manera que la explicación de la relativamente baja asistencia a los juegos no debe ser completamente deportiva. En alguna medida está relacionada precisamente con la desigualdad de ingresos. Veamos.

Los precios de las entradas para los partidos de la Copa América y la Copa Oro eran equiparables y la más barata costaba unos 10 USD. Pero mientras un trabajador norteamericano de salario mínimo tiene que emplear aproximadamente una hora de trabajo para adquirir dicha entrada, su equivalente brasileño tiene que invertir aproximadamente seis horas de trabajo para poder comprarla. La desigualdad de ingresos, al revelar un muy diferente poder adquisitivo entre los trabajadores de uno y otro país, es una explicación plausible para la diferencia observada de asistencia a los estadios. ¿A qué se debe esta desigualdad de ingresos y por qué se ha ensanchado? Se debe a varios factores, pero el más determinante es la diferencia existente en la productividad laboral – producto por trabajador empleado en un sector representativo de la economía – de ambos países. Según la base de datos ILOSTAT de la OIT la productividad laboral en Brasil representa actualmente alrededor del 22% de la productividad laboral de Estados Unidos. En otras palabras, un trabajador norteamericano es 4,5 veces más productivo que un trabajador brasileño y es por ello que la diferencia de ingresos y salarios mínimos es más o menos de la misma magnitud. La diferencia de ingresos se ensancha en la medida que la economía brasileña confronta diversas limitaciones, que no cabe explicar aquí, para que sus empresas e industrias comiencen a converger hacia los niveles de productividad laboral que tienen empresas e industrias de Estados Unidos.

Por su parte, la desigualdad de ingresos al interior de Brasil es una de las más altas del mundo y la enorme brecha existente entre el ingreso que reciben sus ricos respecto a sus pobres afecta especialmente a la población negra y mulata. Esta representa el 50% de la población total de Brasil, pero en términos de desigualdad los negros están sobre-representados en los estratos de pobreza y pobreza extrema, pues constituyen el 75% de esos estratos, según cifras recientes del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística – IBGE -. Los trabajadores negros sufren además de discriminación laboral, recibiendo un salario promedio que es dos y medio veces inferior al que reciben los trabajadores blancos con empleos similares o igual calificación. La desigualdad de ingresos no sólo afecta significativamente el poder adquisitivo de un pobre brasileño, especialmente si es negro, sino también respecto a sus oportunidades de acceso a servicios básicos y servicios públicos de salud y educación. Esta desigualdad se pudo notar indirectamente en la Copa América. Igual a lo ocurrido en el Mundial de Fútbol Brasil 2014, en las imágenes de televisión que captaban al público asistente en los estadios se hizo evidente que se trataba de gente mayoritariamente blanca que, irónicamente, veían jugar a sus estrellas futbolísticas mayoritariamente negros.

La discriminación laboral que afecta a grupos étnicos, inmigrantes, es más pronunciada cuando se refiere al género. Esta discriminación se refleja en que las mujeres, a nivel global, ganan en promedio un salario inferior a los hombres por hacer el mismo trabajo y teniendo igual calificación, con una diferencia que puede llegar a ser sustancial. Esta discriminación también se materializa en otros beneficios del trabajo – permisos, oportunidades de ascenso, pago de bonos, premios -.

Al respecto, antes que se iniciara el Mundial de Fútbol Femenino 2019 ya estaba encendida la polémica en torno a la discriminación que sufren las futbolistas en relación con sus contrapartes masculinas en cuanto a salarios, bonos y premios. Mientras los premios a repartir por la FIFA en el Mundial Femenino Francia 2019 fueron de 30 millones de dólares para las 24 selecciones participantes, estos ascendieron a 400 millones para las 32 selecciones que disputaron el Mundial Rusia 2018. La renuncia voluntaria a jugar el Mundial Femenino de la jugadora noruega Ada Hegerberg, actual Balón de Oro, fue una medida de presión para que se elimine o al menos se reduzca en su país y en otras partes la discriminación de género en cuanto al salario de las jugadoras y en otros aspectos relacionados con la práctica del fútbol donde las mujeres son discriminadas. A raíz de su renuncia, la Federación Noruega de Fútbol y el sindicato de futbolistas del país escandinavo firmaron un primer acuerdo para alcanzar la igualdad salarial. Por su parte, las campeonas del torneo, la selección de los Estados Unidos, han comenzado a recibir apoyo político para que se repartan premios equivalentes a los que recibe la selección masculina por sus logros. Es muy probable que este movimiento se extienda a otros países donde el fútbol femenino ha cobrado fuerza.

Es difícil precisar si la brecha de ingresos per cápita entre los países ricos y los países de ingresos medios y pobres se seguirá ampliando o por el contrario comenzará a cerrarse. También es difícil pronosticar si la brecha de desigualdad económica, social y laboral que sufre la población de raza negra en Brasil amainará en algún momento. Más alentador parece ser el panorama para la disminución de las brechas salariales por discriminación de género. En todo caso, el estudio de la economía en ámbitos como la desigualdad de ingresos o la discriminación en los mercados laborales puede arrojar luces en cuanto al diseño de políticas públicas que resulten efectivas para combatir estos problemas, incluso cuando se presentan en el fútbol.

 

 

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