NACIENDO DE LAS LÁGRIMAS

Es sabido que los seres humanos, desde los albores de la historia y de la civilización, se han hecho infinidad de representaciones mentales, individuales y colectivas, del mundo. Si una capacidad humana es especialísima esta es precisamente la de representar imaginativamente el entorno circundante y a las situaciones que en este se desarrollan. Los antiguos griegos llamaban a esta representación, o auto-representación del mundo, poiesis. De las poiesis tribales nacieron los mitos, las epopeyas, los poemas homéricos, las tragedias y, de cierta manera, la filosofía griega. También las épicas de las grandes civilizaciones antiguas, desde el Gilgamesh de la mitología sumeria hasta las escrituras de los libros sagrados de las religiones politeístas y monoteístas, están impregnadas de poiesis.

Muchas representaciones mentales del mundo se refieren a la creación de este, a la creación de los dioses, diosas, de los hombres y mujeres, plantas y animales que lo pueblan. Algunos semidioses nacieron del encuentro amoroso (bueno, a veces no tan amoroso) entre dioses y diosas inmortales y seres mortales. Los relatos escritos de la creación de los hombres por parte de los dioses son innumerables e imaginativos, desde la creencia que fueron moldeados del barro, de los que da cuenta el Génesis bíblico, hasta el mito de los hombres de maíz, del que nos habla el Popol Vuh de la cosmogonía maya.

Me hago estas reflexiones motivado por la lectura de la bella novela que es El viaje de Teo (Siruela, 1998) de la filósofa y escritora francesa Catherine Clément. Esta novela cuenta una bonita historia y al mismo tiempo hace un breve y aleccionador recorrido por las creencias asentadas en las más importantes religiones del mundo. Como representaciones mentales colectivas del cielo y de la tierra, las escrituras e interpretaciones de las grandes religiones no son muy diferentes de los mitos y los poemas épicos y en muchos casos se afincan en la misma poiesis.

La religión vista como poiesis se despliega en innumerables historias que podemos leer en El viaje de Teo. En particular me ha gustado mucho la historia del nacimiento de Tara, una deidad que es una ayudante de Avalokiteshvara, un bodhisattva al que la tradición budista mahayana  asocia con la compasión. Tara nació de unas lágrimas derramadas por Avalokiteshvara y desde entonces lo ayuda con sus buenas acciones. Es sencillamente poético este relato donde unas lágrimas insuflan vida.

Es prácticamente universal la creencia de que las lágrimas tienen poder sanador, purificador y creador de emociones y sentimientos. A poco que pensemos, entendemos que las lágrimas de un niño nos mueven a la compasión. Las lágrimas de alegría de alguien cercano o hasta lejano nos producen simpatía. Las lágrimas de un valiente nos llenan de admiración, mientras que la de un cobarde nos causa repulsión. Las lágrimas de la madre por una mala acción del hijo le provocarán vergüenza. Las lágrimas de los amantes furtivos revelan su felicidad, aunque también pueden encarnar su desdicha, al saberse unidos en un último encuentro, pues no se verán nunca más.

Y aunque se nos diga que no sirve de nada llorar sobre la leche derramada, si se tiene una honda pena las lágrimas inevitablemente brotarán. Y correrán como un río manso por la geografía de nuestro rostro, revelándonos que está naciendo una tristeza. Entonces, tomando uno de los versos del poema Llorar a lágrima viva del poeta argentino Oliverio Girondo, en el deseo de renacer, quizás intentemos salvarnos, a nado, de nuestro propio llanto.

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