UNA LARGA MADRUGADA [HALLOWEEN´S DAY]

Es medianoche y antes de dormir leo un cuento de Cortázar llamado “Las Ménades”. Se trata de un concierto de música clásica que desde su inicio provoca en el público asistente al teatro un comportamiento extraño. Solo el hombre que narra lo que está sucediendo no se contagia del desorden reinante entre el público, que actúa como enajenado, como poseído. El concierto finaliza con la quinta sinfonía y los posesos invaden lentamente el escenario, rodeando al director y sus músicos que, lívidos de terror, intentan escapar pero no pueden. Antes de salir del teatro, el hombre observa estupefacto a una mujer relamiéndose, gustosa, la boca.

Termino de leer el cuento e involuntariamente, como un acto reflejo, enciendo la TV. Quedo pasmado al ver que transmiten una famosa serie de zombies. El parecido con el relato que acabo de leer me eriza la piel. Los zombies van como posesos, con la ropa despedazada, caminando lentamente, incansables en la búsqueda de saciar su hambre con los que tienen la mala fortuna de caer en sus manos. Algunas mujeres zombies, igual que las ménades, están poseídas de una irrefrenable lujuria.

Desde mi cuarto escucho sus pasos, sus murmullos, han penetrado en la casa. Entiendo que vienen por mí, tengo claro que no podré hacer nada, que no hay ninguna posibilidad de escapar de ellos.

Despierto sobresaltado, bañado en sudor, respiro profundo para espantar el miedo de lo que solo ha sido un mal sueño. De pronto, en medio del silencio y la oscuridad siento una presencia, un leve murmullo. Enciendo la lámpara del cuarto para cerciorarme que no pasa nada, que no hay nadie.

Entonces la veo, es una mujer zombie sentada en el borde de la cama. Sus jirones de ropa apenas le cubren alguna parte de su cuerpo. Me mira intensamente desde unos grandes ojos negros, sus labios voluptuosos los humedece con su lengua invitándome a que…

No puedo ni pensar, me gana la turbación absoluta y solo atino a intentar dormirme de nuevo, sabiendo de antemano que no lo conseguiré. Un momento después ya no siento ansiedad, me invade más bien esa rara melancolía que de un tiempo para acá ocupa cada breve espacio de mi vida desde que ella no está. La mujer zombie, como el dinosaurio de Monterroso, todavía sigue allí. Y a mí me espera, sin prisa ni pausa, una larga madrugada.

 

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