LA PIEL QUE HABITO Y LA ECONOMISTA DEIRDRE McCLOSKEY

He visto una docena de películas del cineasta español Pedro Almodóvar y todas, salvo una (La mala educación), me han gustado. Esta semana he incorporado a esa lista La piel que habito, un film del 2011 que mantiene esa marca registrada por el director manchego de combinar magistralmente la puesta en escena de temas muy humanos, planteados sin superficialidades, contados con algo de suspenso, truculencia e ironía y perfectamente manejados en los planos secuenciales conforme se va desarrollando el argumento. La trama de la película gira alrededor de Vicente y un prestigioso médico cirujano plástico, Robert, cuyos destinos se cruzan de manera infortunada. Producto de una planeada venganza, Robert secuestra a Vicente y le cambia el sexo sin su consentimiento, también experimenta con él cambios en su piel para hacerla más resistente a quemaduras y a los mosquitos, mientras paulatinamente lo sigue transformando, por espacio de seis años, en una mujer. Aunque el tema da para un debate extenso, por cuestiones de brevedad acotaré mi opinión en torno a dos preguntas: ¿Es ético que la ciencia médica experimente con seres humanos, incluso para los casos donde hacerlo significaría conseguir una cura para una enfermedad o alivio a deformaciones y mutilaciones causadas por accidentes o actos violentos? ¿Un hombre que se transforma en mujer, sea de manera voluntaria o no, lo es realmente de cuerpo y mente?

Para la primera cuestión se requieren planteamientos rigurosos y bien fundamentados, pues tiene implicaciones morales, religiosas, de derechos humanos, por decir lo menos. No es fácil calibrar sin mayor información y dada la complejidad del quehacer científico contemporáneo, qué tanto se ha avanzado o retrocedido respecto al soporte ético necesario para hacer ensayos clínicos con seres humanos, considerando además que cualquier avance científico y tecnológico en el campo médico tiene efectos casi inmediatos en la salud o enfermedad física y mental de las personas. En general, existe más rechazo que aceptación en la opinión pública al respecto de tomar a las personas como conejillos de indias. Todo ello tiene un contexto histórico, pues los vergonzosos experimentos llevados a cabo con quienes el nazismo consideró “razas inferiores”, dirigidos por el médico alemán Josef Mengele, todavía reverbera en la opinión pública informada para cuestionar cualquier práctica médica que se le parezca aunque sea superficialmente. A pesar de la existencia de rigurosos códigos éticos para realizar pruebas médicas con seres humanos, no es ningún secreto que desde hace décadas se realizan experimentos en el ámbito de alguna medicina que violan estos códigos. Incluso también ocurre en algunos casos de experimentos económicos, políticos, psicoterapéuticos y de control social [1].

La respuesta al segundo interrogante es igualmente intrincada porque se pasea por aspectos delicados de tratar y donde la ahora poderosa comunidad LGBTI está siempre alerta ante opiniones, leyes, normas, que puedan mellar los avances logrados en los últimos tiempos contra la discriminación hacia la orientación sexual de una persona y en asuntos de discriminación de género. En este sentido, si un hombre decide cambiar de sexo de manera deliberada y voluntaria, es plausible y así lo suponemos que sus pensamientos están embebidos de la forma característica a como tiene pensamientos una mujer. Pero la película de Almodóvar no se desarrolla en este contexto, sino en el de una situación donde la decisión de un hombre de transformarse en mujer no es voluntaria sino forzada.

Con relación a lo mencionado, sirva para la discusión traer a colación una anécdota digna de contar. Uno de los libros que más me gusta de mi profesión es La retórica de la economía, publicado en 1983 por el economista estadounidense Donald McCloskey. Cuando surgió Google quise ponerme al día con su producción académica, descubriendo para mi sorpresa que ya no se llamaba Donald sino Deirdre. Donald McCloskey nació en 1942, se casó y tuvo hijos y a sus 53 años decidió cambiar de sexo. Deirdre McCloskey es una economista brillante, multidisciplinaria y multifacética, ha publicado más de una docena de libros, innumerables artículos e impartido conferencias y participado en seminarios por todo el mundo. Sus intereses intelectuales son muy amplios, cubriendo un vasto campo de la profesión que va desde la historia económica, el pensamiento económico, el funcionamiento del libre mercado, hasta las teorías del desarrollo, por nombrar los principales. Ha sido muy crítica respecto al conocimiento que puede brindar la profesión y en una entrevista de noviembre de 2012 en el diario El Espectador de Colombia, señaló que está convencida de la necesidad de cambiar la enseñanza de la economía para evitar el rigor reduccionista que se le ha impuesto. A su parecer se requiere de un cambio para transformar la economía en “humanomía”, donde se vuelva a integrar la dimensión ética, la cual está muy socavada dentro de la ciencia económica actual [2].

En la entrevista, Deirdre se describe como una mujer posmoderna, economista defensora del libre mercado, literata, feminista y transgénero. Leyendo esta y otras entrevistas y parte de su trabajo académico, creo firmemente que ella piensa como una mujer. De hecho, cuando la leo siento escribe con un acento similar a otras académicas brillantes, como escribía la Premio Nobel de Economía Elinor Ostrom o como escribe la más reciente, Esther Duflo, de la misma manera que lo hace la filósofa Martha Nussbaum. Podríamos hablar entonces de un final feliz y hasta productivo en esta historia real, un hombre convertido en mujer que se vuelve una persona más brillante como economista y más amplia de criterio.

Pero no es el caso de la historia imaginaria que envuelve a Vicente en La piel que habito. Él quiere seguir siendo hombre, sigue pensando como hombre, metido en un cuerpo de mujer que no le pertenece, no es el suyo, habita una piel que siente pero no termina de conectar con su mente, con sus recuerdos y aspiraciones, condenado a vivir confundido. Y la verdad es que las implicaciones y consecuencias de hacerle este tipo de  maldad a un ser humano me provocan escalofrío.

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[1] Existen innumerables películas cuya trama gira en torno a los experimentos con humanos realizadas por los nazis, así como otras relacionadas con experimentos de sicología social y de política. De las primeras destaco el film británico-estadounidense de 1978 The Boys from Brazil (Dir. Franklin Schaffner), llamada en Hispanoamérica Los niños del Brasil, basada en la novela homónima del escritor estadounidense Ira Levin. De las segundas se pueden mencionar dos películas alemanas. Una es de 2001, Das Experiment (Dir. Oliver Hirschbiegel) llamada en Hispanoamérica El experimento. Se basa en parte en un famoso experimento realizado en la cárcel de Stanford en 1971, dirigido por el sicólogo estadounidense Philip Zimbardo. La otra es de 2008, Die Welle (Dir. Dennis Gansel) llamada en Hispanoamérica La Ola, un experimento consistente en recrear un régimen político autoritario y antidemocrático en un salón de clase.

[2] En la entrevista, Deirdre McCloskey también señala que: “Si no enseñamos con novelas, películas y experimentos en clase, los estudiantes van a aprender que lo positivo y lo normativo están separados y que sólo hay que aprender lo positivo…”. Demás está decir que como enseñante de la economía utilizando la literatura, el cine, las series de TV, apruebo completamente este punto de vista. A la entrevista completa se puede acceder desde el siguiente enlace electrónico: https://www.elespectador.com/noticias/actualidad/la-economia-olvida-lo-humano/. El único libro que he leído de Deirdre McCloskey: Las virtudes burguesas. Ética para la era del comercio (FCE, 2015) me ha gustado mucho porque es una soberbia puesta a punto contemporánea de las tesis de Max Weber en torno a los factores culturales, religiosos, sociales que están en el origen y desarrollo ulterior del capitalismo y sus implicaciones pasadas, presentes y futuras.

icovarr@ucla.edu.ve

 

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