OTRA VEZ, ES LA ECONOMÍA, ESTÚPIDO.

Cuando escribo estas líneas, estamos a horas de presenciar un nuevo proceso electoral que decidirá la ascensión de un nuevo presidente en Venezuela por los próximos seis años; proceso electoral de muy corta duración y sobrevenido tras la muerte de Chávez, teniendo como candidatos al oficialista ungido por el propio Chávez, Nicolás Maduro, y a Henrique Capriles, candidato de una oposición unida, quien ya se enfrentó y fue derrotado por Chávez en las pasadas elecciones presidenciales del 07 de octubre del 2012.

La elección por venir me ha hecho recordar la anécdota en torno a la famosa frase “Es la economía, estúpido”. Fue una frase escrita en una pizarra, junto con otras dos más: 2. Cambio versus más de lo mismo; 3. No olvidar el sistema de salud; por el asesor de la campaña de Bill Clinton, enfrentado a George Bush (padre) en las elecciones norteamericanas de 1992.

Bush era considerado imbatible por los analistas políticos en virtud de los éxitos logrados en política exterior, pero la dichosa frase comenzó a circular como un recordatorio de que la gente tiene preocupaciones más cotidianas y más personales, como sus problemas económicos, que lo que pase o deje de pasar en el mundo. La frase funcionó como una especie de revulsivo en la conciencia de los norteamericanos y se le atribuye influencia en el cambio de percepción de los votantes a favor de la oferta electoral de Clinton, lo que significó que éste pudiera remontar la diferencia que marcaban las encuestas y finalmente derrotar a Bush.

Pienso en la frase y en las elecciones venezolanas y no resulta absurdo hacer el paralelo entre aquella situación y la que ahora mismo experimenta este país. Cualquier asesor del candidato opositor puede haber reparado en este paralelismo y advertir que, otra vez, “es la economía, estúpido” serviría de slogan. Pero no solo esa frase, también las otras dos mencionadas servirían en el contexto venezolano y se quedaría corto, porque en realidad frases como “es la inseguridad, estúpido”; “es la corrupción judicial, estúpido; “es la falta o falla de los servicios públicos, estúpido” funcionarían igual y quizás la inseguridad con prioridad por sobre la economía.

Si me pidieran concientizar al elector venezolano con alguno de estos eslóganes, como lo que soy es economista, pues obviamente me decantaría por hacerle entender por qué el manejo de la economía y las políticas instrumentadas por el gobierno lo han afectado por más de una década, llamémoslos problemas económicos de larga data, así como también han generado problemas económicos que lo afectan en su vida cotidiana.

Con respecto al mayor problema de larga data no hay discusión en que la imposibilidad de disminuir la tasa de inflación por debajo de un dígito, un problema que este gobierno heredó, pero que no ha podido domeñar, ha afectado significativamente el bienestar de los ciudadanos, sobre todo en el caso de los trabajadores asalariados, al convertirse la inflación en una merma continua del poder adquisitivo de los ingresos.

Las tasas de inflación por arriba de un dígito (entre 20-30%) se han presentado en el contexto de precios controlados para muchos productos que componen la canasta básica o la canasta alimentaria, pero aún así han tenido un marcado efecto negativo. Basta indicar que en el 2000 un trabajador adquiría alrededor de dos canastas alimentarias con un salario mínimo, mientras que en 2012 apenas adquiría una canasta alimentaria con el salario mínimo vigente. La inflación en Venezuela es atribuible en gran medida a la expansión de la liquidez monetaria, lo cual ha generado el típico fenómeno de mucho dinero persiguiendo pocos bienes.

Las devaluaciones también han hecho su tarea de exacerbar la inflación, mucho más en una economía como la venezolana que depende para satisfacer la demanda de bienes y servicios de una gran cantidad de productos e insumos importados. Las devaluaciones del tipo de cambio, que se han producido en el contexto de un régimen de tipo de cambio controlado desde 2003, han sido el resultado de que o bien la brecha entre el tipo de cambio nominal y el real se hace insostenible o bien la posibilidad por parte del gobierno de ofrecer dólares al tipo de cambio controlado encuentra serias limitaciones, o ambas a la vez.

Con una tasa de inflación de 4,9% en los dos primeros meses del 2013, más una tasa de inflación estimada por algunos analistas del propio gobierno en 2,8% en el mes de marzo, porque el Banco Central de Venezuela (BCV) se ha negado a revelar la oficial, con una devaluación de 46,5% en febrero del 2013 que elevó el tipo de cambio de 4,30 a 6,30 bolívares por dólar, es difícil no prever que la inflación al final de este año se ubicará en alrededor de 30-35%. De manera que una nueva merma en el poder adquisitivo del trabajador asalariado venezolano es un hecho cantado.

El problema económico que más está afectando al venezolano en su vida cotidiana es la escasez de bienes. Cualquier ciudadano ha tenido la experiencia de ir al mercado y encontrarse con la situación de que alguna parte significativa de los productos básicos que iba a comprar no se consiguen. El mismo fenómeno se presenta, de forma más dramática si se quiere, si lo que va a adquirir son medicamentos. Según algunos analistas, el índice de escasez de bienes en Venezuela rondó el 30% en los primeros meses de 2013, con tendencia a agravarse la situación en los meses venideros.

Las causas de la escasez tienen que ver, por una parte, con el ya mencionado control de las divisas. En la medida que se ha limitado la entrega de dólares al sector productivo para la importación de materias primas e insumos necesarios para producir bienes finales, la capacidad de producción se ha restringido y se ofrecen menos productos. Por otra parte, está relacionada con una política que a la vuelta del tiempo se ha revelado poco efectiva, de utilizar el control del tipo de cambio como anclaje nominal de los precios, favoreciendo las importaciones baratas por sobre la producción nacional de bienes. En la medida que el gobierno se ha visto obligado a devaluar, la posibilidad de suplir con importaciones la escasez de productos en el mercado nacional también resulta limitada.

Se puede ahondar en las causas de fondo de estos problemas, como las políticas de expropiaciones y la inseguridad jurídica reinante, las cuales han desalentado durante años la inversión productiva privada, que apenas representa un 30% de la inversión total, en promedio, en los últimos años, dentro de un clima de negocios donde la inversión extranjera directa también ha caído drásticamente. Se puede explicar algunas consecuencias de estos problemas, como que la merma de la inversión productiva privada y de la producción nacional de las empresas existentes, más el cierre técnico de otras, ha traído mayor desempleo y que la escasez termina alentando una mayor inflación.

En general, el venezolano intuye que sus problemas económicos no tienen que ver tanto con lo que pasa en el mundo; perciben que la economía no está funcionando bien, a pesar de registrar un crecimiento de 5,5% en el 2012 y que sus problemas económicos se agravan en un país que solo en el 2012 recibió 121.000 millones de dólares de renta petrolera, la tercera parte de su PIB. De manera que no resultaría cuesta arriba explicar a la gente la causa de sus problemas económicos de siempre y de ahora y cómo se podría comenzar a solucionarlos con políticas económicas efectivas.

Pero alguien dijo alguna vez que la política la inventó el diablo y que en política dos más dos no son necesariamente cuatro. A pesar que, otra vez, “es la economía estúpido”, uno de los problemas que tiene uno de los mayores pesos en las penurias del venezolano, saber si la mayoría ha tomado conciencia de esto, es un asunto al que por unas horas hay que ponerle puntos suspensivos.

 

 

 

 

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