LOS DEVORADORES Y EL HAMBRE

La lectura de un conjunto de cuentos recopilados por la escritora argentina Ana María Shua con el título de “Los devoradores” (Anagrama, 2005), me ha permitido acercarme a una serie de mitos y relatos de diversos pueblos y culturas, cubriendo un largo tiempo histórico, cuyo eje transversal son los miedos y amenazas que suscitan la existencia de monstruos impulsados por una necesidad o afán de comer seres vivos. Los monstruos pueden ser animales, mitad hombres y mitad animales, vampiros, brujas, pero detrás de su variedad está la base común de tener un hambre legendaria. Uno de los cuentos más impactantes está basado en un monstruo que devora prácticamente todo, como una suerte de agujero negro que se traga hasta la luz.

Este sustrato común presente en tantas culturas se explica en parte cuando uno repara que la experiencia de la humanidad con el hambre ha sido una constante a lo largo de la historia. Aunque ya no suceden con tanta frecuencia, hambrunas en naciones pobres se manifestaron durante la segunda mitad del siglo XX y ha habido episodios puntuales en diversos países en estas primeras dos décadas del siglo XXI. Todo ello señala que la experiencia del hambre está muy marcada en la historia de muchas sociedades, y sus mitos, alrededor de monstruos con poderes desmesurados que buscan saciarla, han sido proyecciones exageradas de sus temores en este sentido.

Las hambrunas históricas, como las ocurridas en la Europa medieval, casi siempre tuvieron origen en las magras condiciones de producción agrícola y en las limitantes impuestas por las relaciones de producción prevalecientes. Durante siglos  los niveles de producción de alimentos no aumentaron de manera apreciable y, por tanto, la escasez alimentaria fue una constante dentro del feudalismo y en las sociedades basadas en castas. El acceso a los escasos alimentos se filtraba en favor de grupos privilegiados, monopolizadores de la mayor parte de los recursos de producción y también de los bienes de consumo.

Es sabido que la Revolución Industrial trajo una dinámica económica que elevó sustancialmente la producción de alimentos, pero  incluso ya avanzada esta, la amenaza del hambre se mantuvo, pues las relaciones de producción características del capitalismo originario tampoco garantizaban el acceso a los alimentos a una buena parte de la población.  Tanto para el llamado por Marx ejército industrial de reserva, así como para las familias que, ley de salarios de hierro mediante, apenas recibían un precario ingreso, la situación de insuficiencia alimentaria siguió siendo lo común durante más de un siglo y medio.

Lo que cambia todo este panorama es el explosivo aumento de las tierras destinadas a la agricultura y, de manera más significativa, el incremento extraordinario de la productividad agrícola, lo cual terminó por desnaturalizar la famosa sentencia malthusiana de principios del siglo XIX, de que se vivirían hambrunas espantosas, en la medida que la población creciera en progresión geométrica mientras la producción de alimentos lo hiciera en forma aritmética. Posteriormente, con la revolución verde, desde los años sesenta del siglo XX, quedó patentado que la humanidad, desde una perspectiva global, es capaz de producir los alimentos que necesita, aún tomando en cuenta el incremento de la población. Sin embargo, el hecho de que se puedan producir holgadamente los alimentos necesarios para sostener a todos los habitantes del planeta, no anula los problemas de hambrunas que pueden aparecer en naciones y territorios por situaciones puntuales como desastres naturales, sequías, guerras civiles, colapsos económicos.

Más allá de la obvia relación que existe entre la pobreza, la desigualdad y la emergencia de hambrunas, en las últimas décadas se ha privilegiado la discusión sobre la influencia de los factores políticos y las deficientes políticas económicas como causa de las hambrunas en un país o en el territorio de un país. Considerando uno y otro tipo de factores, los análisis que ha realizado el Premio Nobel de Economía Amartya Sen son bastante esclarecedores al respecto. En su libro “Desarrollo y libertad” (Planeta, 2000), Sen destaca que los diferentes regímenes de libertades políticas y económicas imperantes en China y la India durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX, pueden explicar en alguna medida el distinto impacto que sobre situaciones de hambre de sus respectivas poblaciones tuvieron estos regímenes. En efecto, las mayores libertades democráticas prevalecientes en la India son una razón poderosa detrás del hecho de que este país evitara sufrir de hambrunas desde que se independizó en 1947. Por el contrario, la falta de esas mismas libertades en China sería una de las causantes de que esta nación padeciera una severa hambruna entre 1958 y 1961, en la cual murieron más de 30 millones de personas,  una consecuencia directa además del fracaso de las políticas del Gran Salto Adelante. Aunque la situación de China no puede extrapolarse a ningún otro país, esa terrible experiencia sí recalca que altos niveles de pobreza o de desigualdad económica, gobiernos autoritarios o antidemocráticos y políticas económicas erradas conforman gran parte del caldo de cultivo donde se alimentan las hambrunas.

Que no ocurran hambrunas a menudo enmascara situaciones de insuficiencia alimentaria menos graves, especialmente entre las familias de bajos ingresos y socioeconómicamente más vulnerables, no solo en naciones sino en regiones enteras, en países pobres y también en los ricos. Desde la perspectiva regional, el estudio “Socio-Economic Determinants of Hunger in Latin American Countries” de Maximo Rossi, Gastón Ares y Zuleika Ferre, publicado en noviembre de 2017, basado en resultados de Latinobarómetro 2013 para 18 países de América Latina, revela que la prevalencia del hambre en la región sigue siendo un problema pendiente de resolver, pues en promedio solo 52% de las personas encuestadas respondieron que no habían sufrido episodios de hambre no saciada, o, como se indica en el estudio, de retraso en su alimentación diaria, en los últimos 12 meses.

No obstante, el promedio de la región oculta la existencia de apreciables diferencias entre los países que la conforman. Así, la prevalencia de algún grado de déficit de alimentación en los países del cono sur, incluyendo Brasil, es relativamente baja, pues el 75% en promedio de las personas encuestadas indicaron no haber experimentado episodios de hambre no saciada en los últimos 12 meses. Por el contrario, en el caso de México, República Dominicana y Centroamérica, exceptuando Costa Rica y Panamá, el mismo indicador alcanzó solo al 29% en promedio de las personas encuestadas.

En el caso particular de Venezuela, en el referido estudio el porcentaje de personas encuestadas que respondieron no haber padecido episodios de hambre no saciada en los últimos 12 meses se ubicó en 58%, a la par de países como Costa Rica y Ecuador, y superior al de naciones como Colombia, Perú y Panamá. No obstante, la severa crisis económica que afecta a Venezuela desde hace un lustro ha deteriorado tremendamente los indicadores de suficiencia alimentaria de la mayoría de la población del país. La  situación se ha agravado desde 2017, en el contexto de una hiperinflación y una aguda escasez de alimentos, en una nación que es altamente dependiente de las importaciones de estos, las cuales se han reducido drásticamente. Para agravar la situación, en el país solo se está produciendo actualmente entre 20-25% del consumo de alimentos requeridos para abastecer a la población, según cifras de la Confederación de  Asociaciones de Productores Agropecuarios. Adicionalmente, el costo de la canasta alimentaria mensual se ha vuelto inalcanzable para una familia promedio, pues existe una brecha enorme, de más de veinticinco veces, entre su costo y el salario mínimo más el bono “alimentario” recibido como ingreso por los trabajadores.

Los efectos de la crisis económica en materia de consumo de alimentos por parte de las familias venezolanas pueden visualizarse a partir de los resultados arrojados por la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) elaborada en 2017 por tres universidades venezolanas. En ese estudio, además de ratificarse el incremento progresivo de los niveles de pobreza, indicador que se ubica en más del 80% de la población, se menciona que 79,8% de los encuestados afirmó que en los últimos tres meses ha estado sometido a situaciones donde come de manera insuficiente para cubrir sus necesidades alimentarias.

Desde la perspectiva de los países ricos, de todas las dimensiones que tiene la pobreza, la cual afecta a una proporción de su población aunque relativamente baja, la situación de algunas familias o personas que no se alimentan suficientemente es probablemente la más invisibilizada. Esta situación se ha corroborado en naciones como Estados Unidos, si tomamos como referencia un estudio de investigadores de la Universidad de Temple, reseñado por BBC Mundo, quienes evaluaron cómo se alimentan los estudiantes universitarios. En dicho estudio se concluye que el 36% de estos no se alimenta de manera suficiente, estimándose, con base en los resultados de una encuesta, que al menos un 6% pasaron al menos un día sin comer el mes anterior.

El hambre en cualquier magnitud representa una terrible amenaza para la estabilidad de una sociedad y tiene consecuencias funestas que incluso se reflejarán en el largo plazo. Por esta razón, para hacer factible el segundo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible promovidos por el PNUD, eliminar el hambre en el mundo, se necesitará mucho más que su legitimación como un derecho humano universal, el derecho a la alimentación, y de declaraciones retóricas que recurrentemente se expresan.

De manera que es una gran responsabilidad de los gobiernos y de los ciudadanos de una sociedad evitar que aparezcan episodios de hambruna o situaciones donde a las personas se les dificulte o haga imposible cubrir sus necesidades alimentarias diarias de manera completa. Un país con un régimen de libertades amplio y unas políticas económicas efectivas puede contribuir sobremanera a evitar estos escenarios. No lograrlo remite a un  fracaso colectivo, sobre todo en naciones con inmensos recursos, donde, a pesar de su riqueza, uno tiene que observar el triste espectáculo de ver personas hurgando diariamente en la basura para buscar saciar su hambre.

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