LAS CAPACIDADES FALLIDAS DE LA ECONOMÍA VENEZOLANA (APUNTES PARA LA RECONSTRUCCIÓN Y III)

El economista venezolano Miguel Ángel Santos, actualmente investigador en la Universidad de Harvard, presentó hace tiempo un análisis que muestra el desempeño del PIB, del consumo privado y del consumo público per cápita de Venezuela durante 1998-2017. En los datos que analizó se puede observar el conocido boom del consumo público y privado experimentado por la economía venezolana durante 2004-2013, incrementándose ambos más de un 50%, a la par de un aumento, aunque de forma mucho menos dinámica, del PIB per cápita. Los datos también reflejan la estrepitosa caída sufrida por estas variables macroeconómicas considerando el periodo 2013-2017, una caída  de una magnitud similar al incremento previo, por el orden del 50%. Este análisis de Santos puede servir de contexto para destacar cómo dos capacidades relevantes de una economía, la de consumir y la de importar, se fueron deteriorando conforme tuvieron impacto las malas políticas económicas implementadas durante el socialismo del siglo XXI.

Lo primero a señalar es que en pleno boom  la relación de precios de intercambio, un índice que mide la capacidad de importar bienes y servicios de un país, se expandió sustancialmente en términos muy favorables para la economía venezolana, provocada por el  incremento de los precios internacionales del petróleo, los cuales trajeron un gran aumento de los ingresos fiscales petroleros. No contento con este aumento para sostener el incremento del consumo público y especialmente el privado, el gobierno de Hugo Chávez también se endeudó externamente de forma significativa. En estos términos, la política fiscal, monetaria y cambiaria se moldeó para mantener suficientemente alta la capacidad de consumir e importar. En la práctica, la alta capacidad de consumo fue alentada más por la poderosa capacidad de importar que por la capacidad de ofertar bienes y servicios generados de la producción interna, una producción que en medio del boom ya enfrentaba serias restricciones, como los controles de precios y la inseguridad jurídica a las que estaban sometidos los activos y las inversiones de las empresas privadas.

No obstante, con la caída del precio internacional del petróleo y la debacle que comenzó a experimentar la producción petrolera venezolana desde inicios del gobierno de Nicolás Maduro, en 2013, el escenario cambió completamente. Paulatinamente se fue haciendo insostenible mantener la capacidad de consumo público y privado de los años previos. La caída de este consumo está sobre todo vinculada al derrumbe de la capacidad de importar y en segundo término con el desplome de la producción interna. El costoso desbarajuste de la capacidad de importar se mide en unas cifras muy negativas, pues mientras en 2012 se importaron bienes y servicios por valor de 66.000 millones de dólares, el monto respectivo de 2018 fue de apenas 9.200 millones de dólares, una caída de 86%. El resultado no ha podido ser otro que un riguroso ajuste relativo del consumo al nivel que puede ofrecer la exigua capacidad de producción interna, en un contexto donde la capacidad adquisitiva del venezolano se ha visto seriamente deteriorada por el aumento exorbitante de los precios de los bienes y servicios, situación que tiende a agravarse continuamente.

El gran economista brasileño Celso Furtado, en un breve estudio dedicado a la economía de su país: Brasil. A construção interrompida (Paz Terra, 1992), deja asentado algo en lo que estoy de acuerdo: el recurso económico más escaso y más estratégico desde el punto de vista del desarrollo económico es la capacidad de importar. Y esto es así porque la capacidad de importar es una capacidad efectiva. Si los ingresos correspondientes se generan o se tienen se puede importar efectivamente, si no se generan o no se tienen, no se puede importar. El modelo de “crecimiento hacia afuera” en el que se basaron economías como Japón, Singapur y Corea del Sur, luego imitadas exitosamente por China, significó desarrollar una gran capacidad de exportar bienes y servicios para generar a su vez una gran capacidad de importar, en particular materias primas demandadas para la producción interna y la de exportación y bienes terminados y servicios para su consumo interno. Dado que los sectores de exportación generalmente elevan la productividad laboral, también aumentan los ingresos de los trabajadores, elevando la capacidad de consumo per cápita, exigiendo una capacidad de importar mayor. Si el crecimiento de la producción agregada y de las exportaciones se sostiene, todo esto se convierte en un círculo virtuoso.

Por el contrario, en el caso de la economía venezolana la errónea política económica supuso que en el periodo 2004-2013 se tuviera una gran capacidad de consumo per cápita basada en importaciones, que luego se desploma cuando se acabó el boom de los altos precios del petróleo y quedó muy restringida la posibilidad de seguir endeudándose externamente. Este caso indica que no es lo mismo tener capacidad de importar que generarla. Esta capacidad se puede tener como resultado de aprovechar un aumento de precios de exportación de las materias primas o endeudándose externamente. En cambio para generarla se requiere de otras condiciones, especialmente desarrollar capacidad de exportar bienes y servicios, entre más diversificados y de mayor valor agregado, mejor. Aunque la estrategia le rindió dividendos políticos al socialismo del siglo XXI, en términos económicos resultó un fracaso, uno que se revela en las actuales capacidades fallidas para sostener el consumo y las importaciones a unos niveles moderadamente satisfactorios. Esperemos que en un futuro marcado por la reconstrucción económica del país, la lección que se extrae de todo esto se tome en cuenta, que sea una lección aprendida.

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