UNA BREVE HISTORIA DE COLOMBIA Y EL OLVIDO QUE SEREMOS

Dedicado a la memoria de María Mercedes Carranza

Vuelvo a ver la serie “Pablo Escobar el Patrón del Mal”, la cual retrata crudamente la violencia de todo tipo que se apoderó de Colombia desde la década de los ochenta del siglo XX, producto del auge del narcotráfico y los carteles de la droga. También desnuda las debilidades institucionales que padecía el Estado colombiano, agravando los problemas que emergieron con este mal social. En el episodio correspondiente al asesinato, por órdenes del Cartel de Medellín, del periodista Guillermo Cano, director del diario El Espectador, el 17 de diciembre de 1986, me conmovió contemplar las escenas en las que su esposa y su hijo lo recuerdan por los espacios de su casa y del diario que era su pasión. Y es que la partida del mundo terrenal de un ser querido nos devuelve en nuestros recuerdos a los espacios y lugares que habitaron, donde compartimos, los vimos reír, llorar, nos abrazaron, quedan impregnados de una pátina de nostalgia.

En las escenas posteriores al atentando, quien auxilia a Don Guillermo agonizando es Niki Polanía, la valiente periodista que lo secunda en esa lucha librada desde el periódico contra el narcotráfico. Como estoy enamorado de Niki, verla sufriendo y llorando también me entristeció. Niki es interpretada por la actriz Susana Torres y hace el personaje de quien en la vida real es María Jimena Duzán, una destacada periodista y politóloga formada en la Universidad de Los Andes, Harvard y París, que desde muy joven incursionó en los medios y tuvo a Don Guillermo como su tutor. Sus reportajes y artículos se han publicado por varias décadas en importantes diarios y revistas de Colombia y en algunos medios internacionales, también ha escrito varios libros sobre sus experiencias en el mundo periodístico.

La hermana de María Jimena Duzán, también periodista, Silvia Duzán, fue asesinada por grupos paramilitares, el 26 de febrero de 1990. Irónicamente, hacía un documental para la BBC sobre la violencia política en Colombia. Era esposa del prestigioso economista Salomón Kalmanovits. Este suceso me llevó al recuerdo de mi encuentro con Salomón en Bogotá en julio del 2004. Cuando nos conocimos personalmente, teníamos tantos temas afines de qué hablar que la conversación fluía sin parar, tanto así que su pareja de ese entonces nos advirtió que íbamos a dejar enfriar la rica carne que nos comíamos en un restaurant del norte de la ciudad. Luego seguimos conversando por varias horas en su apartamento y entonces recibo de él un obsequio invaluable, su libro “Economía y Nación: una breve historia de Colombia”. Leer el libro me dotó de una nueva y rica perspectiva para entender mejor al querido país hermano.

Releo la dedicatoria del libro, Salomón escribe sobre nuestra convergencia en ideas y forma de encarar la economía. Pienso entonces en otra convergencia: la necesidad de mantener viva la enseñanza y las lecciones de la historia. Héctor Abad Faciolince ha señalado que ese fue uno de sus motivos al escribir El olvido que seremos. Esta extraordinaria novela es un excelso recorrido de añoranzas alrededor de la admirada figura de su padre, el médico de salud pública Héctor Abad Gómez, asesinado en una calle de Medellín el 25 de agosto de 1987. La obra también recrea la violencia política enquistada desde hace ya muchas décadas. Lamentablemente, en la actualidad, la violencia persiste, sigue formando parte del devenir político y social, manifestándose terriblemente en diferentes ámbitos y estamentos de la sociedad colombiana.

Abad Faciolince nos cuenta que él encontró dentro del bolsillo del pantalón de su padre un poema de Jorge Luis Borges. A partir de este hecho, la historia entronizada en la novela cobra un gran simbolismo, convirtiéndose en un recordatorio de que tanto la memoria personal, particular, así como la memoria histórica, colectiva, si bien son diferentes, comparten la misma necesidad de ser preservadas. En lo personal, pienso, y fue el principal motivo para animarme a escribir, que en definitiva la vida tiene algo del verso inicial del poema de Borges: “Ya somos el olvido que seremos”. Nos debemos a la causa, entonces, aunque sea por un mero ejercicio de nostalgia, de alargar ese olvido.

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