INTERSTELLAR: LA FÍSICA, LA ECONOMÍA Y EL TIEMPO

Invertí dos horas y cincuenta minutos de la madrugada del 25 de diciembre en volver a ver la película británico-estadounidense del 2014 Interstellar (Dir. Chris Nolan) y esta vez mi juicio de la película es que es complicadamente hermosa. Complicada porque los conceptos sobre agujeros negros y relatividad solo se entienden si uno conoce las teorías respectivas y aun así entiende lo planteado allí a un nivel muy básico, pues para comprenderlo perfectamente tendría que ser uno un físico-matemático, y de los buenos, como mi amigo y colega Rafael Torrealba.

También es complicado entender el asunto malthusiano que se plantea: alimentos produciéndose a lo sumo a una tasa aritmética o incluso no produciéndose, desapareciendo, frente a una población que si bien dejó de crecer a una tasa geométrica, está desapareciendo por la hambruna y la escasez de recursos y sus probabilidades de sobrevivencia en la Tierra son prácticamente nulas. Esto es complicado de entenderlo no por la teoría en sí, sino porque tenemos evidencias que desde que Thomas Malthus hizo su famosa predicción a finales del siglo XVIII respecto al desequilibrio entre disponibilidad de alimentos y el mayor crecimiento de la población, lo cual causaría una hambruna generalizada, hasta ahora dicha predicción no se ha cumplido, aunque se han dado casos puntuales (Ucrania, China, India) de hambrunas, no tanto por razones económicas sino políticas.

Y es más complicado comprenderlo porque ahora mismo la disponibilidad de alimentos en el mundo alcanza de manera suficiente para cubrir la seguridad alimentaria de toda la población del planeta, un aspecto que remarca en sus libros y conferencias el experto en economía agroalimentaria mi amigo y colega Alejandro Gutiérrez. Que cubrir las necesidades alimentarias de la población mundial no se logre es, pues, un problema más que económico de producción de alimentos, un problema geopolítico de la forma como se asigna, se distribuye y se tiene acceso al consumo de alimentos en el mundo.

Desde esta perspectiva, la proyección de un escenario económicamente catastrófico, al situarlo la película a mediados del siglo XXI, me parece complicado de entender. Es decir, dado que en unos días entraremos a la tercera década del siglo XXI, esa catástrofe estaría “A la vuelta de la esquina”. Es difícil imaginársela tan pronto, aunque ¿Quién predijo seriamente las probabilidad de una pandemia global y sus tremendos efectos en 2020?

La película es hermosa en cuanto a las superposiciones del tiempo y el espacio y sus implicaciones en las vidas humanas. Todo ello lo pude apreciar mejor ahora que la primera vez que la vi. Me gustó el tono animoso y siempre colaborativo de las computadoras-robots CASE y TARS, que en algunos aspectos parecen descendientes de la famosa computadora HAL 9000 de la novela de Arthur C. Clarke y de la película de Stanley Kubrick: 2001 Una odisea del espacio, pero sin la arrogancia de esa intrigante máquina.

También es hermoso el final romántico, con el astronauta que pilotea la primera misión en busca de planetas habitables Joseph Cooper, para quien el tiempo en su vida prácticamente no ha pasado, saliendo a buscar desde la estación espacial terrícola en Saturno, después de despedirse de su anciana hija Murph, la científica a quien se le debe la sobrevivencia de la especie humana, volviendo a viajar por el agujero negro de gusano, a la doctora Amelia Brand, para quien tampoco el tiempo ha pasado, y se encuentra en el planeta de Edmunds, tratando de establecer una colonia humana. Todo ello me hizo recordar la alegoría faustiana con el tiempo y cómo tantas veces en nuestras vidas quisiéramos detenerlo, perpetuar el instante, el momento de vida donde somos felices y estamos en paz y entonces provoca decir con Goethe: “¡Detente tiempo, eres tan bello!”.

icovarr@ucla.edu.ve

 

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