LA DERROTA DE LA ARROGANCIA

Una de las ideas más interesantes del pensamiento económico, con innumerables derivaciones analíticas, es la referida a la imposibilidad de conocer toda la información detrás de las variables que condicionan la toma de decisiones de los agentes económicos. Información que además cambia continuamente, volviendo relativamente incierta la dirección que tomarán esas variables y las magnitudes de sus cambios. En estos términos, un mercado puede ser visto como una sucesión caótica de datos y resultados que se van acoplando. Los mercados de competencia funcionan precisamente porque son la expresión de un desorden que fluye hacia un orden espontáneo, hacia un equilibrio dinámico constantemente renovado.

Los socialismos, incluyendo el socialismo del siglo XXI venezolano, siempre aspiran a manejar la economía con base en un modelo contrario al mercado. Se presume conocer de antemano toda la información del comportamiento de las variables económicas, y dado el deseo de procurar el fin último del socialismo: la suprema felicidad de todos, se procede a modificar ese comportamiento. Para ello se instrumentan un sinnúmero de planes, controles y regulaciones. En la práctica los socialismos fracasan, en algunos casos estruendosamente, y una de las razones estriba en no admitir que controlar completamente el desempeño de una economía resulta una entelequia.

La economía venezolana de los últimos tres lustros ha sido para el gobierno revolucionario un laboratorio donde se han puesto a prueba planes y controles diseñados por sus burócratas y algunos asesores extranjeros que, con arrogancia, pretenden tener el conocimiento y la certeza de poder dirigirla. Esa “fatal arrogancia” como la llamó en su libro homónimo el economista austríaco Friedrich Hayek, los llevó a suponer que estatizando la producción, controlando las empresas, fijando los precios, aplicando subsidios indiscriminadamente, controlando el tipo de cambio, las tasas de interés, asignando a discreción bienes y servicios, se lograría tener una economía próspera.[1]

No obstante, estas pretensiones han chocado con la evidencia de una economía venezolana en plena crisis, reflejada en un decrecimiento acentuado del PIB, escasez generalizada, una muy alta inflación, aumento de la tasa de pobreza. Las autoridades del gobierno venezolano, del presidente para abajo, antes que admitir los errores de política económica cometidos, han señalado insistentemente que el problema no es el modelo aplicado, es más bien la falta de profundización del mismo. En este sentido, las razones que esgrimen para explicar la crisis, al margen del efecto negativo causado por la abrupta caída de los precios del petróleo, van desde la supuesta guerra económica creada por los empresarios nacionales hasta el supuesto sabotaje internacional permanente por parte del imperio norteamericano. Están convencidos que si pudieran neutralizar esas amenazas y profundizar su modelo socialista, la economía venezolana marcharía sobre ruedas.

Y esta negación de la realidad, el no querer rectificar errores, hace recordar la anécdota del médico que decide tratar la dolencia de un paciente practicándole sangrías. El enfermo empeora día tras día, pero el médico no cede un ápice en su método. Una mañana le informan que el paciente ha muerto y él, imperturbable, comenta frente a sus discípulos: qué lástima, si no se hubiera muerto habríamos comprobado la efectividad del tratamiento.[2]

Probablemente en ningún momento antes de ahora los analistas habían inventariado tantos errores de política económica en Venezuela y de falta de disposición por parte de su gobierno a rectificar. Por esta razón, la aplastante derrota que la oposición le infligió al oficialismo en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre, también se explica como una derrota a la arrogancia de pretender imponer y continuar con un modelo económico fracasado. Además, tiene el matiz de ser una derrota a una forma de hacer política que se volvió arbitraria, intolerante y abusiva. Parece que llegó el momento de comenzar a cambiar todo eso.

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[1]The Fatal Conceit: The Errors of Socialism”, Routledge, London, 1990. Último libro publicado por Hayek, donde pone a punto sus críticas a la pretensión de un conocimiento desentendido de los hechos y los errores en los que desemboca cuando es expresión del socialismo y de las políticas socialistas. Hay una versión en español del libro, a la que se puede acceder desde este link: https://javuresistencia.files.wordpress.com/2014/04/208-friedrich-hayek-la-fatal-arrogancia.pdf

[2] La anécdota la cuenta Raúl Prebisch en la Presentación del libro “Economía y filosofía” de Mario Bunge, Editorial Tecnos, 1982. Prebisch refiere que la obtuvo de su lectura de una novela clásica. La utiliza para ejemplificar el daño que según su opinión causó la restricción monetaria y crediticia en la producción y el empleo, derivado de la aplicación de políticas monetaristas muy restrictivas, la receta de Milton Friedman, en América Latina a principios de los ochenta del siglo pasado.

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