PAÍS PORTÁTIL, GENTE PORTÁTIL

Leí por estos días una versión resumida de Historia y conquista de la población de la provincia de Venezuela, del historiador neogranadino José Oviedo y Baños, publicada originalmente en 1723, quizás la primera obra que se ocupa de los hechos históricos de la conquista y de la incipiente colonización del territorio venezolano durante el siglo XVI y parte del XVII. Inicia detallando algunas acciones del gobierno de los banqueros alemanes Welser o Bélzares, en el territorio que el emperador Carlos V, endeudado sustancialmente con ellos, les entregó para administrarlo y usufructuarlo. Describe las fundaciones de algunas ciudades, las luchas con las tribus indígenas, el reparto de tierras y encomiendas y el destino de esclavitud para una parte de los indios sometidos. Pone en contexto que la conquista en estas tierras fue fuertemente impulsada por el afán de la búsqueda de El Dorado, esa región mítica que se supone existía en algún lugar entre la provincia de Venezuela y el reino de Nueva Granada. Algunos de los hechos históricos narrados exponen la violencia y la ignominia de la que se impregnó dicha conquista, lo que dio lugar desde el propio siglo XVI a alimentar la famosa “leyenda negra”, una que aún en el presente es fuente de agrias polémicas. También se describen las tropelías en la isla de Margarita, y luego en el interior de la provincia, del Tirano Aguirre, ese conquistador rebelde y desafiante que se atrevió a desobedecer a su rey. Finalmente, la obra dibuja algo de la incipiente colonización, gestada alrededor de la difusión de la lengua castellana, de la “conquista espiritual” que significó el adoctrinamiento de los indios dentro de la religión católica y el proceso del mestizaje. Como se sabe, estos factores junto a las instituciones jurídicas, políticas y económicas implantadas por la Corona española, moldearon por espacio de tres siglos a la sociedad hispanoamericana, un moldeamiento tal que algunos economistas, historiadores, sociólogos, aseguran que la colonización sigue gravitando sobre el presente de sus realidades.

En un capítulo de la obra dedicado a la fundación de las ciudades se menciona que la ciudad de Trujillo, fundada por el conquistador extremeño Diego García de Paredes en 1557, fue mudada varias veces durante la segunda mitad del siglo XVI. Se trataba pues de una suerte de “ciudad portátil”, reflejo quizás del carácter “mudable” de sus pobladores originales, percibiéndose una insatisfacción, una premura, una inconsistencia que pareciera fuesen, paradójicamente, rasgos que se convirtieron en perdurables entre los venezolanos. Es tomando de inicio este carácter mudable como metáfora sobre el que se desarrolla la novela País Portátil, del escritor venezolano Adriano González León, publicada originalmente en 1968.

La novela narra las acciones, venturas y desventuras de una familia trujillana, los Barazarte, desde el siglo XIX hasta los años sesenta del XX. Andrés Barazarte es un guerrillero urbano y en el tránsito de cumplir una misión política va convocando en su memoria y recuerdos a sus antepasados. Por ello, la trama se dimensiona en varios planos históricos, relatando las luchas políticas en las que se involucran los Barazarte a lo largo de un siglo. Asistimos a sus conflictos y disputas entre facciones, en montoneras, revueltas, hasta finalizar con las acciones guerrilleras, fomentadas por movimientos revolucionarios de izquierda, convertidos en su momento en una amenaza para la incipiente democracia venezolana, renacida tras el derrocamiento de la dictadura militar en 1958.

Los Barazarte llevan el sino de la violencia política, presente en infinidad de ocasiones a lo largo de la historia republicana venezolana. Es la violencia rural, como expresión de las guerras caudillistas del siglo XIX e impuesta en parte por el atraso de todo signo en el que estuvo sumergido el país hasta bien entrado el siglo XX. Es la violencia urbana, derivada de la contradicción entre la pobreza y la marginalidad existente en medio de la relativa abundancia y la modernización, permitida por los sustanciales ingresos recibidos de la explotación del petróleo. Y es esta contradicción la que aparentemente sirve de motivo a la lucha subversiva, teniendo a la revolución cubana de modelo. País Portátil refleja el pasado concatenándolo con el presente de su época, convirtiéndose, en su manera de revelar la impaciencia y la insatisfacción política y social, en un  reverbero de la realidad, no solo de los años narrados, sino también, por extensión, de lo sucedido en las dos décadas que han corrido del siglo XXI venezolano.

En efecto, la revolución bolivariana, pletórica de acciones y políticas pomposas, vendida como ejemplo para las demás naciones latinoamericanas, ha estado y sigue estando anclada a sus desatinos, desidia, incompetencia; parece haber sido marcada por un carácter gatopardiano, donde cambia todo para que al final no cambie nada o, peor aún, para desmejorarlo todo. Como consecuencia de ello, una quinta parte de la población venezolana, habiendo padecido el rigor de sus nefastas políticas, no pudiendo mudar el país, lo ha abandonado. Un proceso de mudanza, la emigración, que ha tenido poco de épico y sí mucho de tragedia social.

Tres siglos después de lo apuntado por Oviedo y Baños en cuanto a la conquista y colonización de la Venezuela del siglo XVI, y un poco más de medio siglo después de la novela de González León, se puede decir que siendo imposible mudar al país de su espacio, son sus habitantes, cansados de un futuro incierto, sin oportunidades, quienes se han marchado, se marchan, se quieren marchar. Somos la mayoría de los venezolanos quienes de cierta manera nos hemos convertido en “portátiles”.

Hablamos de una nación que alguna vez fue una provincia conquistada que experimentó un largo proceso colonial, luego se convirtió en República, tras la gesta de su independencia de la Corona española, vivió sometida a lo largo de un poco más de un siglo por caudillos, guerras fratricidas y férreas dictaduras, hasta que finalmente pudo vivir en democracia. Hoy en día Venezuela, más que un país portátil, es uno que se mira y no se encuentra.

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