STEPHEN HAWKING Y LA ECONOMÍA

Desde que apareció “Historia del tiempo” (Crítica, 1988) me volví fan de Stephen Hawking y religiosamente compré sus libros de divulgación científica en torno al origen del universo, los agujeros negros y esa pregunta tan inquietante de ¿por qué hay algo en vez de nada? Algunos de esos libros son difíciles de entender para uno con escasos conocimientos de física cuántica y de teoría de la relatividad, otros son más sencillos, como el que escribió con su hija Lucy Hawking. Por su reciente fallecimiento, a manera de homenaje me dispuse a releer en la pasada semana santa alguno de sus libros. Elegí “El gran diseño” (Crítica, 2010) escrito con Leonard Mlodinow, un físico astrónomo que ha participado en los guiones de películas como Star Trek e Interestelar.

La lectura de “El gran diseño” me hizo volver a sentir nuevamente el pasmo y la ansiedad enorme que me produjo la primera vez que lo leí, en el sentido de enfrentarme a preguntas para las que hay que tener preparada una suerte de mente contraintuitiva, porque en los asuntos del origen del universo, las leyes físicas que lo explican y el comportamiento de las partículas subatómicas a nivel cuántico, las situaciones e interacciones pueden no ser lo que parecen, o como uno las intuye, y el tiempo debe correr de adelante hacia atrás si queremos comprender algo de ese origen. De allí que el big bang y el “momento” anterior a este se haya convertido en un punto de discusión en el cual las argumentaciones teóricas, incluso las de la física, se enfilan hacia especulaciones asombrosas, como la que el universo que habitamos no es sino una expresión ordinaria de múltiples, milmillonésimas en realidad, posibilidades de otros universos. Un universo configurado con arreglo de unas leyes físicas que entendemos porque las incorporamos a nuestro modelo mental para explicar la realidad; una realidad determinada, a su vez, por el propio modelo que la explica, aunque suene a retruécano. A fin de cuentas la realidad del universo y sus explicaciones son producto de mentes de seres que son una manifestación de ese universo particular, creado de la nada, seres que aman, sueñan y se preguntan si existe un Dios.

Pero hubo algo que me llamó la atención de la lectura, algo en lo que no había reparado antes. Stephen Hawking tenía una apreciación de la economía mucho más convincente que la que tienen muchos economistas muy arrogantes y sin la humildad necesaria hacia el saber y el conocimiento que tenía el gran físico británico. Me acordé por ejemplo de la arrogancia con la que algunos economistas prestigiosos, académicos o consultores, desdeñaron las señales que asomaban una gran crisis financiera en el 2007, aduciendo que las desregulaciones estatales con las que se privilegió el desempeño muy liberalizado de las instituciones financieras no eran otra cosa que la expresión más acabada de que los mercados funcionan y son eficientes. Me acordé, ya de una forma más pedestre, de la arrogancia de ciertos economistas, y, peor aún, de no economistas metidos a economistas, que no veían signos de crisis o colapso en los efectos negativos que estaban provocando políticas económicas erradas y distorsionadas aplicadas en la revolución bolivariana.

Para hablar de la ciencia económica, Hawking y Mlodinow señalan primero que una teoría científica efectiva es un marco creado para modelar algunos fenómenos observados, sin necesidad de describir con todo detalle sus procesos subyacentes. Algunas teorías físicas y económicas son de esta naturaleza, una naturaleza curiosamente afín a la prescripción de Milton Friedman, para quien la capacidad de una teoría no debe ser medida con base en sus supuestos subyacentes, sino respecto a su capacidad de predecir. Si la teoría predice los hechos, es una teoría efectiva. Para Hawking y Mlodinow la economía es una teoría efectiva que se basa en el libre albedrío de las personas y en el supuesto subyacente de que la gente evalúa sus posibles formas de acción alternativas y elige la mejor, se comporta racionalmente. Pero esta teoría es solo moderadamente satisfactoria, porque a menudo las decisiones no son racionales o están basadas en un análisis deficiente de las consecuencias de la elección, por tanto, la teoría económica falla en predecir el comportamiento de los individuos.

Luego los autores, para explicar la inflación del big bang, bromean con el hecho de que “A menos que usted viva en Zimbabue, donde la inflación excedió hace poco el 200.000.000 por ciento, puede que el término inflación no le parezca muy explosivo”. Me acuerdo que la primera vez que leí en el libro esta broma, muy al estilo irónico del genio británico, me arrancó una sonrisa, pero ahora me hizo entristecerme, porque la ironía esta vez remite perfectamente a la situación económica de mi país. Ciertamente, por enorme que sea la hiperinflación de una nación no es para nada comparable con la inflación del big bang, “momento” en el que el universo se expandió como un globo a una tasa o factor de un 1 seguido de 30 ceros en un tiempo de mil millonésimas de millonésimas de segundo. Y pienso que aunque ahora la inflación del big bang más o menos la entiendo, y no pasa nada si no lo logro por completo, la hiperinflación de Venezuela sí que la estamos sufriendo de una manera explosiva, brutal.

Ernesto Sábato, el escritor argentino que era físico y renunció a la ciencia, escribió en su primer libro de ensayos “Uno y el Universo” (Seix Barral, 1968), publicado originalmente en 1945, una definición de mujer que supone que esta, aunque el universo se derrumbe, estará preocupada por su casa, y una definición de hombre que supone que este, aunque su casa se derrumbe, estará preocupado por el universo. Motivaciones aparte por aprender y saber, “El gran diseño” me ha vuelto a pasmar respecto a las inescrutables vías para conocer cuál es el origen del universo, cómo se produjo, por qué, pero además, me ha aproximado, por brevísima que sea, a la visión que tenía Stephen Hawking sobre la economía y sus posibilidades como ciencia. Ahora tengo para mí que esta visión estaba a la par de la de cualquier economista competente y eso sí lo entiendo perfectamente.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.