TÚ MI DELIRIO

Dedicado a mis compañeras de promoción del 5° Año “B” del Liceo Libertador de Mérida

Oigo voces, desde hace tres meses oigo unas voces y nadie lo sabe, ni siquiera ella, mi mujer. Me encierro en el pequeño estudio del piso y allí las escucho. A veces ella entra y me interrumpe para contarme algún enredo de los personajes de las historias que ve en la TV, no me queda más remedio que prestarle atención y al instante me atrapa su sonrisa limpia, su rostro radiante inundado de la pequeña alegría de hacerme cómplice de su sencilla cotidianidad. Y entonces de golpe comprendo por qué la quiero.

Las voces me han dicho que soy uno de los elegidos para salvar el mundo. Cuando salvemos el mundo se acabarán las guerras, las epidemias, el hambre, y las personas tendrán la oportunidad de vivir en libertad, como decidan vivir. Esta última frase  la dijo un profesor de la India de visita en la Universidad donde laboro. Le he tomado simpatía porque es muy amable, siempre guarda para mí un saludo cuando llega al auditorio que me corresponde mantener limpio y abrirlo para su clase. Una vez me quedé escuchándolo hablar sobre libertad y desarrollo, aunque no entendí mucho me emocioné hasta las lágrimas. Debe ser por eso, porque siempre he añorado la felicidad para todos, que las voces me eligieron.

Las voces tienen poderes y pueden predecir el futuro. A mí me gustaría preguntarles muchas cosas, si los Yankees ganarán el campeonato este año, si ese hermoso país sudamericano azotado por una dictadura finalmente será libre y si alguna vez los seres humanos llegaremos a vivir en Marte. Pero no me está permitido saber nada del mañana. Lo que sí hacen las voces conmigo es entregarme unos algoritmos matemáticos y unas instrucciones para invertir en Wall Street. No sé muy bien cómo funciona, pero es parecido a apostar a un número en una ruleta sabiendo de antemano que éste será el ganador. He obtenido mucho dinero con esos benditos algoritmos. Las voces lo guardan todo en un banco virtual, superencriptado, que solo ellas conocen. Supongo se trata del dinero que necesitaremos más adelante para lograr salvar el mundo. A mí no me motiva hacerme rico sino cumplir esa misión.

Ser rico y no poder disponer del dinero que gano a veces me entristece, pero no por mí sino por ella. Mi mayor deseo sería poder colmarla de hermosos regalos y llevarla a comer y bailar a sitios elegantes. Como no puedo hacer nada de eso, una madrugada del último verano le regalé un paseo en la rueda de la luna del parque de atracciones. Estábamos completamente solos y fue muy divertido cuando logré hacer arrancar el motor del aparato y encender las luces que iluminan la rueda. Desde lo más alto, al mirar su rostro radiante de alegría, comprendí que en este vasto universo mi felicidad es compartir un mundo con ella.

Pienso que si lo contara todo, si hiciera público que las voces me eligieron para salvar el mundo, la gente dirá que estoy delirando y seguramente me encerrarían en un manicomio. Pero sí le pediré a las voces me permitan revelarle mi secreto, después de todo, ella es mi verdadero amor, mi único y real delirio.

Isaías Covarrubias ©  icovarr@ucla.edu.ve   @iscovarrubias

 

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