SOBRE EL RENCOR Y LA VENGANZA EN LOS CONFLICTOS SOCIALES

En la II Guerra Mundial, hacia el final de la guerra los soldados alemanes obligados ante el avance de los ejércitos aliados a abandonar las villas, pueblos y ciudades de Italia y otros lugares de Europa, dejaron los campos llenos de minas que estallaban al paso de los soldados y los vehículos militares, sin embargo, la mayoría de las víctimas eran civiles que regresaban o se marchaban de esos lugares. La razón de las pocas bajas militares era que los ejércitos aliados contaban con soldados especializados en desactivar las bombas que inundaban los caminos y terrenos que recorrían. El rencor de los ejércitos alemanes con la población civil de los pueblos que habían ocupado los llevó incluso a colocar antes de retirarse bombas diminutas en artefactos como instrumentos musicales y relojes, de manera que un tiempo después quien tocaba las teclas de un piano podía perder sus dedos en el acto, y quien daba cuerda y ponía a la hora al viejo reloj de una casa salía despedido con la explosión y moría o quedaba seriamente herido [1].

También hacia el final de la guerra, cuando el triunfo aliado estaba decidido, las ciudades alemanas siguieron siendo blanco de bombardeos incesantes hasta quedar destruidas, más allá que estos bombardeos no tenían ya una justificación en algún objetivo militar urgente o estratégico. Se trataba en buena medida de una acción vengativa contra todos los daños y sufrimientos, acumulados por años, infligidos por el ejército alemán, por los nazis. Nuevamente, no fue el ejército alemán quien más sufrió de bajas en muertos y heridos por estas acciones sino la población civil alemana, prácticamente indefensa ante los ataques [2].

Podemos remontarnos mucho más atrás de las dos guerras mundiales del siglo XX para documentar acciones de rencor y venganza entre  grupos militares o civiles, pues estos se han presentado a lo largo de toda la historia. En la era contemporánea, cualquier guerra civil, conflicto armado fronterizo o internacional, nos ha entregado hechos que representan acciones humillantes, indignas, inmorales, en la medida que cobra fuerza el rencor y la venganza como instrumento bélico o político. Incluso estos rencores y venganzas en ocasiones se convierten en atávicos, permaneciendo y traspasándose de generación en generación entre los miembros de los grupos sociales en pugna, sean étnicos, religiosos, políticos, ideológicos, de casta, de clase social o de cualquier otra índole.

Nuestra historia devela no pocos episodios de rencor y venganza durante y después de los grandes conflictos que hemos experimentado como país, siendo el epítome nuestra Guerra de Independencia. En efecto, a decir del intelectual Laureano Vallenilla Lanz, nuestra Guerra de Independencia también fue en cierto modo una guerra civil, fratricida, y cuando culminó dejó deudas, resentimientos, traiciones, rencores, venganzas, intensas pugnas políticas y un país destrozado por sus cuatro costados. Todo ello provocó que la sociedad venezolana experimentara muy poco progreso durante el siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX. Esta falta de empuje hacia el progreso se ha repetido en las primeras dos décadas de este siglo XXI desde la irrupción de la revolución bolivariana, una revolución que nació y se ha sostenido a partir de su identificación con resentimientos sociales reales o imaginados.

¿Habrá rencor y venganza en la resolución del conflicto político venezolano? Habiendo causado la crisis política y humanitaria que tantas familias hayan perdido seres queridos en las protestas, provocado tantos presos políticos injustificadamente, con multitud de familias obligadas a separarse por la emigración y millones de personas sufriendo el carecer de servicios públicos básicos, no tener un trabajo o los ingresos suficientes para vivir dignamente, pareciera que el escenario estaría servido para que broten más resentimientos de los que ya se han producido. Suponiendo incluso que la crisis política no escala mucho más allá de lo que a diario se vive y se padece, igualmente los sufrimientos, el “daño antropológico” incubado, según lo sostienen estudiosos del tema, probablemente estén generando mucha rabia contenida, manifestándose en dimensiones de la sicología colectiva, del quehacer colectivo del venezolano.

Evidentemente, superada de alguna manera la actual crisis política, el “día después” de la recuperación de la democracia no resultará fácil desactivar las bombas de rencores y venganzas latentes y la sed de justicia acumulada por una parte de la población. Pienso que el sostenimiento de acciones políticas e ideologías basadas en el resentimiento y en el ajuste de cuentas solo causarán más males. Sin embargo, esto no significa que las instituciones internacionales ad hoc y un sistema de justicia nacional re-institucionalizado, independiente, con probidad, no deba abocarse a penalizar a quienes han violentado derechos humanos, las leyes, nuestra constitución y han cometido graves actos de corrupción. Todo ello es más fácil decirlo que llevarlo a la práctica en la realidad, pero tampoco se debería permitir una generalización de la impunidad como si aquí no hubiera pasado nada.  Serán en parte los retrocesos o los avances en este sentido los que nos mostrarán qué tanto aprendimos de estos tristes años.

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[1] La referencia de estos hechos los tomo de la excelente novela El paciente inglés, de Michael Ondaatje.

[2] Estos hechos se documentan en el excelente ensayo que es el libro Sobre la historia natural de la destrucción, de W. G. Sebald.

icovarr@ucla.edu.ve

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