KEYNES, LOS DENTISTAS Y LA ECONOMÍA VENEZOLANA

Dedicado a mis familiares y amigos odontólogos, en especial a mis amigas Sikiu Espinoza y Margoris García y a mis compañeros de bachillerato María Auxiliadora Quintero y Pedro Luis Omaña. 

Se ha discutido bastante en el último bienio, y mucho más en los últimos meses, sobre cuáles serán las medidas para reconstruir la economía venezolana en los próximos años, una vez en definitiva haya otro régimen político. Se han planteado al respecto, como es lógico, diferentes perspectivas que pueden ser clasificadas, grosso modo, en un espectro ideológico que abarca a los neoliberales, los que exigen una alta participación del Estado y los que nos decantamos por un modelo similar al sugerido por el primer ministro alemán de la postguerra Konrad Adenauer: “Tanto Mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”.

La mayor parte de las recomendaciones han sido dirigidas a tipificar las condiciones para el necesario ajuste macroeconómico que habrá de encararse. No obstante, hay una dimensión de la prospectiva sobre la economía venezolana a la que se le presta menos atención, quizás por la urgencia en comenzar a resolver en el corto plazo los acuciantes problemas existentes (hiperinflación, bajos salarios, industria petrolera destruida, producción deprimida). Me refiero a las medidas de política para el largo plazo.

En términos sencillos, se necesitarán unas políticas encaminadas a lograr en el corto y mediano plazo la estabilización macroeconómica y un crecimiento económico anual positivo [1]. Pero también se necesitarán un conjunto de políticas que hagan sostenible el crecimiento de largo plazo. Aunque el gran economista del siglo XX John Maynard Keynes decía irónicamente que todos en el largo plazo estaremos muertos, para enfatizar que sus remedios, los llamados remedios keynesianos, son efectivos en lo inmediato y un poco más allá en el tiempo, lo cierto es que la consideración del largo plazo de la economía venezolana es relevante por varias razones, de las cuales expondré dos que me parecen pertinentes.

La primera razón es que la sostenibilidad del crecimiento económico en el largo plazo pasa necesariamente por el objetivo de lograr incrementar la productividad laboral y del capital en el uso de los recursos. La productividad deberá comenzar a equipararse con los niveles de productividad, ya no digamos la que tienen los países desarrollados, sino al menos en principio lograr la convergencia con las naciones latinoamericanas que exhiben las más altas tasas de productividad en la región.

Por varias décadas la renta petrolera le permitió a la sociedad venezolana disfrutar de unos niveles de ingreso per cápita que no se correspondían con el bajo nivel histórico de su productividad laboral ni con su bajo nivel de competitividad internacional. Esta situación comenzó a cambiar a partir de los años ochenta y más acentuadamente desde los noventa, periodo donde la disminución de la productividad laboral explica en parte la caída del ingreso per cápita. En efecto, mientras la productividad laboral durante el periodo 1992-2000 experimentó una disminución de -2,5% anual, el ingreso per cápita disminuyó de 13.303 $ en 1992 hasta 11.944 $ en el 2000. Para el periodo 2000-2012 la productividad laboral registró una mejoría, pero aumentando a la baja tasa de 0,97% anual. De la misma manera y a pesar de corresponder con los años del último boom de ingresos petroleros, el ingreso per cápita apenas aumentó de 11.944 $ en 2000 hasta 14.735 $ en 2012 (2,6% anual). En medio de la debacle económica sufrida desde el 2013, la productividad laboral ha decrecido de forma pronunciada, en -8,9% anual, para el periodo 2013-2019. Por su parte, el ingreso per cápita se ha derrumbado, recortándose en el 2019 hasta un tercio de su valor más alto, en 1977, y retrocediendo a los niveles que tenía en 1944, según cálculos del economista Urbi Garay. Si se analiza el ingreso per cápita abarcando un periodo de 35 años: 1980-2014, se corrobora el estancamiento del mismo, pues sólo aumentó a la muy poco significativa tasa de 0,25% anual [2].

Actualmente, según datos de la OIT y cálculos propios, la productividad laboral de un trabajador en Venezuela representa apenas un 16,4% de la productividad laboral de un trabajador en los Estados Unidos, mientras que un trabajador venezolano de salario mínimo devenga al mes (incluyendo bono de alimentación) el equivalente aproximado a media hora laboral de un trabajador de salario mínimo de un país desarrollado. Esta situación, de no remediarse, será a todas luces inviable para el crecimiento sostenido de largo plazo.

La segunda razón para prestar atención al largo plazo es que cualquier mejora, en estabilización macroeconómica y en crecimiento en el corto plazo, se puede perder más adelante si se mantienen políticas propiciadoras de la caza y captura de rentas públicas. El rent-seeking con el que opera una parte de los agentes económicos y políticos ha sido sumamente perjudicial para la sociedad venezolana, mucho más desde que en los últimos años se ha tratado de imponer un modelo extractivista-rentista puro y duro [3].

La mayoría de los economistas estamos de acuerdo que un programa de estabilización macroeconómica que cuente con suficientes recursos financieros externos para su implementación y lo lleve adelante un equipo de técnicos preparados para ello, que entiendan los trade off entre los instrumentos fiscales, monetarios y cambiarios y la forma de coordinarlos para obtener resultados cercanos a las metas y objetivos deseados, puede lograr de manera relativamente rápida la ansiada estabilidad, volviendo a posicionar la economía venezolana en la senda del crecimiento. Pero lograr que esta estabilización y este crecimiento sean sostenibles en el largo plazo requerirá de políticas públicas más complejas, tanto en su diseño así como en su implementación, las cuales analizaré en otra entrada.

En relación con lo anterior, reafirmo que para el diseño e instrumentación de las políticas de corto y largo plazo se necesitarán economistas preparados y capaces, tanto como lo son, por ejemplo, los profesionales de la odontología. Digo esto porque en general concuerdo con una reflexión de Keynes donde, palabras más, palabras menos, señaló que sería estupendo que los economistas aceptaran ser humildes, prácticos y competentes como los dentistas. Conociendo del profesionalismo de los odontólogos venezolanos, además de acreditar su gran calidad humana, pienso que sí, que los economistas venezolanos seríamos mejores profesionales siendo menos arrogantes, menos políticos, y más parecidos a la mayoría de nuestros odontólogos.
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[1] Los países de América Latina tienen una larga experiencia desde los años ochenta, durante los noventa y en la primera década del siglo XX con los programas de ajuste macroeconómico. En el caso de Venezuela, parte de las fallas del ajuste macroeconómico iniciado en 1989 bajo el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, se debió a que transitó por dos canales de velocidad: rápido para la liberación de precios, la privatización, la restructuración de la deuda y lento o muy incompleto para la necesaria reforma tributaria y financiera. Algunos países latinoamericanos han logrado, incluso durante largos periodos, mantener la estabilización y un crecimiento económico positivo, aunque moderado. La experiencia de estabilización macroeconómica con crecimiento durante el gobierno socialista de Evo Morales en Bolivia se discute en la entrada del blog: EVO MORALES SCHOOL OF ECONOMICS.

[2] Los datos de la productividad laboral provienen de la OIT, son valores a precios constantes de 2010 en dólares estadounidenses (USD). Los datos del ingreso per cápita son del Banco Mundial, a precios constantes del 2010 en USD. Las tasas anuales estimadas son tasas promedio ajustadas. Los cálculos de Urbi Garay son a precios constantes en bolívares para el periodo 1920-2019, siendo 1920 el año base (1920 = 100 Bs.).

[3] El análisis de los modelos rent-seeking tienen una larga tradición en los estudios económicos, siendo el trabajo seminal el de Ann Krueger: The Political Economy of the Rent-Seeking Society. The American Economic Review, Vol. 64, N° 3, 1974, pp. 291-303.

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