VENENO

Eran las seis de la tarde y algunos tenues rayos de luz aún se colaban por el gran ventanal de la sala de la casa. Sentada en la mesa de la amplia cocina, comenzó a verter el contenido del frasco con el veneno en el vaso de té. Lo fue revolviendo con la única cucharilla conservada del juego de cubiertos que fue regalo de boda de su mejor amiga. La había conocido en un campamento de verano y esa chica, atractiva, desenvuelta, todo lo contrario a ella, por un azar indescifrable se convirtió en su compañera casi inseparable, en la hermana que no tuvo. Todo cambió cuando días después de la boda se descubrió para estupor suyo y de todos que era la amante de su padre. Desde entonces la odiaba a muerte.

El engaño destrozó la vida de su madre. Siendo joven había sido una belleza y tenido muchos pretendientes, pero fue su padre, sin tener ningún don especial, quien se las arregló para enamorarla y pasar con ella toda una vida juntos. La amargura la consumió y le sobrevino una ansiedad que solo calmaba atiborrándose de dulces. Una tarde mientras los devoraba compulsivamente su corazón falló, un infarto fulminante la mató en pocos minutos.

De la ausencia de su madre se había cumplido un año y, como si de un sino nefasto se tratara, justo el día de ese aniversario comenzó a enfrentar una calamidad más mundana y amenazadora. Estaba arruinada. Su madre le había dejado una pequeña fortuna contenida en acciones y bonos que era bien administrada por un banquero amigo, pero su esposo la había convencido de trasladarlos a un nuevo fondo de inversión. Aunque ella no sabía nada de estos asuntos, confiaba en él. Con cierta pena se reunió con el banquero para comunicarle lo dispuesto y, por alguna razón, este no se sorprendió en absoluto. Poco tiempo después, sorpresivamente el fondo se había hundido y ella perdió su capital.

Decepcionada de sí misma, su vida se sumió en la desgana y el insomnio. Se deprimió más pensando se le venía otra dificultad financiera cuando por medio de un correo una firma de abogados le exigía reunirse con ellos. Por esos días su esposo había sido despedido de su trabajo y ella prefirió no mencionarle nada. La calamidad rondaba por su cabeza.

Acudió a la cita y escuchó perpleja cada palabra. Al salir de allí se subió a su auto y lloró por mucho rato con un llanto ahogado y melancólico. Cuando dejó de llorar, su mente revoloteó por un hervidero de pensamientos confusos, pero uno solo insistente y demoledor se fue imponiendo por sobre los demás. Tomó una decisión. Al día siguiente consiguió el veneno.

Y allí estaba al final de la tarde, revolviendo parsimoniosamente el veneno con el té. Pensó en su padre, apartada demasiado tiempo de él, por un momento deseó hablarle, antes de percatarse que sería un gesto inútil. Por un buen rato miró ensimismada el líquido verde claro en el vaso; se le antojó hermoso, como el agua del mar de una playa del Caribe que visitó siendo muy joven. Había sido feliz en ese viaje y el recuerdo de esa felicidad perdida y añorada la hizo entristecerse más. Luego colocó sobre la mesa la última nota escrita para su esposo. Subió a su cuarto y a pesar de todo tuvo arrestos para terminar de leer una novela que había hecho estremecer sus pensamientos. Cerró el libro como quien cierra un cofre sellado que jamás se volverá a abrir. Ya había caído la noche cuando finalmente se bebió lentamente su té.

A la mañana siguiente, todavía atontada por el efecto del somnífero que tomó con su té caliente, se levantó, bajó las escaleras y, como si fuese un acto reflejo, leyó la nota dejada en la cocina la noche anterior para su esposo: “No te esperaré, me voy a dormir, en el refrigerador está tu cena y un té helado que te preparé como te gusta”. Luego miró hacia la mesa donde estaba el vaso de té helado completamente vacío y después dirigió su vista al cuerpo que yacía tirado en el piso de la sala. No quiso acercarse, sabía que el potente y sutil veneno había hecho su trabajo. Su esposo estaba muerto.

Pasó unos días en medio de una expectativa feroz. No le cabía en la cabeza que todo hubiera salido tan perfecto, sentía temor a que encontraran algún cabo suelto. Pese a todo, sus nervios no la traicionaron en la declaración que hizo en la policía. El informe médico certificando la muerte de su esposo debido a un paro cardíaco súbito permitió se cerrara el caso.

Una semana después visitó la tumba de su madre, le pidió perdón y le agradeció se ocupara de protegerla siempre. Mientras se tomaba un café en el local del parque cementerio rememoró su encuentro con el banquero. Él era quien realmente la esperaba en la cita. Con abundantes documentos, fotografías, mensajes, le demostró que la amante de su padre también lo era de su esposo. En complicidad, con diferentes argucias, habían dispuesto del dinero de su progenitor, que estaba quebrado, al igual que del capital de su madre. Todo lo robado lo tenían en una cuenta cifrada de un banco off shore en una isla del Caribe. No era cierto que su esposo fuese despedido, había renunciado y el banquero pensaba que la próxima jugada de ese par sería sin duda escapar y ella era el único obstáculo en su huida.

Terminó de tomarse su café, respiró profundo y recordó cuánto dolor sentía aún por la traición. Ella lo había amado, ahora él estaba muerto y su vida hecha jirones, pero tenía la convicción que pudo haber sido lo contrario. No tenía planes para el futuro, solo esperaba reconciliarse con su padre y, con la ayuda del banquero, recuperar su dinero.

Cuando se levantó de la mesa del Café para marcharse, desde los ventanales lo vio en la distancia, depositando un ramo de flores en la tumba de su madre.

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