LA ECONOMÍA VENEZOLANA DE 1830-1840 VISTA DESDE EL LIBRO EL FABRICANTE DE PEINETAS

El libro El fabricante de peinetas. Último romance de María Antonia Bolívar (Editorial Alfa, 2011), de la historiadora venezolana Inés Quintero, es un ensayo que cuenta y analiza un suceso ocurrido en Caracas en 1836. Una mujer de 57 años, blanca, criolla principal, hermana mayor del Libertador Simón Bolívar, María Antonia Bolívar, tiene un romance con un joven pardo de 22 años que trabajaba para ella, José Ignacio Padrón, fabricante de peinetas. El amorío se enreda y en septiembre de ese año ella lo acusa ante la instancia judicial de Caracas de haberle robado 10.000 pesos, una cantidad muy sustancial de dinero en la época [1]. Al joven lo encarcelan y se inicia un juicio donde salen a relucir las cartas de María Antonia para Padrón, revelando manifiestamente la relación íntima que mantenían. Sus diferencias de clase social y de edad alimentan el escándalo y la comidilla alrededor del juicio. La historia es interesantísima, se lee como una novela. Más allá de los intríngulis del juicio, la actuación de los testigos, los abogados, del juez y su desenlace, a lo largo del ensayo se describen, caracterizan o contextualizan, una serie de aspectos y de hechos que muestran una pincelada de cómo se desempeñaba la economía venezolana en los años posteriores a la Guerra de Independencia, los del nacimiento de la Venezuela republicana. A destacar esos aspectos económicos está dedicada esta entrada.

El estanco de tabaco. El tabaco es originario de tierras americanas y desde el siglo XVI se convirtió en un producto altamente demandado en el comercio internacional de la época, alcanzando altos precios. La producción de tabaco en Venezuela se desarrolló rápidamente y hacia fines del siglo XVI se había convertido en el principal producto de exportación, siendo un cultivo de gran importancia económica durante la Colonia, importancia compartida, desde la segunda mitad del siglo XVIII, con otros cultivos como añil, algodón  café y especialmente el cacao. Los estancos de tabaco se constituían como monopolios instaurados por el Estado para tener el control absoluto de los ingresos fiscales generados. En 1779 la Corona española creó el estanco del tabaco venezolano, el cual duró hasta 1833. José Ignacio Padrón trabajó en ese estanco como empleado. La empresa otorgaba tierras a los productores, garantizaba recursos para producir, supervisaba la calidad del producto, fijaba los precios de venta y establecía los canales de comercialización. No obstante, los años de la Guerra de Independencia causaron estragos en la producción de este cultivo y en su comercio, perdiendo la relevancia que otrora tenía. Una vez instaurada la República, se pretendió recuperar la importancia económica de la producción-exportación de tabaco y utilizarlo como instrumento financiero para el pago de la cuantiosa deuda pública externa, heredada de la separación de la Gran Colombia, la cual montaba a 1.888.296 libras esterlinas, equivalentes a aproximadamente 11,7 millones de pesos, al tipo de cambio de la época de 6,20 pesos por libra esterlina. El plan incluso recibió el apoyo de Simón Bolívar, pero fue abandonado y las autoridades de la nueva República de Venezuela se mostraron contrarias a mantener el estanco de tabaco, por lo cual fue cerrado y liquidadas sus tierras y bienes en 1833 [2].

Las peinetas. La técnica de fabricación de las peinetas de la época era artesanal, el peinetero tenía que aprender la habilidad para el oficio en un taller con algún maestro. José Ignacio Padrón se hizo fabricante de peinetas y aparentemente era bien diestro en ello. La materia prima para elaborar esas peinetas era el carey, proveniente de la concha de las tortugas marinas. En esos años de 1830, la importación de carey cobró cierto auge, aunque su volumen y valor fue bastante variable. Se debía tratar de un negocio potencialmente rentable, pues algunos empresarios extranjeros estaban dispuestos a invertir en viveros de tortugas en la isla de Los Roques, previa autorización del Gobierno. Se han documentado por lo menos dos solicitudes de este tipo, en 1833 y 1836, otorgándosele a la primera solicitud, de un emprendedor norteamericano, una licencia de operación por 5 años. La peineta de carey era un adorno muy apetecido entre las damas de la alta sociedad caraqueña, una especie de artículo de cierto lujo, relativamente costoso, pues una buena peineta podía alcanzar un precio de 80 pesos y esta no era una cantidad que estuviera fácilmente al alcance de cualquiera. A inicios de 1836 estaban registrados oficialmente 21 peineteros en la ciudad de Caracas. Es probable que María Antonia, quien por su estatus social podía darse el lujo de comprar peinetas, haya conocido a Padrón inicialmente como clienta de sus productos.

Los esclavos. Algunos historiadores sostienen, sin dejar de ser una tesis controversial, que la esclavitud fue una pieza crucial en el engranaje del proceso de formación del capitalismo mundial y del arranque de la acumulación originaria del capital en Europa, especialmente en Gran Bretaña [3]. Los primeros esclavos negros traídos a Venezuela llegaron comenzando la segunda mitad del siglo XVI y su tráfico fue continuo durante los tres siglos que duró la Colonia. La Corona española otorgaba licencias para la compra de esclavos y el puerto de La Guaira era uno de los autorizados para recibirlos y comercializarlos. Un antepasado del Libertador, Procurador y Primer Regidor de Caracas, Simón de Bolívar, recibió hacia finales del siglo XVI una licencia para comprar 3.000 esclavos. La mano de obra esclava se convirtió en sostén del trabajo y la producción en las minas, plantaciones y haciendas, así como en las labores domésticas. Geográficamente estaba muy presente en el centro, la costa y centroccidente del país en un número que se calcula llegó a ser de alrededor de 80.000 esclavos. Sin embargo, la significativa importancia de la esclavitud en las actividades económicas comenzó a mermar, por diferentes razones, en el último tercio del siglo XVIII y se acentuó con el estallido de la Guerra de Independencia. Por su carácter de mantuanos y terratenientes, la familia Bolívar llegó a poseer una gran cantidad de esclavos, aunque Simón Bolívar liberó a los suyos en 1814 y luego en 1819 emitió un decreto a favor de la liberación de todos los esclavos, generando una gran resistencia a su aplicación. En 1830, la Ley de Manumisión ordenaba la libertad de los nacidos de esclavas cuando cumplieran 21 años, pero en una ley anterior de 1810 se había fijado esta edad en 18 años. En la práctica, en las primeras décadas de la República se produjo un retroceso en la legislación de la libertad de los esclavos debido a presiones económicas y políticas por parte de poderosos terratenientes. Será en definitiva con el decreto de abolición de 1854 cuando realmente comience a acabarse la esclavitud [4]. Para María Antonia Bolívar era algo natural poseer y comerciar con sus esclavos, pues se trataba de un bien de su propiedad. También en esa época se compraban y vendían criadas y criados, aunque en condiciones muy diferentes a las de los esclavos. Curiosamente su precio de compra-venta, como se señala en una carta de María Antonia para Padrón, oscilaba en torno a los 80 pesos, un precio similar al que costaba una peineta de calidad. Entre los bienes “no embargables” registrados por la justicia una vez es hecho preso José Ignacio Padrón, se menciona que este poseía dos criados.

Salarios e ingresos. Hacia 1830, los salarios en la administración pública no eran satisfactorios. Un escribano podía ganar 360 pesos al año, lo cual en términos de su poder adquisitivo representaba un sueldo con el que se podía comprar más o menos un esclavo joven en buen estado físico o hasta cuatro peinetas de buena calidad. El salario mínimo quizás lo representaba el trabajo de una criada libre haciendo labores domésticas, el cual podía llegar a ser de 1 o hasta 2 pesos a la semana. Con este poder adquisitivo tan limitado, la criada necesitaba un poco más de año y medio de trabajo si ganaba 1 peso, o casi un año si ganaba 2, para comprarse una peineta. Era manifiesta por lo tanto la gran desigualdad existente en esa época en cuanto a propiedades e ingresos entre una minoría de familias muy ricas y una mayoría de la población pobre. Cuando en 1832 María Antonia vendió a una compañía inglesa la propiedad de las minas de cobre de Aroa, heredadas de su hermano el Libertador, la familia Bolívar recibió 38.000 libras esterlinas, equivalente a 235.600 pesos [5]. La parte de la herencia que le correspondió a la mantuana caraqueña fue de alrededor de 50.000 pesos, un ingreso equivalente a 140 años de trabajo de un empleado público, un empleado como lo fue en su momento José Ignacio Padrón.

Monedas. El sistema monetario venezolano hacia 1830 reflejaba problemas propios de la inexistencia de una moneda oficial emitida por una autoridad gubernamental nacional, lo cual conllevaba a que en sustitución de esto se usaran diferentes monedas extranjeras de diferente valor y peso, escaseando frecuentemente el numerario. Estos problemas se evidencian en la misma carta mencionada anteriormente, en donde María Antonia le encarga a Padrón le ayude a conseguir 25 onzas de plata. La escasez de monedas persistió durante casi todo el siglo XIX hasta que finalmente, en 1879, en el gobierno de Antonio Guzmán Blanco se creó la Ley de Monedas, estableciéndose el bolívar de plata, dividido en 100 centésimos, como la unidad monetaria de Venezuela. El hecho de que María Antonia Bolívar denuncie a José Ignacio Padrón por una cantidad en efectivo tan grande lleva a preguntarse ¿por qué no la tenía guardada en un banco? La respuesta es que para el momento de los hechos, además de no existir un sistema monetario uniforme, tampoco existían bancos en Venezuela. El primer banco existente en el país fue una agencia del Banco Colonial Británico, establecida en Caracas en 1839. En 1841 se creó el primer banco venezolano, llamado Banco Nacional, pero nueve años después el Gobierno decretó su liquidación [6].

Para concluir este breve análisis, agreguemos que en el polémico artículo The Colonial Origins of Comparative Development: An Empirical Investigation, publicado en 2001, Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson defienden el planteamiento de que algunos rasgos de las instituciones económicas conformadas durante la Colonia en Hispanoamérica persisten en las naciones que, una vez independizadas, pasaron a ser repúblicas en el primer tercio del siglo XIX y hasta el presente, representando un obstáculo para su desarrollo económico y social [7]. Independientemente de la validez de sus argumentos, la exposición de algunos problemas de la economía venezolana de los años de 1830, vistos desde la mirada del libro de Inés Quintero, parecieran de una u otra forma sugerir que aún siguen vigentes casi dos siglos después, incluso algunos desaparecidos en el transcurso del siglo XX han rebrotado. Problemas actuales como el peso de una deuda pública externa exagerada, el bajo poder adquisitivo de los ingresos de la mayoría de la población trabajadora, la desigualdad exacerbada y la falta de escasez de numerario, serían indicativos de lo señalado. Y sobre todo ello he reflexionado a partir de la lectura de El fabricante de peinetas, un buen análisis histórico y también un relato de un amor contrariado.

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[1] Inés Quintero es también la autora de un libro previo relacionado con este, una biografía de María Antonia Bolívar llamado La Criolla Principal, publicado en 2003 por Fundación Bigott.

[2] Con referencias de las entradas: “Tabaco” y “Deuda pública”. Diccionario de la Historia de Venezuela. Fundación Empresas Polar, Caracas, 2010.

[3] En respaldo de esa tesis, véase, por ejemplo, Williams, E. [1944]. (1994). Capitalism and Slavery. Third Edition. University of North Caroline Press.  

[4] Con referencias de Pollak-Eltz, A. (1972). Vestigios africanos en la cultura del pueblo venezolano. Universidad Central de Venezuela, Caracas, y de la entrada: “Esclavitud”. Diccionario de la Historia de Venezuela. Fundación Empresas Polar, Caracas, 2010.

[5] Con referencias de la entrada: “Aroa, minas de”. Diccionario de la Historia de Venezuela. Fundación Empresas Polar, Caracas, 2010.

[6] Con referencias del artículo Primeros Bancos, en la revista El Desafío de la Historia, Año 2, No. 15, 2009, pp. 74-75 y de la entrada: “Bolívar, unidad monetaria”. Diccionario de la Historia de Venezuela. Fundación Empresas Polar, Caracas, 2010.

[7] Acemoglu, D., Johnson, S., Robinson, J. (2001). The Colonial Origins of Comparative Development: An Empirical Investigation. The American Economic Review, Vol. 91, No. 5, pp. 1369-1401.

 

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