POR QUÉ SOY ECONOMISTA EN EL DÍA DEL ECONOMISTA

Dedicado a todos mis colegas economistas venezolanos

Hoy 17 de noviembre se celebra en mi país, Venezuela, el Día del Economista, de manera que además de felicitar a todos mis colegas, me felicito a mí mismo por ser economista. Tengo varias razones para explicar por qué soy economista. No las voy a exponer porque sería presuntuoso de mi parte pedir su atención en ello. Pero lo que sí voy a decir es que yo no elegí estudiar Economía, ella me eligió a mí, y merece una explicación. Estudié Economía porque, como lo ha demostrado el sicólogo Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía, el cerebro es un poco perezoso para pensar. Tenemos dos sistemas de pensamiento, el rápido, que es intuitivo, instintivo, y usamos casi todo el tiempo. El otro, el lento, es el deliberativo, analítico y reflexivo. Frecuentemente  vamos por la vida amparándonos en el sistema rápido, funcionando este como un sistema “por defecto”, como un piloto automático. Este sistema asume muchas de nuestras decisiones, incluso aquellas donde claramente necesitaríamos más deliberación y reflexión para tomarlas. El pensamiento lento es precisamente el que se encarga de esto, pero el pensamiento rápido nos atrae y atrapa porque, si el azar o la suerte son amables con nuestras vidas, nos mantiene en una zona de confort con la cual es muy fácil justificar muchas decisiones, mucho más cuando las ponderamos en retrospectiva. Otra cuestión relacionada es que, por lo general, nos resulta muy difícil, como lo dijo un filósofo, la tarea de tomar nuestra vida en nuestros propios brazos. Así que comencé a estudiar Economía debido a la comodidad mental de no pensar mucho qué estudiar. Luego, con el piloto automático encendido, transité la carrera sin muchos problemas, salvo el bello pero inquietante problema de enamorarme platónicamente de una chica de la facultad. La ruta recorrida me llevó a tener excelentes profesores, algunos de los cuales se cuentan ahora entre mis mejores amigos, a tener colegas que son de la misma forma amistades perdurables, en fin, a graduarme en la profesión que otorga las habilidades y capacidades de la así llamada, a mediados del siglo XIX, ciencia triste o lúgubre. Y nunca me arrepentiré de haber cursado la carrera.

Poco a poco mi sistema de pensamiento lento comenzó a despertar de su letargo y a exigir explicaciones económicas que no fueran meros lugares comunes, ideología trasnochada, ni “terribles simplificaciones” de la realidad. Supe que me enfrentaba a un conocimiento que nada tenía que ver con esa descripción pesimista. De lúgubre nada; la Economía es una disciplina fascinante, que intenta elucidar fenómenos que se dan dentro de una realidad siempre compleja. Una realidad donde las causas y consecuencias de un fenómeno económico, a menudo se despliegan como una telaraña tejida al calor de luchas y conquistas sociales, pero también de complejos juegos de equilibrio, que no siguen procesos lineales y mucho menos determinados, sino que atienden a una suerte de caos del que, no obstante, puede surgir, como lo prueba la historia económica, un orden hacia el progreso económico y social.

La realidad económica está determinada por el hacer y quehacer del llamado “Homo economicus”, un bicho extraño, un animal social que puede ser a la vez egoísta y cooperativo,  presa o depredador, generoso o calculador. En el terreno de las decisiones que toma y acciones que emprende, se dice del Homo economicus que es un agente racional, que basa su toma de decisiones en cálculos racionales y maximizadores, que siempre está al acecho de oportunidades, de ventajas, para poder regocijarse de placer, de satisfacción, de autocomplacencia, sea que devore opíparamente un exquisito almuerzo, sea que gane como empresario un montón de dinero en los negocios, sea que invierta y acumule capital y tenga el poder de decidir por muchos. Sin embargo, resulta cada vez más evidente, como lo ha demostrado el propio Kahneman y otros economistas, como el también Premio Nobel de Economía Richard Thaler, que el sujeto económico racional, más allá de lo que se presuma o suponga de él, no piensa tan magnífica y perfectamente bien. Hay toda suerte de atajos mentales, de emociones y pasiones que envuelven nuestras decisiones y acciones en lo económico. Parafraseando a Nietzsche, esta nueva percepción del sujeto económico nos hace humanos demasiado humanos.

Ahora podemos visualizar que en el modelo de toma de decisiones económicas puede haber sujetos “irracionales”, tomando decisiones desenfocadas, dominadas por sus emociones, sus ansías, o por sus anhelos, desde marcos y percepciones equivocadas o sesgadas, sacando a la superficie un comportamiento que se asemeja más a los “animals spirits” que a los de un autómata, una máquina de cálculo implacable, incapaz de equivocarse, como en su momento lo intuyó acertadamente el gran economista de la primera mitad del siglo XX John Maynard Keynes. Y cuando ese comportamiento se convierte en un espectáculo colectivo, puede generar un “efecto manada”, con consecuencias que pueden ser letales o, por contra, milagrosas para una sociedad entera.

Por lo demás, al analizar los fenómenos económicos no todo está dicho ni predicho, nos rodea la incertidumbre. Actualmente, los economistas modelan la realidad con unos niveles de formalización matemática envidiables, usando poderosas simulaciones computacionales. Pero, al mismo tiempo, les cuesta mucho incorporar hallazgos de otras disciplinas de lo social, de establecer un diálogo de saberes fructífero. Y ambos enfoques son pertinentes. Estos son parte de los retos que tenemos los economistas, especialmente los economistas venezolanos, que hoy celebramos nuestro día, sea que elegimos la Economía como profesión, sea que la profesión nos eligió. ¡Feliz Día del Economista!

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.