SIEMPRE TENDREMOS PARÍS (UNA HISTORIA DE AMOR)

Te dispones a leer esta carta y creo entenderás no podía escribirte de otra manera. Una amiga en común en nuestro país me ha contado que emigras en unas semanas, por eso el remitido lleva el sello de entrega urgente. Ella no mencionó el lugar donde te marchas, debes tener el secreto bien guardado, siempre fuiste de abrigar misterios que te envolvían. En un tiempo llegó a gustarme el misterio escondido en tus silencios, se me antojaban de una rara belleza, parecidos a alguna imagen capturada en mi trabajo como fotógrafo, cálida y fría a la vez, una imagen de la que difícilmente puede decirse algo con palabras. Quizás sea cierto lo dicho por aquel filósofo, que los límites del mundo, real o imaginado, son los límites de las palabras que podemos expresar. Pero las imágenes, los silencios, son otra forma de hablar, especialmente entre los amantes.

Unos amantes pueden navegar por un mar calmo, contemplando el horizonte, o en medio de un mar turbulento que avisa un naufragio. Cuando naufragamos entendí que lo nuestro se estrelló contra el peso muerto dejado por las palabras que dijimos y no dijimos. Fui consciente de que aun sabiendo lo que te dije, nunca podré saber lo que tú escuchaste. En cambio tu silencio se volvió atronador. Tus miradas, tus gestos, se llenaron de verbos y adjetivos, te desnudaban más que tu cuerpo presto a penetrar en el laberinto que cada noche nos hacía recorrer el deseo. Por un tiempo fue una sinfonía maravillosa, pero el ruido y la furia tomaron su lugar, dejándonos perplejos.

Lo que nos pasó solo fue casualidad. Él estaba allí, a la misma hora, en el mismo lugar, unos ojos se encontraron, una sonrisa cómplice salió de tus labios. Y sobrevino el caos. Como alguna vez te dije, el desorden es la otra cara de la moneda del orden, pues del simple aleteo de una mariposa en Pekín puede provocarse una tormenta en Nueva York. Y sobrevino la tormenta. Nos hacemos la ilusión de comprender cada paso que damos y por qué lo damos, pero nos engañamos miserablemente. Tomamos nuestro libre albedrío como bandera, cuando en realidad el destino juega con nosotros a placer. Parece que solo aprendemos un poco a vivir cuando encontramos un camino adecuado.

Por eso acepté venir a esta ciudad en guerra, donde cada día libro mi propia batalla. Aquí fotografío el dolor, el sufrimiento, la desesperación de gente resignada a ver sus sueños derruidos y a los suyos marcharse a otro lugar, morir. Hace poco, en el ocaso de una tarde, encontré en una calle de cafés ahora en ruinas a una joven deambulando perdida, miraba un paisaje acabado. Seguramente en el pasado se reunía allí con amigos, quizás se encontraba con un primer amor. No hablaba, sus palabras buscaron refugio en otra parte, tal vez en su corazón, de donde a lo mejor nunca vuelvan a salir. Esa joven, con su silencio, me trajo tu recuerdo, me volvió a hablar de ti.

Rememoré nuestro viaje a París, paseando por cada sitio, cada boulevard, tomando fotografías convertidas instantáneamente en pinceladas del amor que nos unía. Conservo conmigo una única fotografía de ese viaje maravilloso, una donde tu rostro se inunda del destello de una luz radiante que se difumina sobre tus ojos pensativos, extáticos. Y he pensado que si con el paso de los años mi memoria me abandona, al menos tengo resguardadas las palabras que escribí en el reverso de esa foto: Siempre tendremos París. Sí, siempre tendremos un pedazo de cielo que fue nuestro y de nadie más. Y es así como quiero recordarte.

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