REENCONTRANDO A ALBERT HIRSCHMAN

Albert Hirschman fue el primer economista del desarrollo que leí en serio. Una de sus teorías, basada en la importancia de los encadenamientos productivos en las naciones en desarrollo para aumentar el valor agregado de la producción y mejorar la distribución del ingreso, sigue teniendo vigencia. Pero ha sido la lectura de un viejo artículo suyo llamado: “La búsqueda de paradigmas como un gran impedimento de la comprensión”, publicado en 1970 en la revista argentina Desarrollo Económico (Vol. 10, N° 37, abril-junio), la que me ha permitido acercarme una vez más a su gran caudal de intereses intelectuales y a la forma original y retadora que tenía de abordar los problemas inherentes a la explicación en ciencias sociales. Mi reencuentro con Hirschman me ha permitido constatar una vez más su visión de los procesos sociales como eventos complejos y multidimensionales y  su prédica de que sólo aceptando esta realidad se puede avanzar en su correcta interpretación.

En el artículo mencionado, Hirschman se sirve del análisis de dos trabajos académicos de la época sobre América Latina, uno basado en la revolución mexicana y la figura de Zapata, el otro, un estudio comparativo entre la casta política colombiana y los políticos estadounidenses, para advertir de los peligros que encierran algunos modelos explicativos de las ciencias sociales cuando éstos tienden a ser presa de “terribles simplificaciones” y de sesgos de explicación, entorpeciendo la posibilidad de lograr una comprensión más clara y enriquecedora de los problemas del desarrollo.

Los dos trabajos elegidos por Hirschman cumplen con el propósito de mostrar los contrastes entre un modelo explicativo rígido, basado en estereotipos y prejuicios, y otro más libre, no sujeto a ningún paradigma. El trabajo estereotipado es el que analiza a los políticos colombianos, descritos allí como egoístas y sedientos de poder, carentes de un programa, frente a los más asertivos políticos estadounidenses, normalmente abocados a llevar adelante políticas concretas y alcanzar metas previamente establecidas. Hirschman subraya que la explicación está construida de una manera lineal y es imposible salirse de ella, pues aun aceptando el supuesto negado de que el estudio refleja objetivamente el comportamiento de los políticos colombianos, no da mayores respuestas en cuanto a la posibilidad de que se produzcan cambios en el status quo, como de hecho ocurre en algún momento en cualquier proceso político, económico o social.

Por otra parte, Hirschman no oculta su predilección por el otro estudio, el basado en la revolución mexicana y el zapatismo, pues asiente que está sustentado en explicaciones alejadas de la limitación que supone amarrarse a una única explicación, y, por tanto, fomenta mucho más la reflexión y la posibilidad de comprender un proceso político, económico y social que fue en sí mismo sumamente complejo y dinámico, revestido de diferentes aristas problemáticas para su análisis.

Otra diferencia relevante que observa Hirschman entre los dos estudios es que el dedicado a los políticos colombianos intenta ser una suerte de explicación totalizadora y cerrada, una comprensión plena del tema que no da margen a preguntas, sino solo a obtener respuestas unidireccionales.  En cambio, el estudio dedicado a Zapata, sus seguidores y su papel en la revolución mexicana, respeta la autonomía de los actores sociales que desplegaron sus luchas, conflictos, intereses y motivaciones, en medio de un contexto histórico plagado de particularidades y giros inesperados. Por tal razón, el estudio se lee como un relato coral, de varias voces, desde diferentes perspectivas.

Tres son las puntualizaciones intelectuales expuestas por Hirschman a lo largo del artículo, teniendo de trasfondo el contraste metodológico existente entre los dos estudios académicos mencionados. La primera puntualización es una llamada de atención de que así como es pertinente la crítica que se hace a la recolección de datos empíricos como un fin en sí mismo, sin la suficiente teorización que los respalde, también es válida la crítica a la tendencia contraria, la excesiva teorización compulsiva, lo cual igualmente debilita el acervo de  explicaciones posibles de la realidad social que se trate.

La segunda puntualización tiene que ver con su reclamo, muy apropiado para la época, a la tendencia hacia la teorización compulsiva en los estudios sociales sobre los países subdesarrollados. Como él mismo lo argumenta: “Creo que los países del Tercer Mundo han pasado a ser un juego sin secretos para los constructores de modelos y para quienes elaboran paradigmas; además eso ocurre en medida intolerable”. En el caso particular de América Latina, Hirschman cuestiona  la imposición de modelos de explicación unidimensionales hasta el punto que: “Las sociedades latinoamericanas parecen de algún modo menos complejas y sus “leyes de movimiento” más inteligibles, su futuro promedio más predecible o al menos formulable en términos de alternativas simples y definidas (¿tal como reforma o revolución tal vez?), y sus ciudadanos promedio más fácilmente reducibles a unos pocos estereotipos”.

La tercera implicación detrás de estos planteamientos  es, a mi manera de ver, la más relevante. Hirschman  vuelve a advertir sobre las consecuencias de una investigación, sea del ámbito de la realidad política, económica o social, aferrada a un solo modelo explicativo que intenta dar respuestas terminantes sirviéndose de hechos particulares de la realidad que estudia. Luego reflexiona, siguiendo esta línea argumental, que el cambio social de gran escala constituye una realidad marcada por: “una constelación única de sucesos sumamente diferentes y que, por consiguiente, solo es tratable por el pensamiento paradigmático en un sentido muy particular”.

De lo anterior se deprende que las limitaciones impuestas por el paradigma llevan inevitablemente a contingencias en la predicción cuantitativa y cualitativa de la realidad social investigada, tendiendo a caer en márgenes de error cada vez más amplios, sobre eventos que pueden ser sumamente ambiguos en sus causas y consecuencias. Y esta ambigüedad vale tanto para las fuerzas y actores sociales más relevantes, así como para las relaciones causales menos cruciales o de rango intermedio. Por tanto, las suposiciones de  los científicos sociales que se apegan con exclusividad a una sola línea causal están más alejadas del blanco que incluso las respectivas de otros actores sociales (políticos, empresarios, líderes comunitarios) que, juzgando la misma realidad, son llevados por su experiencia e intuición a tomar en cuenta una mayor variedad de fuerzas o considerar una gama más amplia de factores o eventos probables.

En este sentido, Hirschman señala que el cambio social de gran escala, como el que ocurre con una revolución, entraña un complejo único de sucesos irrepetibles, de antemano improbables, concatenados, cuyas fuerzas y factores contradictorios se “fusionan” de una manera única, con un conjunto de determinantes, de elementos heterogéneos que concurren al unísono, donde cada uno de ellos se vuelve indispensable como causa y consecuencia a la vez del resultado final. Y esto que es válido para las grandes transformaciones sociales, considero que también lo es para cambios más pedestres, pero donde coexisten una gran cantidad de fuerzas y actores sociales en pugna, en la búsqueda de imponerse o no alejarse del poder, aliándose circunstancialmente, incluso cambiando de objetivos conforme se van desplegando las circunstancias y los eventos. Circunstancias y eventos de los que es característico estar, como lo resalta Hirschman: “a la espera de cualquier rara apertura, en cualquier dirección, que aparezca en el horizonte”.

Me parece que este escrito de Hirschman prefiguró conceptos y análisis que varias décadas después son de uso común en economía y las ciencias sociales cuando son abordadas desde una perspectiva compleja, como “efecto mariposa”, “cisne negro”, “tormenta perfecta”, “singularidad”. Conceptos utilizados para describir y hacer explícita una observación de los fenómenos sociales  que es sistémica y considera su multidimensionalidad; una forma más aceptable de analizar una realidad a menudo impredecible y ambigua en cuanto a causas y consecuencias. De allí que el mensaje más importante de estas reflexiones inspiradas en este reencuentro con las ideas del gran Albert Hirschman quizás sea la necesidad de mantener la humildad y el asombro en la búsqueda de explicaciones ante lo conocido y lo inagotable por conocer.

 

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