LOS SIMPSON, RACIONALIDAD ECONÓMICA Y ECONOMÍA DEL COMPORTAMIENTO

No me canso de señalar las grandes posibilidades de aprender y enseñar economía que brinda la literatura, las películas y las series de TV, incluso las de dibujos animados, como ocurre con la más famosa y con treinta años de vigencia: Los Simpson, algo que además ya ha sido destacado en artículos de prestigiosas revistas académicas y en libros [1]. En general, me hago eco de una frase del psicólogo y economista del comportamiento Dan Ariely, que en una oportunidad señaló que si los seres humanos fuésemos personajes de comics seríamos más parecidos a Homero Simpson que a Superman. Mi libro Aprendiendo economía con Los Simpson, publicado en 2011, refleja en gran parte esta percepción o creencia [2].

Para refrendar lo señalado, analizaré brevemente el supuesto de racionalidad del homo economicus postulado por la corriente principal de la economía, supuesto que le brinda justificación y fundamento a sus teorías y a sus modelos de explicación y predicción. Se basa en asumir que los individuos toman decisiones económicas perfectamente coherentes con sus motivaciones e intereses, sirviéndose y procesando toda la información disponible, buscando optimizar los resultados de sus decisiones y acciones, llámense estos maximizar los beneficios, minimizar los costos o incrementar su nivel de bienestar. Por lo demás, cuando las decisiones y acciones optimizadoras se interrelacionan en los mercados libres, estos funcionan eficientemente, como si fueran conducidos por una “mano invisible” hacia el mejor de los resultados posibles para todos los agentes económicos participantes. Ampliaré un poco más el tema usando una situación y una conducta del personaje de Los Simpson “Encías sangrantes Murphy”, un músico de jazz amigo de Lisa Simpson.

En el episodio Por la ciudad de Springfield -N° 125, abril, 1995- Murphy está enfermo e internado en el hospital de Springfield. Lisa está en el hospital, pues Bart ha sido operado de apendicitis por haber tragado en el desayuno una rueda de metal dentada que venía en el cereal fabricado por la empresa de Krusty el payaso. Para su sorpresa, después de mucho tiempo, Lisa encuentra a Murphy y departe con él un rato tocando el saxofón, además de indagar un poco sobre su vida. Encías sangrantes le cuenta su accidentada carrera como jazzista, revelándole que llegó a sacar un único disco al mercado llamado Sax on the Beach que fue un éxito y le permitió ganar una buena cantidad de dinero. Unos días después Lisa regresa al hospital a visitarlo y le comunican que Murphy ha muerto. Ella decide rendirle un homenaje promoviendo que sus interpretaciones sean radiadas en una pequeña estación de Springfield. El problema es que en la emisora no tienen su disco. Lisa lo busca por la ciudad y lo encuentra en la tienda de comics. El disco tiene un precio de 250 dólares, pero al enterarse el dueño de la tienda, Jeff Albertson, que encías sangrantes murió, sube el precio hasta los 500 dólares.

En principio pareciera absurdo que Jeff eleve el precio del disco en un 100% sin otra razón que la muerte del músico. No obstante, un economista puede explicar que lo que hace Jeff es adelantarse al probable comportamiento del mercado: un incremento de la demanda de un producto que no tendrá más oferta, lo cual generará casi con seguridad un incremento del precio. Claro que el disco se puede reproducir millones de veces, tantas como haya gente dispuesta a demandarlo, a adquirirlo, pero lo que ya no se podrá hacer es que encías sangrantes produzca otro disco. Podemos considerar que el producto musical llamado encías sangrantes Murphy representa una oferta perfectamente limitada.

En el mundo real del mercado del arte, la literatura y el espectáculo esto suele suceder a menudo con los productos –pinturas, novelas, canciones, películas- de sus famosos autores que o bien han muerto o bien se han retirado para siempre. La oferta es por tanto relativamente rígida en respuesta a una demanda que se puede incrementar constantemente; en esta situación lo que sucede en el mercado es que el precio del producto aumenta, a menudo considerablemente. En los mercados de subastas de productos únicos e irrepetibles, como puede ser una obra de arte, pero también una prenda de vestir y hasta una parte del cuerpo de un famoso –un diente de John Lennon, por ejemplo- el precio subirá tanto como esté dispuesto a pagar el comprador que valore más ese producto. Como la oferta es completamente insensible el aumento del precio, lo que los economistas denominamos elasticidad precio perfectamente inelástica, la posibilidad de que el aumento del precio incremente los ingresos, las ganancias, para los herederos o compañías que comercializan los productos de famosos que ya no están son significativas. Es esto lo que explica el fenómeno de que algunos artistas generen cada año, paradójicamente, más ingresos muertos que incluso cuando estaban vivos. Los casos, entre otros, de Michael Jackson, Elvis Presley, Bob Marley, Marylin Monroe, John Lennon, lo confirman.

Murphy le confiesa a Lisa que gastó todo su dinero comprando los famosos y costosos huevos fabergé, para luego destrozarlos lanzándolos contra un muro. Nuevamente, cualquiera señalaría la conducta de Murphy como absurda, pero un economista le advertirá no sacar conclusiones tan rápido. El modelo de racionalidad económica descansa en un supuesto que, además de considerar la restricción impuesta por el ingreso o por los costos de una decisión, también incorpora, sobre todo en las decisiones de consumo, la subjetividad del individuo. Se supone que una persona es capaz de identificar sus propios gustos y preferencias en sus decisiones en aras de maximizar su utilidad –llámese esta placer, satisfacción, felicidad- o su nivel de bienestar. La teoría económica y sus modelos no toman en cuenta lo apropiado o inapropiado de los gustos y preferencias de los individuos, sino su capacidad de ser coherentes en sus elecciones. Desde esta perspectiva, a la hora de elegir, con la información disponible, los agentes económicos: i) prefieren más que menos; ii) identifican que prefieren A en vez de B; iii) si prefieren A en vez de B y B en vez de C, entonces prefieren A en vez de C. Por ello, el análisis de las decisiones del comportamiento económico racional es tan válido y aplicable a un individuo que expresa preferir la carne de perro a la de gato, así como las de un individuo “normal” que señala preferir el pescado al bisteck.

Con relación a lo anterior, los Premio Nobel de Economía Gary Becker y George Stigler escribieron un artículo en 1977 llamado De Gustibus non est Disputandum, donde subrayan que no tiene sentido discutir sobre los gustos y las preferencias de los consumidores, pues cualquier conjunto de preferencias es tan bueno como cualquier otro. Según ellos, contrario a lo que se podría pensar, los gustos no cambian caprichosamente ni difieren sustancialmente de unas personas a otras [3].

Por su parte, en un estudio de Kevin Murphy y Gary Becker, de 1988, llamado A Theory of Rational Addiction se sugiere que algunas adicciones de las personas pueden ser explicadas dentro del modelo de racionalidad económica. La adicción a los cigarrillos, el alcohol o las máquinas de juego, suponen individuos que calculan inconscientemente que el placer obtenido de su adicción es superior a los costos de dolor, pena, vergüenza, que causa ésta y, por consiguiente, siguen con su adicción dentro de un plan que les permite maximizar su utilidad a lo largo de su tiempo vital [4]. De la misma manera, uno observa en los casinos a las personas divirtiéndose ante el hecho aparentemente contradictorio de perder su dinero. Trátese de adicciones, juegos o de romper huevos fabergé contra la pared, al parecer lo importante es que el gasto realizado permita maximizar la utilidad de cualquier forma que se defina esa utilidad.

No obstante, ¿convence como explicación de la conducta económica la teoría de la elección racional? La respuesta es depende –la favorita de los economistas-. El modelo de racionalidad económica no es sólido para explicar, por ejemplo, las inconsistencias temporales de decisión que nos llevan a valorar más cualquier dotación de recursos o bienes que recibimos en el presente respecto a las que recibiremos en un futuro. Tampoco explica bien por qué una ganancia de digamos cien dólares nos produce un nivel de utilidad -satisfacción, felicidad- inferior al nivel de desutilidad –insatisfacción, tristeza- de perder cien dólares, aunque se trata de cantidades monetarias equivalentes. Las inconsistencias temporales y los errores de percepción cometidos a menudo en la toma de decisiones son en gran parte el resultado de la presencia de sesgos cognitivos. Estos son errores de interpretación, percepción o valoración de las opciones de una elección que pueden conllevar a tomar malas decisiones o como mínimo decisiones que no son óptimas. Para estas fallas de juicio y sus consecuencias el modelo de racionalidad económica no ofrece explicaciones plausibles.

Al campo de estudio que analiza al homo economicus que no es perfectamente racional, es incoherente o contradictorio en su toma de decisiones, se le denomina economía del comportamiento; un ámbito de la economía que toma en cuenta la parte irracional de nuestras decisiones y sus consecuencias para intentar explicarlas mejor. No invalida el modelo de racionalidad, pero lo ha puesto en cuarentena. Su respetabilidad científica como disciplina no se discute ya y dos investigadores de esta área, el psicólogo Daniel Kahneman y el economista Richard Thaler, son Premios Nobel de Economía [5]. Cuando al ganar esta distinción en el 2017 le preguntaron a Thaler qué haría con el dinero del Premio respondió, con agudo e irónico sentido del humor, que se lo gastaría de la forma más irracional que pudiera. Encías sangrantes Murphy habrían estado de acuerdo con él.

_________

[1] Un artículo de mi autoría resume algunas investigaciones y discusiones relevantes acerca de este tema: Covarrubias, I. (2016). El uso de películas y serie de TV en la enseñanza-aprendizaje de la Economía. Dissertare, (1)1, 76-92.

[2] Aprendiendo economía con Los Simpson se descarga de:  http://www.eumed.net/libros-gratis/2011c/1000/index.htm

[2] Stigler, G. y Becker, G. (1977). De Gustibus Non Est Disputandum. American Economic Review, 67(2), 76-90.

[3] Becker, G. y Murphy, K. (1988). A Theory of Rational Addiction. Journal of Political Economy, 96(4), 675-700.

[4] Una aproximación a las investigaciones de Kahneman se condensan en su libro Pensar rápido, pensar despacio (DeBolsillo, 2015) y las respectivas de Thaler en su libro Todo lo que he aprendido con la sicología económica (Planeta, 2016).

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.