SOBRE EMPATÍA Y LA RELACIÓN ENTRE LITERATURA Y ECONOMÍA

A mis maestros, colegas y amigos Alejandro Padrón y Alejandro Gutiérrez, por todo y por siempre.

He leído con placer Juventud (DeBolsillo, 2006) una novela del escritor sudafricano Premio Nobel de Literatura J. M. Coetzee, publicada en 2002 como una continuación de una suerte de memorias que iniciaron con la publicación de Infancia en el año 2000. Es una novela que no tiene desperdicio y donde este soberbio escritor vuelve a poner impresiones de su vida, pensamientos y opiniones que son de una aguda reflexión y perspicacia alrededor de acontecimientos y lecturas. Coetzee expone todo ello con una maestría y singularidad cautivantes, atrapándonos de una manera que uno termina por sentir empatía hacia ese joven a ratos confundido, desalentado, a ratos escéptico, pero imperturbable en su propósito de ser escritor. Y es que la empatía que las personas sienten al leer novelas se da como un hecho adicional proporcionado por la buena literatura. A propósito de ello, algunos estudios destacan que la propensión del lector a ponerse en el lugar de algún personaje, identificarse con estos, mejora su comprensión psicológica y social, ayudándole a perfeccionar habilidades relevantes para entender a los demás [1]. El propio Coetzee en Juventud nos hace saber de su lectura de Madame Bovary una percepción interesante del alcance de esta empatía provocada por la literatura:

“Desde luego, Emma Bovary es un personaje de ficción, nunca se la encontrará en la calle. Pero Emma no fue creada de la nada: sus orígenes se remontan a las experiencias de carne y hueso de su autor, experiencias que luego fueron sometidas al fuego transfigurador del arte. Si Emma tuvo un original, o varios, de ello se deduce que en el mundo real deberían existir mujeres como Emma o como su original. E incluso de no ser así, incluso si ninguna mujer del mundo real acaba de ser como Emma, tiene que haber muchas mujeres a quienes la lectura de Madame Bovary haya afectado tan hondamente que hayan caído bajo el embrujo de Emma y se hayan convertido en versiones de ella. Tal vez no sean la Emma real pero en cierto sentido son su personificación en vida.”

Desde esta perspectiva, también las humanidades en general y la literatura en particular pueden propender a desarrollar en el economista una visión más amplia de su disciplina. Al respecto, el libro Cents and Sensibility: Whats Economy Can Learn from the Humanities (Princeton University Press, 2017) de Gary Morson y Morton Schapiro, expone la tesis, la cual suscribo completamente, que la economía no debe estar reñida con las humanidades y los economistas, sobre todo los que somos docentes e investigadores, hacemos bien en explorar los vínculos de la economía con las ramas humanísticas. Una razón para ello es que la mayoría de las conductas y de los hechos económicos casi nunca se producen en un vacío moral ni cultural, de manera que ciertas condiciones éticas e idiosincráticas pueden ser relevantes para explicarlos. Esta es una postura que tiene una larga tradición en la profesión, pues Adam Smith razonó largamente sobre ello y lo tuvo muy presente al escribir sus dos grandes obras: Teoría de los sentimientos morales, publicada en 1759 y La riqueza de las naciones, publicada en 1776 [2].

En este sentido, la literatura puede ayudarnos a enriquecer nuestros puntos de vista sobre diferentes comportamientos sociales, pues como lo señalan Morson y Schapiro una novela puede aportarnos un conocimiento del mundo desde “…la perspectiva de otra clase social, otro género, otra religión, otra cultura, otra orientación sexual, otro entendimiento moral u otras cuestiones que definen y diferencian la experiencia humana.” No se trata de desdeñar lo que pueden contribuir los modelos matemáticos o de otro tipo a la comprensión de la conducta económica de los individuos o el desempeño económico colectivo, tampoco se trata de fundir la economía con las humanidades, la idea es poder establecer un diálogo permanente entre ambas [3].

Otra razón para explorar el campo de la economía desde la literatura es que sobre todo las novelas, y en especial las grandes obras literarias, a menudo muestran un gran marco social y económico donde se desenvuelven los personajes y estos toman decisiones y actúan en consonancia con sus creencias, intereses y motivaciones económicas. Todo esto permite de una manera sencilla y útil observar ejemplificados en tramas de ficción conceptos, principios o acontecimientos económicos. Novelas como las escritas por Charles Dickens en la primera mitad del siglo XIX y hasta 1870 presentan un marco social y económico perfectamente identificable con el capitalismo decimonónico de la Inglaterra victoriana. Además, algunos de sus personajes ilustran en sus decisiones y acciones lo esencial de algunos conceptos económicos básicos que bien pueden ser expuestos en un curso introductorio. Por ejemplo, en David Copperfield, publicada en 1850, Dickens hace expresar al señor Micawber dos consejos que no solo tenían sentido en la época de esta narrativa sino también lo siguen teniendo en la actualidad:

Digo, replicó míster Micawber sin preocuparse de sí mismo y sonriendo de nuevo, lo desgraciado que he sido. Mi consejo es este: Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Demorar cualquier cosa es un robo hecho al tiempo, ¡hay que aprenderlo!…mi segundo consejo Copperfield ya lo conoce usted: Ingreso anual de veinte libras y gasto anual de diecinueve, resultado: felicidad. Ingreso anual de veinte libras y gasto anual de veinte y media, resultado: miseria.”

Para poner otros ejemplos, en la novela El Gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald, publicada en 1925, los personajes se mueven en el ambiente de euforia económica y financiera de los años veinte, donde se pone de manifiesto que la élite empresarial e inversionista, así como advenedizos como el propio Gatsby, estaban haciendo inmensas fortunas producto de una situación económica muy favorable para las inversiones y la especulación con activos. En la realidad tal situación ocurrió, al menos para el caso de la economía estadounidense, como también pocos años después ocurrirá la estrepitosa caída manifestada con la Gran Depresión. En la novela Las uvas de la ira, del Premio Nobel de Literatura John Steinbeck, publicada en 1939, se retrata magistralmente los sufrimientos que la Gran Depresión causó en las clases pobres, especialmente los agricultores, obligados a abandonar sus tierras, a quedar desempleados y sufrir toda suerte de penurias materiales.

Por su parte, Coetzee en Juventud le permite a su personaje tener una percepción del mercado laboral de la industria informática de Inglaterra de los años de 1960, notando que los avisos laborales de los periódicos estaban llenos de demandas de programadores. Esta es una percepción que refleja de manera bastante aproximada los cambios que estaban ocurriendo en la industria informática, impulsados por una revolución en ciernes. Ese mercado laboral mostraba los signos manifiestos de un mayor empuje de la demanda de programadores por parte de las empresas frente a una oferta relativamente escasa de estos. Y el exceso de demanda de programadores de aquellos años rememorados en esta narrativa tiene consecuencias que pueden además explicarse apelando a conceptos y relaciones económicas básicas acerca del funcionamiento de los mercados.         

Por lo demás, esto es algo que frecuentemente hace uno de los economistas contemporáneos más reconocido en el tema de la desigualdad global: Thomas Piketty. En su famoso libro El capital en el siglo XXI, publicado en 2013, Piketty echa mano de novelas como  Sensatez y Sentimientos de Jane Austen, publicada en 1811, o Papá Goriot de Honoré de Balzac, publicada en 1835, para contarnos que a principios del siglo XIX la posesión de tierras cultivadas y de títulos bancarios era una condición que permitía tener unos ingresos suficientes para llevar una vida de rico en cualquier ciudad europea de la época. Piketty traza entonces una relación entre lo que se entendía por rico o pobre y cómo la posesión de un patrimonio se fue perfilando como un tipo de desigualdad económica que se extiende hasta el presente. El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, en una reseña que hace de la obra de Piketty, señala que: “Esta conexión fascinante entre economía y literatura nos enseña que el autor de El capital en el siglo XXI no es un frío analista de cifras, sino un humanista que utiliza la economía para explicar el fenómeno de la desigualdad, que ha acompañado a lo largo de los siglos la historia de la humanidad. Es lo que está ya en las novelas de Balzac y Austen, visto desde la ficción encarnada en la realidad.” [4].

En resumen, las conexiones entre literatura y economía son pues variadas e instructivas y se pueden plantear como método de enseñanza y de aprendizaje de la ciencia económica a un nivel introductorio e incluso un poco más allá. La vinculación pone de manifiesto que sea en el mundo de la ficción pura o en la ficción que re-elabora hechos reales, los comportamientos individuales o colectivos con relación al complejo mundo material y del dinero no dejan indiferente a los escritores que utilizan en sus novelas la economía de contexto, de marco social, ni tampoco a los economistas cuando leen esas novelas.

__________

[1] Una aproximación al tema se puede leer en el artículo de Cristina Sáez: Leer novelas de ficción desarrolla la empatía, publicado en el  diario La Vanguardia  el 19 de julio de 2016: https://www.lavanguardia.com/ciencia/cuerpo-humano/20160719/403334437827/leer-ficcion-desarrolla-empatia.html

[2] Sobre los alcances filosóficos y económicos de la Teoría de los sentimientos morales se discute en la entrada de mi blog: Una aproximación a la Teoría de los sentimientos morales de Adam Smith: http://covarrubias.eumed.net/una-aproximacion-a-la-teoria-de-los-sentimientos-morales-de-adam-smith/

[3] Morson y Schapiro exponen brevemente estas ideas en un artículo llamado Why economists need to expand their knowledge to include the humanities, publicado en World Economic Forum el 08 de agosto de 2017: https://www.weforum.org/agenda/2017/08/why-economists-need-to-expand-their-knowledge-to-include-the-humanities

[4] Esta reseña se presenta en el artículo: El pasado que devora al futuro, publicado en el diario El País el 15 de febrero de 2015: https://elpais.com/elpais/2015/02/04/opinion/1423076978_068602.html

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.