EL “ESQUIADOR”, LA MOTIVACIÓN Y CÓMO SOMOS LOS VENEZOLANOS

Dedicado a mí esposa Yenny, mi logrera favorita

Como es sabido,  el “esquiador” venezolano Adrián Solano participó en una prueba del mundial de esquí en Lathi, Finlandia. Sin haber pisado nunca antes la nieve, su improvisación y falta de preparación se hizo notar en la competencia, y su mal desempeño, plasmado en imágenes que recorrieron el mundo, generaron vergüenza nacional.  Mucho se ha especulado en los medios y en las redes sociales sobre las verdaderas motivaciones de este joven, al presentarse sin ninguna preparación en esta competencia. En una entrevista que le hacen para el diario El País (12/03/2017), responde, de manera muy optimista, que solo persigue una meta, un sueño e incluso sugiere puede ser ejemplo para otros. [1] Estas justificaciones me trajeron a la memoria el tema subyacente de la motivación, especialmente los estudios al respecto del sicólogo norteamericano David McClelland y, por añadidura, preguntarme si nuestras motivaciones dicen algo acerca de cómo somos realmente los venezolanos.

El trabajo de McClelland gira en torno a señalar que, de cara a cubrir nuestras necesidades, especialmente las sicológicas, los seres humanos tenemos, en diferentes grados, tres motivaciones básicas: hacia el logro, afiliativa o afectiva y hacia el poder. La motivación hacia el logro es característica de personas que se trazan metas y planifican las acciones que las llevarán a conseguirlas, las motivadas afectivamente son individuos focalizados en desarrollar y mantener buenas relaciones familiares y sociales, mientras que los motivados hacia el poder tienen como objetivo buscar la manera de acceder a éste para controlar recursos, tomar decisiones unilaterales, e influir o incluso determinar las decisiones de otros. McClelland enfatiza que ninguna de estas motivaciones se presenta en estado puro en una persona, pero sí hay generalmente una de ellas que tiene más influencia en la conducta de un determinado individuo o incluso de un grupo social o colectivo. [2]

Los trabajos de McClelland fueron divulgados en Venezuela, especialmente desde los años ochenta, por los profesores de la Universidad de Los Andes Osvaldo Romero y Nancy Morales, quienes investigaron en torno a la motivación del venezolano. Al respecto, Romero y Morales argumentaban que en nuestro país las personas le dan mayor valor a la motivación afectiva por sobre la relacionada con el poder y ésta de preferencia a la dirigida hacia el logro. Se podía intuir de sus análisis la mezcla dañina subyacente en la búsqueda del poder cuando además influyen sobremanera los lazos familiares y de amistad. Por eso no resulta extraño que en Venezuela tener algún tipo de poder político o económico va de la mano con el nepotismo y el amiguismo, una práctica común de gobernantes, gerentes públicos y, en menor medida, privados. Por su parte, los estudios revelaban, de manera preocupante, un menor valor motivacional para el alcance de metas mediante la planificación de las mismas y el compromiso derivado que supone trabajar duro para alcanzarlas.

Esta conclusión me resulta chocante porque he conocido y sigo conociendo personas, grupos y organizaciones públicas y privadas altamente motivadas hacia el logro, que se esfuerzan enormemente por cumplir sus objetivos y desempeñarse satisfactoriamente en cualquier ámbito donde actúen. Entonces ¿por qué la paradoja? La respuesta es compleja y no quiero banalizarla. Presumo que los entornos donde se desenvuelven, sin estar aislados de la realidad nacional, promueven e incentivan como principio fundamental los comportamientos dirigidos a conseguir objetivos, a guiarse por normas meritocráticas. Por contraste, también existen los entornos que desarrollan el tipo de conductas que conlleva a la consabida superioridad y triunfo del “pícaro” de Tío Conejo por sobre el “bobo” de Tío Tigre. [3] En estos entornos, Tío Conejo se siente a sus anchas, se premia la viveza, reina la improvisación y dominan las prácticas corruptas: tráfico de influencias, sobornos, matraqueo. De manera que definir algunos rasgos de cómo es el venezolano de acuerdo a sus actitudes motivacionales, nos pone en el dilema de pensar de qué venezolano estamos hablando, porque los hay logreros y responsables y están los improvisados e irresponsables.

Sin embargo, hay algo que sí parece medianamente claro en aras de entender por qué entre nosotros se ha agudizado el facilismo, privando más la viveza y el comportamiento anárquico individualista por sobre las conductas proactivas y cooperativas. Desde la instauración de la revolución bolivariana, una consigna fundamental ha sido proclamar que el bienestar de todos los venezolanos está garantizado, independientemente del esfuerzo que cada uno dedique a alcanzarlo, que solo por el hecho de haber nacido en Venezuela lo merecemos todo. Desde esta perspectiva, la motivación hacia el logro y el camino meritocrático han perdido relevancia frente a las otras motivaciones. La motivación afectiva se conectó además con el amor y devoción de la gente hacia el líder carismático motivado por el poder, aquel que resolvería todos los problemas, con el que se alcanzaría la máxima felicidad. Arraigó, pues, un modo de ser y actuar donde los devotos al líder, al proceso revolucionario, los “enchufados” o con amigos y contactos en las esferas públicas de decisión, actúan con ventaja para conseguir recursos, empleos, ascensos, favores, dádivas, frente a los que se esfuerzan por obtenerlos con sus propios méritos y realizaciones.

No es este el espacio para discutir las diferentes dimensiones que presenta la relación entre poder y afectividad en el nivel político. Basta decir que el tipo de populismo llevado a la práctica por dos décadas en Venezuela ha tenido consecuencias nefastas. No solo se trata del derrumbe de la calidad de vida del venezolano, se trata también de que se han frustrado las aspiraciones de mucha gente motivada hacia el logro, especialmente entre los jóvenes profesionales, jóvenes que, como se ha visto en los hechos, se plantean la emigración como única salida ante una sociedad que no los valora. [4]

En conclusión, los venezolanos no somos pícaros o especialmente negados al esfuerzo por naturaleza. Puede haber rasgos culturales determinando ciertas conductas, pero, en general, han sido las circunstancias económicas y sociales, sumado a un discurso político que alienta la viveza, las que al final de cuentas han influenciado un tipo de conducta que se manifiesta en la improvisación y el facilismo por sobre la planificación y la disciplina para lograr objetivos. Más allá de la incertidumbre frente al futuro, una aspiración colectiva debe ser asegurarnos que, al menos en un tiempo por venir, el progreso se identifique con organización, responsabilidad y trabajo. Solo así podremos lograr un bienestar sostenible.

 

[1] A la entrevista a Adrian Solano, del periodista Ewald Scharfenberg en el diario el País, se puede acceder desde http://deportes.elpais.com/deportes/2017/03/11/actualidad/1489249947_435364.html

[2] Por supuesto, las dimensiones de lo que motiva a las personas y a los grupos humanos es mucho más amplia a las señaladas en las tres categorías de McClelland que, no obstante, son útiles para los propósitos aquí planteados. Aspectos como las emociones, la voluntad,  la vocación, el dinero, el inconsciente, influyen de manera significativa en la determinación de las motivaciones individuales y grupales. Fernando Savater  dice en “El valor de educar” (Ariel, 1997) que la motivación afectiva muchas veces no proviene tanto del deseo de afecto, como si del miedo a perderlo. De manera que el afán de poder y especialmente de dinero, actúan como paliativos motivacionales contra la incertidumbre que suponen los afectos.

[3] Tío Tigre y Tío Conejo son dos personajes de cuentos populares, invención del escritor venezolano Antonio Arráiz. El hecho de que en esos cuentos Tío Conejo siempre se sale con la suya y engaña o embauca a Tío Tigre, dieron lugar a describir al venezolano con el arquetipo del “vivo”, “pícaro” o “avispado” que es el individuo que utiliza más su ingenio y viveza que su esfuerzo y trabajo para adaptarse a las condiciones y exigencias de la sociedad. El siquiatra y economista venezolano Axel Capriles analiza las bases antropológicas y culturales subyacentes en la preeminencia de las actitudes tipo Tío Conejo en la sociedad venezolana, en el libro “La picardía del venezolano o el triunfo de Tío Conejo” (Taurus, 2008).

[4]  Al respecto del bienestar y las aspiraciones del venezolano, Gerver Torres, quien participa en un proyecto de la empresa Gallup para medir y estudiar el bienestar subjetivo a nivel mundial, señala en un artículo que las mediciones en el 2006 indicaban que 26,8% de los venezolanos señalaba estar viviendo la mejor vida posible, mientras 54,3%  estimaba que en un futuro, dentro de 5 años, estaría viviendo la mejor vida posible, correspondiendo a la escala de los “pujantes” en el estudio. Estas cifras, muy por encima del promedio mundial, contrastan con las reflejadas en el 2016, en las que los venezolanos considerados “pujantes” descendieron hasta el 13%, mientras los que esperaban no mejorar su situación de bienestar en los próximos 5 años (considerados “sufriendo” en el estudio) aumentó desde el 4% en el 2006 hasta el 28% en 2016. Torres explica que la mezcla del boom de consumo y una narrativa atractiva sobre el país y su destino, reflejaban una sensación de bienestar y aspiraciones que se revirtió al cambiar completamente el escenario económico y político. Al artículo de Torres se accede desde: http://prodavinci.com/blogs/y-la-felicidad-del-venezolano-tambien-se-esfumo-por-gerver-torres/

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