PENSAR (LAS IDEAS ECONÓMICAS) (D)EL SIGLO XX

pensar el siglo xxPensar el Siglo XX, de Tony Judt (con Timothy Snyder; 2012, edición en español, Taurus) es un libro escrito por el destacado historiador británico, fallecido en 2010, con la colaboración de su amigo, el también historiador Timothy Snyder, surgido de una serie de conversaciones sostenidas entre ambos durante buena parte del 2009. La obra está escrita a dos voces, pero Judt lleva el peso relevante de los planteamientos. Como lo ha señalado Snyder en el prólogo, se trata de un libro de historia, una biografía y un tratado de ética. La obra cumple cabalmente con estos tres propósitos. La autobiografía de Judt, intercalada con la exposición de sus reflexiones, nos recuerda que somos sujetos de la historia, que toda vida humana se engasta al proceso histórico del que es tributario. La perspectiva ética por la que se decanta el autor supone un llamamiento al necesario compromiso moral del intelectual frente a los problemas sociales de su tiempo, a su requerida contribución para la comprensión del mundo y sus transformaciones.

En el tratamiento de la historia de las ideas filosóficas, políticas, económicas que jalonaron el siglo XX de Occidente, Judt emplea una gran destreza analítica que le permite brindar una visión integradora de las mismas. No deja de sorprenderme que sus reflexiones sobre las ideas económicas sean de una gran agudeza, no habiendo sido Judt un especialista en historia del pensamiento económico. Al abordar cómo se gestaron y la influencia que tuvieron las ideas económicas fundamentales que moldearon hechos económicos, políticos y sociales del siglo XX, Judt apela a la perspectiva que le otorga su amplio conocimiento y comprensión del entorno y del contexto cultural e intelectual prevaleciente, haciendo de trasfondo a la irrupción de estas ideas.

Al respecto, aunque en realidad les dedica solo unos pocos párrafos, lo que Judt expone acerca de las ideas económicas de Jhon Maynard Keynes y la escuela austríaca es bastante revelador de su perspectiva. Comenzando con Keynes, al citar su obra de 1919 Las consecuencias económicas de la paz, Judt no se detiene a interpretar el consabido hecho de que la escribiera como un alegato razonado en contra de las fuertes indemnizaciones y reparaciones financieras impuestas a Alemania tras finalizar la Primera Guerra Mundial. Pone más bien el acento en destacar que en esa obra hay ecos de un sentimiento generalizado entre intelectuales de la época, sobre todo de Inglaterra y Francia, de que el pasado, y en particular el pasado económico, pleno de certidumbres y de fe en el progreso se había perdido irremediablemente. El ocaso de la Belle Époque de finales del siglo XIX y la primera década del XX significó una experiencia para algunos intelectuales que, comenta Judt, “…vivieron lo bastante para presenciar el completo colapso de lo que en un determinado momento pareció no solo un estado permanente de próspero bienestar, sino los albores de un mundo nuevo y prometedor” (p. 38).

Al reflexionar sobre la influencia de las ideas de Keynes, en especial las vertidas en su obra La Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, publicada en 1936, Judt no presta atención a la ruptura que éstas significaron frente a las teorías económicas de las escuelas clásica y neoclásica. El énfasis lo coloca en la manera en que Keynes, a partir de sus experiencias personales, vincula su teoría, con un mayor sentido que otros economistas, con la emergencia de la inestabilidad y la incertidumbre económica. Inestabilidad e incertidumbre que se convierten en una constante, no una excepción a la regla y ejercen su efecto concomitante en la inseguridad política y social. En palabras de Judt, Keynes “…estaba proponiendo una teoría del mundo que él mismo había experimentado en su vida: lejos de constituir la condición de partida de los mercados perfectos, la estabilidad era un subproducto impredecible e incluso escaso de la actividad económica no regulada. La intervención, de una u otra forma, era la condición necesaria para el bienestar económico y, en ocasiones, para la propia supervivencia de los mercados” (p. 40).

Con respecto a las ideas de la escuela austríaca, Judt propone un par de interpretaciones, si se quiere atrevidas, sobre su gestación e influencia a lo largo del siglo XX. Una de ellas se afinca en el hecho histórico de que la ciudad de Viena posterior a la Primera Guerra Mundial estuvo dominada políticamente por los socialistas, quienes implementaron políticas orientadas hacia la intervención estatal y la planificación. Para Judt, el fracaso relativo del experimento socialista vienés sirvió a los economistas de la escuela austríaca de insumo para elaborar algunos de sus más importantes planteamientos. Este fracaso no solo fungió para ellos de “prueba” empírica de la ineficacia de la intervención del Estado y de la planificación, sino también, como lo revela la obra Camino de servidumbre, escrita por Friedrich Hayek en 1945, supuso advertir a los ciudadanos europeos, especialmente los británicos, del peligro latente que se cernía, de derivar hacia regímenes autoritarios o dictaduras, si sus gobiernos insistían en transitar por la senda fallida de la intervención estatal y la planificación.

La segunda interpretación la hace Judt sobre la base de considerar una paradoja el ascenso de la escuela austríaca de economía. Para él resulta paradójico corroborar que un cuerpo de ideas surgido del debate político en un contexto local,  limitado en buena medida al perímetro vienés, o a lo sumo austríaco, terminó alcanzando el estatus de teoría económica, rivalizando con la teoría keynesiana y pasando a formar parte de la inacabable discusión entre intervención y libertad económica. En una por lo demás audaz proposición sobre el desarrollo y la influencia de la escuela austríaca, Judt concluye que “Si prescindimos de su contexto histórico austríaco e incluso de la propia referencia histórica, esta serie de asunciones – importadas a Estados Unidos dentro de las maletas de un puñado de desengañados intelectuales vieneses – ha llegado a conformar no solo la escuela económica de Chicago, sino cualquier conversación pública importante sobre política económica en el Estados Unidos actual” (p. 43).

Se puede asumir que la interpretación de Judt sobre el origen y la influencia del pensamiento económico de la escuela austríaca es una “terrible simplificación”, pero lo cierto es que su énfasis en el papel que jugó el ambiente cultural e intelectual prevaleciente en la gestación y asunción de sus teorías y, en general, en algunas de las ideas económicas más influyentes del siglo XX, sí es pertinente. Esta pertinencia es incluso más válida para el caso de las ideas keynesianas.

Las ideas de Keynes no solo conformaron un nuevo cuerpo de teoría para el abordaje de las variables macroeconómicas y sus relaciones, también reflejaron la visión de un intelectual consciente de que se estaba iniciando una era de incertidumbre económica, con sus correlatos de inestabilidad política y social. Extensiones de la teoría keynesiana básica, como el papel que cumplen las expectativas en la toma de decisiones de los agentes económicos y en la formulación de políticas, son hasta cierto punto tributarias de esa visión. Por su parte, la percepción de que en periodos de inestabilidad ciertos comportamientos económicos se explican por la acción de los “espíritus animales”, a los que Keynes aludió para describir las decisiones económicas que se basan más en el optimismo o en el pesimismo que en un cálculo racional, han alentado, especialmente en las dos últimas décadas, la irrupción de propuestas teóricas donde el tratamiento de la incertidumbre se considera dentro de una perspectiva mucho más amplia que la meramente economicista. Este nuevo enfoque se ha utilizado, por ejemplo, para intentar explicar el surgimiento y la dinámica que adquieren las “burbujas especulativas” en los mercados financieros.

En Pensar el Siglo XX, Tony Judt hace un esfuerzo por hacernos comprender que las ideas transversales de ese siglo se desplegaron bajo la premisa de que no existen certidumbres. Nos hace entender que la formación y desarrollo de las ideas económicas no se ha correspondido nunca con hechos aislados, sino que forman parte de un cuerpo integrado que también hace resonancia de las ideas políticas y de otra naturaleza. Por lo demás, estas ideas fueron la expresión del espíritu de los tiempos del mundo occidental del siglo XX, lo cual nos permite intuir la importancia del trasfondo cultural e intelectual que sustentó la germinación y desarrollo de dichas ideas. El libro tiene otras bondades, pero por aportes como los mencionados ya ha valido la pena su lectura.

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