MESSI Y EL BUDISMO

Dedicado, una vez más, a mi hijo Gabriel Enrique

“Humano, real. ¿Cómo puedo perder si llegué aquí sin nada?” Miguel Cabrera. Beisbolista venezolano de la Élite de las Grandes Ligas.

Cuando vi hace pocos días al mejor jugador de fútbol del mundo roto en llanto comunicando su partida del F.C. Barcelona, me maravillé.  Si bien como aficionado del Barsa y admirador de Messi me ha entristecido la noticia de su ida y me he llenado de dudas sobre la futura capacidad que tendrá el equipo para ganar campeonatos, mi maravilla fue constatar, una vez más, algunos quizás lo estén apenas descubriendo, que Messi es humano y, siendo quien es, no es para nada ajeno a los avatares propios de las personas con vidas pedestres y corrientes. Muy por el contrario, por estos días Messi ha revelado tener por lo menos dos rasgos emocionales que lo acercan al sentir y actuar de cualquier persona: dolor por la pérdida de lo querido y miedo al futuro incierto. Creo que el budismo ofrece algunos preceptos interesantes para encarar ambos estados emocionales, sea en el caso de Messi o de cualquiera, y paso a referirme a ellos.

Con respecto al primero, la pérdida de lo querido, Fernando Savater cuenta en “Ética para Amador” que en la famosa película “El ciudadano Kane” la frase final pronunciada por el millonario moribundo: “Rosebud”, se refiere a una escritura en el humilde trineo que, en medio de sus pobrezas, aunque rodeado de afecto familiar, era lo que tenía para jugar en su niñez. Todo su poder económico y sobre las personas que lo rodeaban se vuelven nada ante la nostalgia del querido recuerdo, uno con un significado afectivo que le devuelve su humanidad. Nadie más que Messi, y quizás en su círculo familiar, sabe lo apegado que se siente a un club que con trece años le abrió las puertas a lo que en ese momento era una posibilidad muy remota de llegar a ser el gran futbolista en el que se convirtió.

Para la situación de Messi, la tuya y la mía, para todos los que hemos pasado y pasaremos por situaciones similares, quizás valga la pena recurrir al principio budista del desapego. Este principio consiste en entrenar la mente para internalizar el desprendimiento a las cosas materiales, en primer lugar, pero también de aquellas emociones y situaciones afectivas que no nos permiten avanzar en un camino hacia una mayor libertad y paz espiritual. Lograrlo debe ser muy difícil, es más fácil decirlo que hacerlo, se sea rico o pobre, de derecha o de izquierda. Pero nada se pierde con intentarlo. Al menos lograr un poco de desapego de las cosas materiales sería un paso inicial muy bueno para uno. Si además logramos despojarnos del apego a sentimientos negativos, como ciertas culpas y resentimientos, pues también eso nos vendría muy bien en nuestras vidas. Si no avanzamos más allá de esto, no pasa nada, no somos perfectos, ya nos beneficiamos y tampoco se trata de irnos al Tibet a alcanzar el nirvana.

Con respecto al miedo al futuro, el de Messi ahora mismo quizás sea la posibilidad de fracasar como jugador del PSG. Alguien dijo, hablando de otro jugador extraordinario, que para estos “No existe el futuro porque están condenados a vivir en la memoria de todos”, esto puede ser cierto o no, pero Messi está en la encrucijada de al menos imaginarse si podrá rendir futbolísticamente con el PSG tanto como le rindió al Barsa y le rinde a la selección argentina. Y es que todos nos enfrentamos a un futuro incierto y de riesgos, uno donde no se puede tener el control absoluto o incluso a veces tener un mínimo control sobre las situaciones futuras deseadas en nuestra vida.

En el budismo existen al menos dos metáforas apropiadas para ayudarnos a tener menos miedo al futuro, un miedo que a menudo paraliza nuestras decisiones y acciones. La primera metáfora se relaciona con el llamado efecto mariposa de la teoría del caos: “El aleteo de una mariposa en Shanghai produce un soplo de viento que genera una tormenta en Los Ángeles”. Esta nos revela que el futuro está impregnado de situaciones y de relaciones de causa y efecto que desconocemos, imperceptibles, que no controlamos. Pero, así como podemos esperar un efecto desastroso de estas relaciones caóticas en una situación futura dada, también deberíamos tomar en cuenta que de ellas pueden surgir unos resultados que nos sean beneficiosos. Haruki Murakami resume el significado del caos en nuestras vidas en una frase pertinente: “Cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella, de eso se trata la tormenta”.

Pretender que del caos y de la incertidumbre solo pueden surgir situaciones indeseables, es ignorar que las de nuestro mundo íntimo o externo no se mueven necesariamente según nuestras predisposiciones y preferencias, simplemente lo hacen en alguna dirección, a veces en una relativamente predecible, otras insospechada. Además, esto supone asumir una cura de humildad frente a los inevitables vaivenes del futuro. Quizás por ello tener una visión optimista sobre el futuro es lo que anima a los emprendedores a arriesgarse y apostar por crear empresas, innovaciones y realizaciones productivas cuyo éxito solo admiramos una vez cumplido el mismo.

A los cambios surgidos de cualquier situación, por caótica que sea, se refiere la segunda metáfora: “Lo que la oruga interpreta como el fin del mundo es lo que nosotros llamamos mariposa”. En este sentido, el miedo al futuro está impregnado de miedo al cambio, pero una forma de combatir este miedo es entender que el futuro está ligado ineludiblemente al cambio, aunque solo sea porque cambian continuamente los días, el clima y los astros girando en torno a sus estrellas (la Tierra se mueve casi 30 Km. alrededor del Sol cada segundo). El movimiento es cambio y, queramos o no, siempre estamos sumergidos en un cambio permanente. Messi parece haber asimilado rápido que su salida del Barcelona no era el fin del mundo y comienza a mirar su futuro como parte de un cambio. Y esto es válido también para ti y para mí, que somos tan humanos demasiado humanos como Messi, aunque nos parezca cuando lo vemos jugar que él fue tocado por los dioses. Bien visto, deberíamos pensar que quizás todos llevamos ese toque, pero muchos no nos damos cuenta.

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