UNA EDUCACIÓN, UNA CULTURA

Dedicado a mis amigos y colegas de escritura de la revista Oceanum

En mi último relato SIEMPRE TENDREMOS PARÍS, publicado en este blog y en la excelente revista cultural y literaria española Oceanum, introduzco una serie de referencias que algunos de mis lectores captaron, como lo hicieron saber en comentarios publicados en las redes sociales. Un lector, un escritor sumamente educado, no tuvo problemas en identificar las referencias salvo una, según me dijo. Pero sospecho que a algunos se les escaparon. Esperando que revelarlas no le reste romanticismo a la historia, las mencionaré. Hay un pensamiento del filósofo Ludwig Wittgenstein, otro del sicoanalista Jacques Lacan, un remitido a una famosa frase en Macbeth, de Shakespeare (también es el título de una novela de William Faulkner). Hay una metáfora china aludiendo a la teoría del caos de Ilya Prigogine (el efecto mariposa). Hay una similitud con un personaje de la novela El pintor de batallas, de Arturo Pérez-Reverte y, last but not least, hago un homenaje a lo que le dice Rick a Ilsa en ese clásico maravilloso del cine que es Casablanca y que le da el título al cuento.

Dicho esto, pienso por otra parte que no sé si escribo bien o mal, lo que sé es que todo cuanto escribo lo hago arropado por una cultura adquirida en el transcurso de un poco más de cuarenta años. Y esa cultura adquirida se ha convertido en un recurso invalorable para mí. ¿Qué es la cultura? Pues en concreto no lo sé, pero me ayuda a tratar de explicármelo saber qué admiro, me inspira y emociona de la cultura en general, sea literaria, artística o de cualquier tipo. Como decía Borges, lo importante es que revele belleza, pero tiene que ser una belleza que uno haya sentido. Un breve compendio de ello sería leer un poema de Kavafis, un cuento de Cortázar, una novela de Margarite Yourcenar. Ver una pintura de Picasso o de Van Gogh, una escultura de Fernando Botero o una obra de Carlos Cruz Diez. El Parque Güell de Gaudy o Machu Pichu. Escuchar el aria Nossum Dorma o Claro de Luna de Claude Debussy; un disco de Miles Davis, Genesis o Eliane Elias. Mirar en toda su sensualidad a una pareja bailando un tango o un flamenco. Contemplar maravillado la artesanía de las indígenas mayas. Disfrutar las películas de Hayao Miyazaki. Saber un poco sobre el origen del hombre y del universo; la Edad Media, el Arsenal de Venecia, la historia del dinero, conocer teorías sicológicas como las inteligencias múltiples de Howard Gardner y neurológicas, como los desórdenes de la memoria de Oliver Sacks y las implicaciones del error de Descartes, al separar mente y cuerpo, de Antonio Damasio. Explorar la economía conductual de la mano de Daniel Kahneman,  Richard Thaler; conocer de finanzas con Robert Shiller; la teoría del desarrollo humano de Amartya Sen. Meditar sobre las ideas de Karl Popper, Isaiah Berlin, Zygmunt Bauman, Nassim Taleb. Respirar profundo ante la filosofía de Blas Pascal, contenida en sus bellos Pensées. Compartir el pensamiento y las ideas de mujeres maravillosas: Elinor Ostrom, Martha Nussbaum, Esther Duflo, Mariana Mazzucato. Preocuparme por el cambio climático, la desigualdad, la pobreza; asombrarme con un mundo, utópico o distópico, marchando en la corriente de la biotecnología y la inteligencia artificial.

Y podría seguir con una larga lista, como cualquiera lo haría con sus propios referentes culturales, pero la idea primordial de lo que quiero transmitir ya está allí. Somos en gran parte, alguien diría en todo, la cultura que llevamos con nosotros. Es con esa cultura, para nuestro bien o mal, que miramos el mundo, mediante el cual este adquiere un significado propio. Por eso siempre he suscrito la idea planteada en la primera parte del siglo XX por el poeta, filósofo y educador indio Rabindranath Tagore, en el sentido que cualquier producto cultural, lengua, literatura, música, danza, arte, cualquier hecho cultural, provenga de donde provenga, pertenece a toda la humanidad, es un derecho adquirido, un patrimonio universal, como la libertad.

Pero el derecho a tener la cultura universal como propia comporta la necesidad, el deber, de educarse. Tener una cultura es un privilegio que comienza con la educación y la educación nos incentiva a tener una cultura educada. Privar a un ser humano de una educación es privarlo de la posibilidad de que abrace al mundo. En definitiva, la cultura es una forma de ser, de estar en el mundo y toma forma en un espíritu dispuesto y entusiasmado por saber y conocer. Seguiré escribiendo o en algún momento dejaré de hacerlo, pero siempre llevaré mi verdadero patrimonio, mi riqueza a cuestas, como la mochila de un viajero impenitente: mi cultura.

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